
Por LUIS GRAU LOBO
Imaginemos brevísimas ficciones para tantas elecciones ¿O debería decir ‘relatos’ ahora que todo el mundo tiene uno o lo busca desesperadamente?
Jarrones chinos parlantes. Cabezas parlantes hay hasta en el Quijote. Pero hablemos de jarrones parlantes. Un expresidente del gobierno dijo que los expresidentes del gobierno eran como jarrones chinos en apartamentos pequeños, decoran pero nadie sabe dónde colocarlos. De un tiempo a esta parte se colocan solos. Y estorban. Exponen sus opiniones a destiempo y en general hacen flaco favor a sus partidos (¿o también se trata de expartidos?). Como mucha gente que ha desempeñado cargos de importancia durante una época pasada, consideran que esa época sigue vigente y ellos continúan disfrutando de la autoridad y el conocimiento que tuvieron gracias a su posición privilegiada de antaño para juzgarla. No son el califa en lugar del califa, pero juegan a la oposición en lugar de la oposición. El jarrón más morrocotudo es Aznar. Sus rapapolvos groseros y malencarados le han llevado a reencarnarse desde su laboratorio de la torre del homenaje de la Faes en un monstruito de Frankenstein puesto al frente de su antiguo partido para susto de extraños y de propios. Salido de las guaridas aznaritas, Casado es un político de los años ochenta y noventa (márchese, señor Sánchez…). Del siglo pasado. Con sus formas tabernarias, cólera contenida y ademanes de autómata, pretende conducirnos a lugares abandonados y lóbregos. Ambos hubieran querido fundar Vox, tan derechitos y poco ‘cobardes’ son gracias a su prerrogativa de nacimiento para mandar. Su indisimulada rabia, las mentiras sin pudor (ese indecente manifiesto de Colón…), los carnés de legitimidad y el desdén intelectual y del otro auguran monstruosos sucesos. Vuelve, Mariano. Si cobrabas de la caja B, era dinero bien gastado.
Encerrados con un solo juguete. Quim de los bosques y el fraile Tuck se rodean solo de los suyos, aguardando el anhelado retorno del monarca Corazón de Puigdemont. Emboscados en su Sherwood particular, consideran que el pueblo es soberano y la democracia lo puede todo, siempre que sea su pueblo y su manera de entender la democracia. Su causa es justa, por supuesto, la de los demás no. Pero con tales hazañas han logrado algo aún peor: que solo se hable de esas hazañas, que solo exista el temor a su aparición en los caminos, la alegría de cortarlos sin miramiento, el gozo de saltarse las normas. Mientras tanto, el desgobierno cunde, la gente empobrece, los desmanes del pasado se consolidan o se fosilizan. El mundo no avanza, solo da vueltas alrededor del proscrito al que nadie ha proscrito. Más aún, hay otro rey Sin Tierra que negoció una constitución pionera, ventajosa para sus súbditos, pero la posteridad no le pertenece. Y el presente tampoco. Preferimos las leyendas, porque van encapuchadas y alzan trémulos gallardetes.
Continuará…
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 17 de febrero de 2019,
en una serie llamada “Las razones del polizón”)
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