
Medio año después de que saltaran todas las alarmas en la Sierra de la Culebra, en Zamora, con dos incendios devastadores para personas, vida silvestre y medio ambiente, revivimos en este reportaje aquella brutal pesadilla. Los testimonios recogidos nos devuelven, por unos instantes, a aquellas dramáticas fechas y nos dejan desnudos ante la extrema debilidad de nuestro sistema de defensa, político y humano, contra el fuego. La crispación del movimiento ciudadano se auto-reivindicó como “La Culebra no se calla”. Las imágenes hablan por sí solas.
Por ISAAC MACHO
Fotografías: CARLOS BLANCO
Miles y miles de hectáreas de la Sierra de la Culebra, uno de los pulmones verdes de Zamora, han sido abrasadas por unos incendios anunciados y el caos de una gestión que los habitantes de la zona no comprenden y contra la que protestan airadamente desde entonces. Esos parajes ondulados de Zamora, que han ardido delante de sus ojos y a golpe de telediario, no son unos escenarios cualquiera. Forman parte de la Reserva de la Biosfera Transfronteriza Meseta Ibérica; pertenecen a una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA); están catalogados dentro de la figura de Lugar de Importancia Comunitaria (LIC); gozan del sello medioambiental de Espacio Natural Protegido por la Red Natura 2000 y se conocen también como Reserva Regional de Caza.
A Carlos Blanco le corroe la rabia y la impotencia por lo sucedido “porque sabes que con unos medios y una gestión del momento medianamente adecuados, el desastre no habría alcanzado la magnitud tan descomunal a la que llegó”. Al pisar esa tierra arrasada, tras el gigantesco siniestro, “las emociones se tornan incontrolables y te invade una tristeza por todo el cuerpo que cala hasta los huesos”, afirma.
Este alistano de Latedo, gran aficionado a la fotografía, recorrió la Sierra de la Culebra durante varios días y una noche poco después del incendio. “La visión era dantesca, troncos caídos aún en brasas llameantes, por todos lados surgen chimeneas como fumarolas de humo, como tierras volcánicas de otras latitudes, horizontes de cenizas y esqueletos de árboles a lo largo y ancho de numerosos kilómetros”.
Mientras recorre la tierra salpicada de profundas heridas, deja hablar espontáneamente a su aliento contenido: “En ese escenario de desolación, de cenizas, ya no hay vida, nada, silencio absoluto, ni moscas ni mosquitos, ni bichos debajo de las piedras”, manifiesta desolado este zamorano de la migración. “Todo mi ser se estremece, te dan escalofríos, te caen algunas lágrimas, me siento huérfano por los cuatro costados. Se te parte el alma cuando te encuentras algunos jabalíes y corzos que se paran y te miran. En silencio, están gritando que no entienden nada y tú te desgañitas advirtiéndoles: salir de aquí, que ya no hay comida”, previene.
Denis Hahl, de origen alemán, conoce La Culebra como la palma de su mano. Vive en Cional y desde hace tres años administra con su mujer el supermercado de Villardeciervos. Con el incendio, dice, “se nos ha caído el mundo encima”.
“Cada minuto que tengo libre me lo paso con mi perro, me lo pasaba, en los montes que ahora han quedado calcinados en la Sierra”. Después del fatídico fuego, este joven tardó unos días en volver a pisar los caminos de esta tierra asolada.
Pero, después de tantas horas de duelo, en un momento dado decidió, por fin, afrontar el abatimiento que le esperaba porque si no “iba a ser peor, tenía que quitármelo de encima lo antes posible”, reflexiona. Y esto es lo que ocurrió: “Si te soy sincero, de las cuatro primeras horas que me pasé en el monte, las cuatro estuve llorando como un niño pequeño sin saber dónde meterme”, lamenta desolado.
La experiencia de Denis es similar a la de Andoni Miguel -nacido en Vitoria, criado en Lérida y casado en Ferreras de Arriba (Zamora). “El monte me lo dio todo porque aquí llegué sin nada”, se sincera después de evocar sus idas y venidas por la cordillera ya fuera con heladas, viento, sol o lluvia… Con el término “fatal” resume su inicial impresión al acercarse al paisaje achicharrado en el que tantas veces había sido feliz. En tres palabras agrupa sus sensaciones: “¡Casi me muero…!”. Era su primera caminata por los recorridos habituales en busca de setas, a las que es muy aficionado y de las que se ha despedido para mucho tiempo, asegura. “El otro día salí con mi hija y los tres perros al monte y era supertriste ver cómo la niña corría por entre las cenizas con los animales y yo reflexionaba viendo ese entorno que, quizás, ella no podrá apreciar nunca más como lo he disfrutado yo”.
