
Húrgura
FERMÍN HERRERO (poesía) y HENAR SASTRE (fotografía)
Editorial Páramo, Valladolid, 2020.
ISBN: 978-84-120484-5-2 / 80 págs. / PVP: 15 €
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«Los poemas que contiene este libro han sido escritos como vaga imitación de los juéjù de la literatura china clásica, de hace once, doce, trece o catorce siglos…», señala el poeta soriano Fermín Herrero sobre «Húrgura», su último poemario, que con ese extraño y neblinoso título acaba de ver la luz de la mano de Editorial Páramo ilustrado con fotografías de la fotoperiodista vallisoletana Henar Sastre.
Reproducimos la «Nota» introductoria del libro, a cargo de su autor, en la que se explican las intenciones que le movieron a escribirlo, así como el significado de la oscura y sonora palabra que le sirve de título:
NOTA
Por FERMÍN HERRERO
Los poemas que anteceden han sido escritos como vaga imitación de los juéjù de la literatura china clásica, de hace once, doce, trece o catorce siglos, una estrofa de cuatro versos, cuya extensión, algo más amplia, y la menor sujeción de su naturaleza, permiten una mayor respiración que la de los socorridos jaikus japoneses, prosodia a la que ya me acogí hace muchísimos años e incluso me atreví a publicar un pequeño volumen, La lengua de las campanas, en el que los alternaba con tankas y cheedokas.
Por otra parte, en este vanidoso vicio de la poesía, de habérseme dado a elegir, hubiera optado sin duda por ser un poeta de la Dinastía Tang retirado a las montañas, no sé, a ser posible un discípulo mediocre del también pintor Wang Wei: de sus poemas Wang Shizhen diría, ya en el siglo XVII, a mi juicio lo máximo, que son “puros y distantes como un agua límpida que se desliza a lo lejos”. De ahí que me haga la ilusoria ilusión de que he cultivado esta estrofa de la lírica china que por su concisión se ha usado para ilustrar las normas esenciales de la teoría poética y que vendría a ser una especie de cuarteta, si bien, como decía, en mi caso, al margen de optar por el metro de arte mayor, no he respetado ninguna de sus peculiares características, a saber: medida regular de los caracteres dividida por cesura en dos hemistiquios, rima y paralelismo sintáctico y semántico por analogía, complemento u oposición entre sus versos, aparte de la estructura tonal inherente al idioma, en forma contrapuntística. Lo único por lo que podrían relacionarse sería porque al parecer jué significa cortado (jù vendría a ser verso u oración, polisemia que también me encandila) y mis poemillas, en otro orden de cosas, recurren con frecuencia al encabalgamiento.
De todas formas, aunque lo hubiese intentado habría fracasado por completo, pues según Guillermo Dañino en su prefacio a la edición bilingüe de Manantial de vino, poemas escogidos de Li Bai, conocido antiguamente como Li Po o Li Tai Po, “el juéjù es una de las formas más logradas y exigentes de la poesía china” y concluye: “su composición supone talento poético excepcional”, don que por desgracia no me ha sido concedido. Es más, el propio Dañino indica que el ejercicio del juéjù “exige fluidez, coherencia, economía verbal, uso sutil de las imágenes, sentidos implícitos y sugerencia”, altas virtudes líricas, añadidas a su llaneza, de poetas como Du Fu, Bai Juyi, el posible Han Shan o los mencionados, que tengo entre mis preferidos de todos los tiempos.

