El periodista y escritor Carlos Suárez (León, 1961) presentará este jueves 11 de noviembre su tercera novela, Vermeil (Eolas & menoslobos), ambientada en la segunda guerra mundial y concebida como una «conjura literaria contra el Reich». Será en la Casa de León en Madrid (Calle del Pez, 6-1º), a las 19 horas. El autor estará acompañado por la periodista y escritora Beatriz Pérez-Aranda.

ENTREVISTA / Carlos Suárez
«Mis novelas indagan en el tema de la identidad,
en el ¿quiénes somos? ¿qué se sabe de la gente?»
El argumento de Vermeil se puede resumir en pocas palabras: un novelista es reclutado por la resistencia para hacer lo que nadie mejor que un escritor puede hacer, dar verosimilitud a alguien inexistente… Pero en esta tercera novela de Carlos Suárez hay mucho más y vamos a intentar explicarlo.
Si una novela no deja de ser un artefacto literario, en esta se produce una auténtica vuelta de tuerca, porque es una novela compleja, llena de juegos y de guiños… sobre la que bien se podrían aplicar estas tres citas literarias:
- “La dificultad es la cortesía del autor con el lector” (Jean Genet)
- “La novela consiste en sumergirse en un enigma para volverlo irresoluble, no para descifrarlo” (Javier Cercas)
- “Una novela es la vida secreta de quien escribe, su oscuro gemelo” (William Faulkner)
En esta entrevista se resume, de alguna manera, la conversación mantenida entre Carlos Suárez y Eloísa Otero a primeros de octubre de 2022, durante la presentación de la novela en El Albéitar (León)
—¿Por qué una novela de espías en pleno boom de la novela negra?
—Ya en La muerte zurda y en Una mujer en Pigalle, mis dos novelas anteriores, aparece un cadáver sin ninguna relación con su entorno y la pregunta es: ¿quién es?, quién es el asesino pero también quién es la víctima. Tiene que ver con mi interés por la identidad. ¿Quiénes somos, qué se sabe, qué sabemos de la gente? Todo el mundo miente y oculta algo pero los espías son profesionales de la mentira o la ocultación, gente que se crea un personaje. Que era lo que en realidad me interesaba.
—¿Cómo surge la idea? ¿Qué hay desde el folio en blanco hasta que está el libro?
—Hablo de personajes inventados, Con la muerte en los talones, William Martin, Mincemeat, Garbo, todas las historias de personajes inexistentes. El primer click es cuando decido que sea un escritor quien haya de dar verosimilitud a ese ser inexistente. El segundo click, cuando decido jugar con los personajes y niveles de realidad. Y el tercer click, cuando veo que quedaría mejor un narrador interpuesto.
—Vamos por partes. La novela tiene distintos niveles de realidad que acaban mezclándose..
—Se mezclan personajes auténticos de la novela, luego los agentes de la resistencia que con identidades falsas contribuyen a hacer posible el engaño, y finalmente los personajes de otras novelas de Leduc que se cuelan en la historia.
—Recurres a un narrador interpuesto para contar la historia. Alguien que lee y refiere o comenta la novela que Leduc ha escrito y corregido durante 60 años.
—Sí. Era preciso que fuera así, que alguien narrara, fuera refiriendo en estilo indirecto la historia, en este caso glosando la novela que escribe Leduc. Era el modo de ir contándole al lector lo que sucede y al mismo tiempo obtener esa distancia que permite reflexionar sobre la propia novela. Permite además revelar el making off de las novelas, los trucos. Se explica cómo prolonga la narración para mantener la intriga. Cómo Leduc podría haber aclarado algo al principio del capítulo pero decide no hacerlo.
Los muros, los visillos, la moldura de estuco. Leduc se demora describiendo el color de las paredes, encendido por la luz moribunda del atardecer; el frunce nido de abeja de las cortinas; la tela de araña que cuelga en la moldura del techo de escayola. Parodia esa tendencia irrefrenable de todo escritor a ralentizar el ritmo del relato para tratar de mantener la intriga; acumula sinónimos, perífrasis, circunloquios, incluso expresiones hueras o huecas, juega a imitar o ridiculizar ese esfuerzo a menudo estúpido e inane con el que la narración aspira a alargar, aplazar, retrasar, diferir unos instantes —unas líneas— la espera, el momento en el que habrá de revelarse lo que es ineludible, el instante en el que la mueca de satisfacción de Meinhoff se replica en el gesto de complacencia que dibuja, invisible, a su espalda, la boca de Rank.
