Prosapiens (24)

Revolución en Egipto (11-02-2012). Fotografía: Samuel Aranda.
Revolución en Egipto (11-02-2012). Fotografía: Samuel Aranda.

Nueva entrega del poeta, ensayista y crítico literario uruguayo afincado en México, y que forma parte de un libro en curso –”un libro que escribo cuando me entra una especie de velocidad de ira”–, titulado ‘Prosapiens’.

Por EDUARDO MILÁN

La tierra es un espacio, un gran espacio, práctico. Tiene agua, castores, cabelleras del Renacimiento en lo alto de algunas mujeres, plantas que son memoria de su especie de hojas largas y cortas –palmas–, piedras que revelan un gran ensimismamiento, el socavón estriado de una cara vieja –la versura anduvo con sus bueyes por ahí–, la representación del tiempo que se acaba precisamente así, en la cara –roca que tuvo encima, sin fecha–, sirenas, creadores –gente que propone ideas y formas, vínculos, relaciones, acarreos simbólicos a la vida con los gatos, etc.–, humanos, inhumanos. El sabio. El sabio no es imitable. Fue –o no–, en un momento, un maestro. Ahí fue imitable. Luego, ganó el sin lugar de la extrapolación. José Mujica, presidente actual de Uruguay, por ejemplo. Un hombre para ser consultado y pedir consejo. Un Gerónimo en retiro si Gerónimo hubiera logrado retirarse. Pero no pudo retirarse, Prescott Bush no lo dejó. El sabio no cambia el mundo. Ya tiene incorporado un elemento fundamental de la vida, la conciencia de su desaparición. El revolucionario cambia el mundo. O no lo cambia, fracasa. Pero no hay, ya se sabe, fracaso porque no hay éxito. La ideología del mundo actual es la ideología del éxito. ¿O no hay “mundo” y sólo hay ideología? Un horizonte –naranja, violeta o la sangre ardida de lava que se le montó al cielo– que no tenga el sentido del éxito no tiene lugar en el mundo. Una tierra sin horizonte se pierde en la desolación blanca. O tiene lugar en el no haber. Salvo, con matices y selección adecuada, como memoria de un mundo que ya fue. El problema es el siguiente: en un momento como el actual no se puede poner como ejemplo de vida a la sabiduría. No en una sociedad donde el horizonte es el éxito, la salida del problema. El éxito no corresponde al dominio del ser, tampoco la sabiduría. Pero la sabiduría intenta imitarlo. Para la sabiduría, el ser es su maestro. Para la sabiduría, el ser es la instancia de su revolución cumplida. Salir a la calle, demandar la justicia necesaria para que la vida siga siendo posible, es una urgencia, eso que cae fuera de modelo. La poesía es una mezcla de sabiduría, revolución y urgencia. Es su entrañable contradicción. Dónde entro yo, dónde entras tú y él en todo esto, no sé. Por algún lugar, por algún espacio dejado. Ocurre como en las marchas contra el actual capitalismo depredador: las estrellas del espectáculo que apoyan las marchas visten su anonimato inverosímil. El capital ha vuelto no creíble –no invisible: visible pero paródica, con esa entrada por el costado de la parodia que toma por sorpresa al parodista– la voluntad momentánea de anonimato que no es vestirse del color común: es desvestirse. ¿Quién distingue levantando la mirada en una noche clara una estrella extinguida de una estrella viva? El capitalismo en su fase mortal al borde del fascismo si no se apela al contra-acero de hacer-no –porque mata como no mataba en su fase considerada que prometía una estabilidad mínima, un mínimo reparto: ver su momento extático, épico fordista– no va a caer muerto sobre nosotros, contemplativos de una noche sin éxito, como un dejarse de estrellas extinguidas. El enamoramiento de los intelectuales latinoamericanos de la elasticidad físico-verbal de Obama –era de verse su júbilo histórico por la posibilidad de un hermano de color en la Casa Blanca– revela algo más que un triunfo de la mediatización del mundo: revela el olvido, condición para la vida, aplicado en un lugar equivocado y en un tiempo equivocados, transformado en óxido. En América Latina y en Japón, en Alemania. Y la necesidad de creer, que es necesidad de seguimiento.

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