
El escritor salmantino publica su primera novela, ‘Las polillas y la luz’ (Editorial Amarante), una obra que oscila entre la novela negra y rural donde la oscuridad es realmente un personaje más. Ambientada en Bigamirro, anagrama de su ciudad de origen (Miróbriga, Ciudad Rodrigo), es la primera de una trilogía con la que debuta en el género narrativo de largo alcance.
Por SERGIO JORGE Docente, filólogo, periodista y también escritor, Manuel Molinero (Salamanca, 1986) está acostumbrado desde su infancia a explorar y acumular conocimientos, pero sobre todo a analizar y a extraer de la realidad lo más sustancial. Por eso no es de extrañar que tarde o temprano debutaría con una novela para así dejar que su imaginación y su trabajo dentro del ámbito literario pudiera explayarse. Publica así ‘Las polillas y la luz’, la que promete ser la primera de una trilogía ambientada en su ciudad de origen, Ciudad Rodrigo, aunque aparece como un anagrama de Miróbriga, Bigamirro. Pero no es realmente su debut en la literatura, puesto que en 2015 recibió el primer premio del I Certamen de Noticias de Ciencia-Ficción de la revista Muy interesante por ‘Una cirugía para ricos: ¡que les corten la cabeza!’. ¿Es difícil escribir de su lugar de origen? ¿Es por eso por lo que utiliza un anagrama? El uso de un anagrama es un aspecto estilístico, una cuestión creativa que empleo como herramienta para desdoblar la realidad de la ficción en un mismo lugar, como en el pliegue de una hoja. Me pareció una forma bella de ampliar los márgenes físicos de Ciudad Rodrigo hacia una dimensión literaria más global. A fin de cuentas, con dicho anagrama creo un espacio literario, un espacio simbólico, Bigamirro, que va más allá del espacio verídico que supone Miróbriga, Ciudad Rodrigo en la actualidad. En este sentido, escribir sobre mi lugar de origen, lejos de ser difícil, es un placer, porque lo hago con todo el respeto y el cariño posibles. En cuanto a los espacios físicos, resulta gratificante que las mismas calles y plazas donde me crie, hoy formen el escenario de Las polillas y la luz. Algo, por otra parte, muy buscado, ya que es una de mis pretensiones: el trasmitir la belleza de nuestra casa, y, así, poder dar alas allí donde me dieron raíces. El título es ‘Las polillas y la luz’ y sin embargo retrata unos personajes oscuros, pero también una ciudad y un ambiente muy negro. Entiendo que le pueda confundir que se hable de luz en el título, con unos personajes y un ambiente, como bien dice, tan oscuros, pero no hay luz sin oscuridad. Tanto es así, que la oscuridad es necesaria para que la luz aparezca y brille. Hay bueno en lo malo y malo en lo bueno, la vida y las personas somos como una balanza: el yin y el yang. Y ese es precisamente el camino que tiene que recorrer el protagonista. Las emociones y la forma de actuar de las personas en base a esas emociones conforman la esencia de esta novela, que tiene que ver con la relación entre las polillas y la luz: «La luz brilla y llama la atención, pero las polillas no son llamativas ni capaces de ver lo bueno que hay en ellas y se obcecan en tapar la luz. Acuden a ella con el único propósito de extinguirla; desean su final, a pesar de dejarse sus propias alas en el intento». (Pág. 158) A veces parece que el verdadero protagonista es la ciudad donde tienen lugar los hechos. ¿Es algo buscado? Porque me recuerda en ese sentido a ‘Entre visillos’, de Carmen Martín Gaite, aunque solo sea por la cercanía… Es algo buscado que la ciudad tenga protagonismo y que prácticamente se configure como personaje. El ambiente, la atmósfera, lo es todo en esta historia. Y, dentro de ello, las ocupaciones cotidianas de los personajes, y las angustias, son fundamentales. Ese puede ser un nexo con la literatura de Martín Gaite. En el caso de ‘Las polillas y la luz’ la transformación del protagonista a lo largo de la trilogía, y que ya se aprecia en esta primera parte, resultará fundamental y, en este sentido, acuño en este libro el término El Poso. «El Poso es aquello que se queda contigo de todo lo que viviste; aquello que te cambia por dentro para recordarte de dónde vienes, quién eres; aquello que primero te hizo daño y después, más fuerte. El Poso, que cayó en mí como una pastilla efervescente en un vaso de agua, actuó, se disolvió y, aunque dejó de ser perceptible, pasó a formar parte de mi esencia, incluso de mi ADN». (Pág. 199) Hay mucho rencor en los personajes. ¿Es una realidad tanto de Bigamirro/Ciudad Rodrigo como de la sociedad en general o forma parte de la ficción pura y dura? Es una realidad en Bigamirro, en la ficción, no en la realidad de Ciudad Rodrigo, donde la gente siente rencor en idéntica medida en la que lo pueden sentir en cualquier otro lugar, en función de las vivencias de cada uno… y de la gestión de sus propias emociones. Ya me curé en salud sobre esta cuestión añadiendo una Nota de autor al principio del libro donde aclaro que la historia no debe inducir a atribuir conductas, acciones o palabras a ninguna persona real, tampoco a la vecindad mirobrigense, como conjunto social. En todo caso, los sentimientos siempre han movido y equilibrado al ser humano: el amor y el odio, principalmente. De nuevo, el yin y el yang, la oscuridad y la luz. También hay connotaciones rurales en toda la trama, y obviamente en las localizaciones. ¿Se pueden ver influencias de Jesús Carrasco o incluso Miguel Delibes? Influencias hay todas y ninguna. Todas, porque todo lo que he leído me ha influido en mayor o menor medida, y ninguna, porque no hay una influencia directa de ningún autor u obra o, en todo caso, se podría entender como influencia un canon literario en la que pudiese encajar ‘Las polillas y la luz’, bien por corriente, bien por temática: novelas de enigma, suspense, novela negra modera, country noir. Bien es cierto que, por el entorno geográfico, por la localización, Castilla y su entorno rural, podría entender que se viesen influencias de Delibes, pero no es tanto eso como escribir de lo que he vivido, ya que yo nací y crecí en Ciudad Rodrigo y, para bien o para mal, es un entorno rural de Castilla. Las influencias están presentes en forma de pretendidas intertextualidades: Aristóteles, Baroja, Larra, Salinas Coetzee, entre otros. Los silencios y los olvidos son el hilo conductor de la novela. ¿Cuesta tanto desprenderse de ellos? ¿Marcan de verdad la vida de cualquier persona? Estoy convencido de que lo que cada uno vive, y de cómo lo recuerda, marca su vida. De hecho, de cómo recuerde sus vivencias definirá su yo del futuro en todos los aspectos posibles: si una persona fue capaz de sanar una herida o, por el contrario, se le infectó y le cambió por dentro, si se puso una coraza o se la quitó, si comenzó a mentir por miedo (las mentiras toman relevancia absoluta en esta historia), y, en definitiva, si le afectó, si cambió su esencia, para bien o para mal. Y no hay duda de que, a veces, moldeamos los recuerdos en cierta medida para que no sean tan dolorosos, para que nuestra verdad, lo que creemos que es la realidad, sea más amable, y podamos mirar atrás y ver lo que queremos ver. Esa es la diferencia entre la historia y la memoria, entre los hechos y los recuerdos. Por otro lado, todos somos esclavos de nuestras palabras y del silencio. Y el silencio es muy importante, tanto que a veces dice más que las propias palabras.