Y permite presentar versiones distintas de un mismo hecho. Leduc corrige su texto, cuenta una cosa y luego la corrige o no sabe lo que ha sucedido y se ve obligado suponer e incluso llegan a pasar simultáneamente hechos incompatibles. (Cuando uno de los personajes es detenido por los alemanes no se sabe si ha sido torturado, es en realidad un colaborador o no lo ha sido pero va a serlo).
—Hablas precisamente de que rompe el pacto entre autor y lector: “Leduc rompe aquí esa regla por la que el relato ha de ser unívoco, inequívoco, cierto; debe respetar ese principio de certidumbre que permite al lector creerse la historia que le es contada, introducirse en ella” (p. 76); “Tensa el hilo del que pende ese pacto ficcional en el que se basa todo relato, el acuerdo tácito por el que el lector abjura de su incredulidad y suspende toda pregunta sobre la veracidad o falsedad de los hechos narrados” (p. 128).
—Sí. En teoría lo que cuenta una novela debe ser claro unívoco, pero aquí no lo es. Leduc se salta ese pacto entre autor y lector, pero también lo hace Paul Auster en “4, 3, 2, 1” y en realidad lo rompen todos los escritores al escamotear de forma a veces zafia cosas al lector.
—Durante gran parte de la novela no se sabe quién narra, luego aparece una narradora que acaba siendo desposeída de sus atributos. “Leduc culmina de este modo una estratagema que pretende desdibujar al narrador, diluirlo en la nada. Lleva hasta el final esa obsesión deicida que abjura de la voz única y omnisciente que relata, se rebela descreído o hereje contra ese Dios o divinidad de infinitos ojos que todo lo ven, que se cuela en el pensamiento de sus criaturas, maneja a sus personajes como si fueran acartonados muñecos de guiñol, privados de libre albedrío por un determinismo calvinista que les somete al estricto corsé del argumento” (p. 242).
—Sí. Nunca me gustó el narrador omnisciente decimonónico, que todo lo sabe, incluso creo que es un mentiroso incompatible con la intriga. Si lo sabe todo ¿por qué no lo cuenta ya? Sin embargo, en una novela con puntos de vista, vista por los personajes, sí cabe la intriga, que no se sepa quién mató.
—¿Vermeil es en realidad la novela de una novela¿ ¿Una novela dentro de otra novela?
—Sí, la novela que escribe y correge Leduc es la verdadera protagonista de la novela. Al final Leduc va descartando desenlaces como se descartan los posibles asesinos en una novela policíaca.
—Háblanos de tus influencia
—Aquí desde luego Cortazar, Carpentier, Sarduy, Lezama. Los escritores del boom más barrocos. El lenguaje hay que celebrarlo.
—El texto está lleno de guiños literarios, referencias: “La lluvia del París con aguacero que trasparenta el vidrio”, “un déshabillé de su dueña tal vez olvidado”, “la criada que lustra a fregona el lugar de la mancha”…
—Sí. Muchas (“el cristal mudo refulgiendo al sol”, “una insula baratada en manglar”, “los pechos ingrávidos y gentiles”, «la palidez de un infante difunto”, “anticipando el olvido que será”…). Son de alguna manera guiños que el lector puede o no advertir, muchos de algún modo homenajes.
Las palabras parecen escogidas cuidadosamente… (también para jugar con ellas): “el suelo de pizarra encerado”, “se cuela a través del tragaluz abarrotado”, “la frase del viejo que ha ordenado, parca, la muerte de Rank”, “venerada y venérea”, “las siluetas asombradas”…
—Sí. Hay decenas: “La levita levita, arropando en su interior el chaleco de plata”, “el diseminado influjo de amantes anteriores”, “la belleza impecable y pecaminosa”, “El flexo que enfoca su cara inocula en sus ojos un haz imprevisto de luz”…
—Vermeil está plagada también de palabras inventadas: “tradesnuda”, “ginófilo”, “homófilo”, “genitoral”, “ipsoconcupiscente”, “hematocromo”, “cromocromo»…
—Es un juego. Voy a repetir eso varias veces. Las palabras tuvieron que inventarse en algún momento…
—Recurres también al glíglico o gíglico.
