«Ya no sé qué decir. Me voy alegre». Tomás Salvador

Fotografía: Clara Ponte.

ESTÉTICA DE LA PALABRA

La poesía visual de Tomás Salvador González reabre la sala de exposiciones de la Biblioteca Pública de Zamora, que rinde así homenaje al fallecido autor zamorano que durante muchos años vivió en Arenas de San Pedro (Ávila).

Por CLARA PONTE

«Ya no sé qué decir. Me voy alegre» [este es uno de los últimos versos del poema «Secreta», de Claudio Rodríguez, que preside la sala de exposiciones]. Pese a las lecturas, las cajas en las vitrinas y los poemas visuales sembrados en la paredes de la Biblioteca Pública de Zamora, esa pequeña gran sentencia, desde un discreto púlpito, besa tierna en los labios y sientes no haber conocido a Tomás Salvador (Zamora, 1952 – Móstoles, 2019). Después hablan sus amigos y lectores, comparten sus poemas, cuentan cómo lo conocieron y admiraron, y comprendes aún mejor su presencia sencilla y universal.

El pasado viernes Tomás Salvador regresó a Zamora, a una sala de exposiciones que, como tantas, ha estado cerrada durante meses. Quizá también por eso hubo muchas emociones. De vuelta a su Gregorín, figura casi mítica de la infancia; a las medidas en hogazas, fanegas y brazadas o al tiempo marcado por el cartero de San Cebrián. «Siempre deseó estar aquí» recordaba su hermana.

Y pese a que todos lo conocían bien, unos personalmente y otros a través de su obra, la muestra inaugurada abre una ventana a un territorio inexplorado. «Sus amigos habíamos visto algunos trabajos, las postales; también se vislumbra en Favorable país poemas. Pero no sabíamos de esta labor tan inmensa» comentaba Luis Marigómez, guía de este viaje sensorial y responsable de De aleda a aldea, reciente publicación que recoge parte de esta obra.

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La palabra, el lenguaje mismo, alimentan el genio creador del artista. Salvador sobrepasa sus formatos comunes (escritura, lectura, lingüística) y construye un hábitat propio que requiere de los cinco sentidos para acercarse a una personal cosmovisión. Dice otro Tomás, Sánchez Santiago este, que «su relación con el lenguaje sobrepasaba el mero detenimiento en los recursos retóricos o la obediencia a cánones previsibles».

Una de las obras de Tomás Salvador. Fotografía: Clara Ponte.

Durante años Tomás Salvador fue recolectando minuciosamente titulares de prensa. Fuera de los focos, ya sin maquillaje, los vocablos desnudos se enredaron orgánicos en nuevas composiciones en sus manos. En un primer momento, solo negro sobre blanco, palabras «muy por encima del autor». Con el tiempo, las imágenes ganan espacio; el juego se aviva y nacen Espantapájaros y un sonajero, una plaquette de 2008 en la que se abren nuevas sendas para el autor.

La técnica, el collage que los dadaístas convirtieron en arte, no es desde luego nueva. Pero como destacaba Marigómez, Salvador consigue hacerla propia, sentirse cómodo en un nuevo vehículo para su poesía. Lo llaman poesía visual, aunque quizás la definición sea parca en estímulos: hay texturas, paisaje, retrato, pensamiento, música.

De la voz solitaria del titular a la imagen; y de la imagen a elementos exteriores, como la cinta métrica, el autor continúa explorando: composición, color, espacio… la palabra sobrepasa su significado y baila con su significante. A cada paso, a cada obra, parece crecer la libertad de movimiento, fuera ya de las dimensiones de una página del periódico. Aunque siempre sin perder de vista la palabra, el núcleo en torno al que giran el resto de elementos. «Poesía para ser mirada sin dejar de ser leída». Solo momentáneamente se aleja para crear personajes sin rostro que, de alguna manera, apuntan también al vocablo ausente y la comunicación.

También en la creación de las cajas tuvo Salvador una referencia clara, según explicó Marigómez. El trabajo del norteamericano Joseph Cornell, sus ensamblajes, sirvieron de inspiración para esas otras cajas de Tomás Salvador. Pequeños cofres del tesoro se abren a la palabra que se contrapone o acompaña a la imagen. Este formato da más intimidad, arrastra al interior regalando un placer casi secreto.

Envolviendo la sala, el rumor de una voz lejana. Los que le quieren le recuerdan leyendo, tal y como se ve en el audiovisual que forma parte de la muestra.

En noviembre, Tomás Salvador continuará viaje hasta León, a las salas de El Albéitar. Y de nuevo se le oirá [como a Claudio Rodríguez]: «Ya no sé qué decir. Me voy alegre».

Público en la exposición de Tomás Salvador en Zamora. Fotografía: Clara Ponte.

3 Comments

  1. Hay un pequeño error en el artículo. Los versos «Ya no sé qué decir. / Me voy alegre» son los últimos publicados por Claudio Rodríguez y cierran su poema «Secreta». La fotografía de esos versos impresos en vinilo en una de las bóvedas de la sala de exposiciones de la Biblioteca Pública del Estado en Zamora corresponde a la exposición «Claudio Rodríguez. De la aurora a la piedra. Casi una leyenda» del pasado mes de noviembre.

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  2. Gracias por el apunte, Miguel Casaseca Martín. Supongo que Clara Ponte no tenía por qué saberlo, y que nadie lo aclaró. En cualquier caso, le viene al hilo, le viene al pelo, encaja con lo que ha escrito Clara, en esa crónica presencial enmascarillada (y la mascarilla es un complemento que no facilita precisamente la comunicación). Creo que Claudio Rodríguez y Tomás Salvador pueden compartir perfectamente unos versos tan bonitos, aquí y allá, incluso en el Alén… sean de quien sean. Un abrazo

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