Postrimerías (1): posteridad

Por LUIS GRAU LOBO

Luis Grau Lobo.

Morirse ofrece notables garantías de reconocimiento. En un futuro más o menos temprano alguien se fijará en lo buena persona que eras, aunque ahora no le interese lo buena (o mala) persona que eres. Puede que haya reparado en ello, pero le importa una higa. Cuando no puedes replicar o cagarla la gente te aprecia un montón. Y más: una posteridad como es debido adquiere forma broncínea, letras de mármol o aniversarios de pompa y perorata. Pero así en el cielo como en la tierra al difunto le importará la citada higa; el negocio está en otra parte.

Cervantes, caso ejemplar, entrevió o, al menos, jugó con la intuición de su enorme fama póstuma, cuando don Quijote se ufana de los miles de ejemplares que circulan de sus aventuras y las lenguas a que será vertido. Sin embargo, el éxito no sacó al escritor de la miseria que sorprendía a aquella comitiva del embajador francés durante la visita a su casa, situación justificada miserablemente con argumento tópico: «si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo» (citado en la Aprobación de Márquez Torres, Segunda parte). Hoy día, como en muchos otros lugares, frente a la universidad vallisoletana se alza una gallarda efigie bien emperifollada que nombra al Manco «vecino de honor» cuando lo fuera de su cárcel y de un arrabal indigente y deshonroso. De ahí a las ventas y recuerdos manchegos y universales solo hay siglos de mercadería hortera y cansinos ditirambos.

En estos días una película de Amenábar recobra uno de los episodios más reservados de la vida de Cervantes. Poco se prodiga el Siglo de Oro salvo para la alabanza de cartón piedra o como tramoya mosqueteril adobada con alguna cita calderonesca. Todo muy viril y honorabilísimo, por lo general. Por eso ha levantado revuelo el foco puesto en una conjetura antigua. El propio escritor sugiere en el Quijote (I, XL) la homosexualidad de Hasán Agá o Bajá, o Hasán el Veneciano, beglerbey o regente de Argel durante su cautiverio y, aunque se nombra a sí mismo en la historia intercalada del Cautivo, nada dice a propósito de la asombrosa evitación de su destino seguro como fugado –¡cuatro veces!–, que varios estudios han achacado a una relación íntima, especulada ahora en la pantalla.

Ítem más. Gaudí acabó mal en León. En Astorga trabajó hasta que su valedor, el obispo paisano suyo, falleciera dejando al arquitecto a merced de un cabildo que lo aborrecía y expulsado de su propia obra a medio acabar. Y aún: la gran casa leonesa de los Fernández y Andrés (bautizada por lo catalán ¿solo por sonoridad?) se musealizó mucho después de ser legrada y disfrazada de entidad bancaria, como sucediera con la de Carnicerías. Hoy día, una estatua del de Reus, que antes fuera Clarín travestido por mero cambio de apuntes (todos los bisabuelos se parecen), espera sentado profusas celebraciones que en vida fueran ofensas. Sic transit.

(Publicado en La Nueva Crónica de León el 2 de noviembre de 2025)

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