En cuanto al título del manojo de poemillas a la manera juéjù, es una palabra que me fascina por su oscura eufonía aliterativa, aparte de que me recuerda los días, y particularmente noches, criminales de invierno en los que se levantaba el cierzo ladrón tras haber nevado a modo y la cellisca, en mi pueblo cillina, cegaba, impedía ver o desplazarse. Ese clima, que de siempre asimilé con las historias siberianas, me resultaba muy emocionante. No lo era tanto para los transeúntes o camineros que se quedaban atascados en la carretera y debían buscar casi a tientas refugio en algún pueblo, me acuerdo de una cuadrilla que regresó desde el puerto, siguiendo los chopos de la carretera, antes de que los talaran a matarrasa, hasta la cantina de mis padres y al llegar medio congelados, devolvían por el contraste con el calorcillo del cisco del brasero.
Es una palabra que sólo se conoce, me parece, a ambas laderas del puerto de Oncala, en la zona septentrional de la provincia de Soria. Para más inri, en la vertiente que vierte sus aguas al Duero, en la que está mi pueblo, se dice en singular, mientras que más allá del alto del puerto, en la cuenca del Ebro, se pronuncia en plural. Por eso sólo la he visto escrita por mi paisano Abel Hernández, que como es de Sarnago utiliza el plural y sin hache; por mi parte la escribo con hache por intuición y porque tal vez derive de hurgar, en cuanto a batir, remover o agitar algo, en este caso la nieve suelta de los ribazos y sobre todo de los tejados. Me lleva a pensar esto, por similitud de imagen, que es sinónimo localista también de la expresión “una noche de cibera”, en alusión al polvo que se levanta en la tolva de un molino cuando se ceba, se alimenta con trigo o cebada. En ambos casos habría una traslación metafórica parecida, que no explica desde luego la derivación, rara, a esdrújula.
Es curioso que la cuestión de su ortografía sólo la he hablado con Abel Hernández, hace muchos años, en la Feria del Libro de la Guadalajara mejicana, tomándonos un refrigerio. Él pensaba, sin mucha convicción, que el término aludía a unas brujas blancas o a algo así propiamente de las Tierras Altas sorianas, como tengo recogido de alguna parte de su obra, creo que de Historias de la Alcarama. Serían “la personalización de la cellisca, la nieve agitada por el viento, que en las noches oscuras, en torno a la Navidad, ululan por las esquinas de las calles, recorren los tejados y se asoman amenazantes por el hueco de las chimeneas. Las Úrguras son tan perversas que acaban con la vida del caminante perdido, sin un chozo a la vista, en descampado o en el monte. Son más temibles, como es natural, si te sorprenden en medio de la tormenta de nieve y te rodean en noche cerrada”. Y obraba igualmente por intuición al escribirlo sin hache inicial. Seguramente, por edad y condición, llevará razón, pero en último extremo a mí me gusta más así.

No puedo por menos que reproducir, a este respecto, un hermosísimo, como toda su literatura, email, que le agradezco muchísimo, con el que contestó a las noticias que le daba mucho más tarde, hace poco, de la aparición inminente de Húrgura y de su título: “En cuanto a las Úrguras me parece estupendo que entre tú y yo salvemos esta fantástica palabra tan invernal y, por tanto, tan nuestra. A mí me gusta sin hache, sin ningún adorno innecesario, pero puede que tú estés más acertado. Sigo pensando que es un término onomatopéyico del ruido que hace el viento agitando la nieve y resonando en las chimeneas. Lo de las brujas era una pura metáfora. ¡Que vienen las Úrguras! Nos decían de niños en la cocina junto al fuego. Y el grito del viento en la chimenea nos parecía humano y amenazador. En fin, no sé. Seguramente cosas de la imaginación y de los cristales rotos de la memoria”.
Señalar por último que en el origen de este librillo hay otro, Por la tierra oscura (Belleza y tiempo) para el que escogí formalmente los cuatro versos en vez del jaiku, por los motivos que indicaba al principio, a fin de incorporarlos a unas soberbias y para mí muy emotivas fotografías de mi paisano Alejandro Plaza. Durante un tiempo, una vez que di por concluido aquel libro, le cogí el gustillo y me vinieron estos poemas que ahora aireo con la maravillosa (y necesaria para que alcancen, de hacerlo, algún sentido, así como una digna altura estética) compañía de Henar Sastre, a quien en tanto tengo como fotógrafa y como persona.

:: Sobre los autores
Fermín Herrero es natural de Ausejo de la Sierra, Soria. Premio de las Letras de Castilla y León 2014, otorgado al conjunto de su obra. Premio de la Crítica a nivel regional por La Gratitud y a nivel nacional por Sin ir más lejos. Ha obtenido además varios de los galardones más prestigiosos de la poesía actual en castellano: Hiperión, Gil de Biedma, Jaén, Fray Luis de León, Ciudad de Salamanca o Alfonso el Magnánimo. Una amplia selección de sus poemas, que han aparecido en varias de las antologías más representativas de la lírica coetánea, se encuentra en Lastre y en Nunca será bastante.
Henar Sastre es fotoperiodista en El Norte de Castilla desde 1988 y a su vez autora de múltiples trabajos artísticos. Siempre relacionada con el mundo de la cultura, forma parte del colectivo “Simancas, villa del arte”, y de la asociación “AVA, artistas plásticos”; ha colaborado con publicaciones de autores como Miguel Delibes, José Jiménez Lozano o Gustavo Martín Garzo, y participado en numerosas exposiciones (“Sobre escritores”, “Una década de cine”, “Vacce Arte”, “10 Mujeres para empezar”, “Olorama”…). Por su trabajo ha sido galardonada con el Premio Nacional de fotografía por “A través del espejo”, el Premio Ecoperiodista, el Premio a la trayectoria profesional Racimo, entre otros.