—Sí, incluso párrafos enteros: “Recita de carrerilla el texto al tiempo que sus manos tactan ansiávidas la sobretela, dedosean altrás del trapaje las morfas senoides y ubrérrimas. Los fíngueros rozasoban las masteccimas que retrémulan culebreptadas por el palpatiento que las manosoba. Su resuellación se celerauda, entrepartida, cortoquebrada, al crono que las conicúspides se puercoespinan y erectialzan bajo la usufrucción. Se linguohumectolabia, jadesopla, se desgagrita, traspelida por el erodelirio que la combura árdida” (p. 68).
—Hay una clara voluntad de utilizar formas distintas de narrar. Se reutilizan las fórmulas de un informe policial, de acotaciones teatrales… incluso algo así como metalenguaje.
—Es un juego, se entiende perfectamente. Es la magia del lenguaje, reflexión sobre las palabras, connotación, se repite la idea de que el lenguaje es una convención…
—Háblanos de la novela contenedor y las historias tangenciales, oblicuas sin relación aparente con la historia central..
—Viene de El Quijote. Hay relatos breves que ya había escrito, y que he metido ahí, y otros que son parte de la historia, aunque tangencial, como el purgatorio de personajes abandonados (inspirado en el personaje olvidado Auster (La noche del oráculo).
—¿Cuántas veces has leído ‘El Quijote’?
—Una, una…
—Tratas de hacer compatible intriga y reflexión literaria. No parece fácil.
—No, espero que la trama intrigue al lector lo suficiente y la literatura no se lo estropee. Mi editor de Una mujer en Pigalle ya me acusó de ser demasiado literario.
—En la novela hay además mucho erotismo…
—Sí. No se me pasa con la edad. Voy camino de viejo verde. Tengo cierta afición al tema y está presente en todas mis novelas, pero además creo que es un ámbito en el que resulta más fácil el juego con el lenguaje, por la necesidad de sugerir o velar, o por la ambigedad y los dobles sentidos que han rodeado siempre al sexo.
—En la novela recuperas como narradora a Monique Marais, la protagonista de “Una mujer en Pigalle”, y regresas al París ocupado. ¿obsesión por París?
—Me gusta. William Martin y Garbo llevaban a esa época, pero podría haber sido la guerra fría o el León de 1937.
—¿Te has divertido mucho escribiéndola?
—He tardado menos que ninguna anterior, menos de dos años y medio, auqnue es algo más corta. Y es la novela que más me ha divertido escribir, sí…

:: Sobre la novela
Ambientada en el París ocupado de 1944, Vermeil narra la historia de Max Leduc, un novelista que es reclutado por la Resistencia francesa para realizar una labor que nadie puede hacer mejor que un escritor: dar vida —verosimilitud y coherencia— a alguien inexistente a fin de engañar a los servicios de Inteligencia alemanes.
Para llevar a cabo su misión, Leduc recurrirá a agentes de la Resistencia que —con nombre e identidades falsas— le ayudarán a llevar a cabo su misión, entre ellos Margot Moreau, una joven fascinada por la protagonista de las novelas de Leduc. A partir de ahí, los personajes reales de la historia se mezclan con los impostores creados para orquestar la artimaña y, finalmente, con los protagonistas de las novelas publicadas por Leduc, que acaban colándose también en la trama.
Con la estructura de una novela clásica de espías, Vermeil ensaya —con un estilo formalmente atípico y arriesgado hasta la temeridad— una reflexión sobre la ficción, la literatura y el oficio de escribir.
«Es una pena que, ya con la novela terminada, cayera en la cuenta de que el León de la Legión Cóndor en los meses previos al bombardeo de Gernika, en abril de 1937, hubiera sido un escenario perfecto: una ciudad que uno se imagina entonces llena de espías nazis y aliados», ha confesado el autor en una entrevista.
:: Sobre Carlos Suárez
Carlos Suárez (León, 1961) es periodista y ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en Televisión Española, donde a lo largo de más de treinta años ha sido redactor, editor adjunto y editor del Canal 24 Horas y jefe adjunto del Área de Sociedad de los Servicios Informativos. Actualmente es editor adjunto de fin de semana del Canal 24 Horas.
Antes de Vermeil publicó dos novelas: Una mujer en Pigalle, (Roja & Negra, Penguin Random House, 2016) y La muerte zurda (Atodaplana, 2004).