Sus trayectos diarios de Ferreras de Arriba a Riofrío de Aliste, donde trabaja, que es como cruzar el corazón de la Sierra de la Culebra, fueron una titánica lucha interior contra el tiempo y la realidad ante un paisaje lunar. “Me daban ganas de llorar, me entraba un tristeza inmensa”, al echar en falta las maravillosas vistas que tanto había amado.

Óscar Gil Matellanes, de 31 años, natural de Boya y apasionado de la vida del campo, que ha mamado y convivido desde niño con los horizontes calmos de La Culebra, al entornar ahora los ojos y revisar el desastre ecológico sobrevenido de la noche a la mañana, viaja en su primer pensamiento hasta su abuela Vicenta, de 86 años. A pesar de que ella casi no podía salir al campo, nunca renunciaba, señala, a sus paseos en busca de castañas. Una tarea que a partir de ahora no podrá realizar la anciana, simplemente, porque el fuego acabó con estos árboles centenarios de la familia de las fagáceas.
Desde luego, su primera imagen, pasada la debacle, “fue de desolación, impotencia, ya que todo estaba calcinado, robles, castaños, pinos…, había desaparecido todo lo que había conocido desde que nací y, claro, eso estaba muy arraigado en mí hasta los 18 años en que me fui a estudiar. Aquellas experiencias con tan solo 3 o 4 años en las que acompañado de mi padre, iba a sembrar patatas, a cosechar, a cuidar las ovejas, a cortar la hierba y todas las labores que teníamos en un pueblo de tierras muy pequeñas donde la agricultura no había evolucionado, se había ido al traste”. Aquellas estancias en el pueblo en las que Gil Matellanes aprovechaba sus ratos de ocio para disfrutar del monte, sacar fotos, vídeos, hacer senderismo o mountain bike, “en un suspiro”, se habían ido a negro.
A Lucas Ferrero Casado le sorprendieron los primeros rayos –e incendios posteriores- de la tormenta seca en Ferreras de Arriba, a mediados de junio, en el garaje de su casa de Villanueva de Valrojo arreglando un coche.
“Ante esa situación te pones en lo peor”, reproduce, “porque la campaña de incendios todavía no tenía en marcha todo el operativo y hablando con compañeros y amigos pronto nos dimos cuenta de la gravedad del problema”.
Luego llegaría el desalojo de Villanueva por parte de la Unidad de Seguridad Ciudadana de la Guardia Civil (Usecic), un cuerpo de agentes de respuesta rápida ante incidentes de orden público y seguridad. Ferrero Casado asistió a lo que no debe ser un desalojo ordenado, dentro del marco de las normas de un país democrático “y no para entrar por la fuerza en las casas”. Allí presenció cómo algunos de estos números perdieron los papeles, incluso con algunos compañeros de la propia Benemérita. “Yo no quise marcharme, al igual que mi padre, y menos mal que nos quedamos defendiendo el pueblo en la noche del viernes al sábado porque de ese modo conseguimos que apenas se quemaran unos mil metros cuadrados”, resume el joven. De poco sirvió esa generosidad ya que durante la jornada del sábado “se quemó casi todo lo que habíamos protegido, quedando libre de fuego el perímetro del pueblo del lado norte”, asegura.
Bea Antón recorre en coche todos los días, desde hace tres años, el trayecto de Tábara a Riofrío, donde trabaja. Los fines de semana no sale de estas laderas y montes, hijos de La Culebra. Pero llegó el fuego originado en Losacio y alteró por completo sus plácidos desplazamientos. Tras unos días de tormentosa catástrofe incendiaria, cuando ella reanuda su trayecto diario, el paisaje que anteriormente saludaba y despedía, mañana y tarde, se había transfigurado de los pies a la cabeza.
En ese primer viaje, camino del tajo a Riofrío, al llegar a la altura de la huerta que llaman del Rojo, en las faldas de la Sierra de la Culebra, el escenario natural se convirtió en noche-cerrada por su tenebrosidad. Pinos, jaras, urces, robles, hierba y matorrales, todo, había desaparecido de su memoria reciente y se había transformado en ceniza. “Desde ahí, desde la primera curva, desde esa falsa bajada antes de empezar a ascender la Sierra y hasta Riofrío fui llorando”. Bea sollozaba “porque no me podía creer cómo eran aquellas hermosas vistas”, espléndidas, “hace cuatro días”, con sus pinos vigorosos, las graciosas ardillas que saltaban de buen humor entre ramas, cómo los jabalíes y ciervos se cruzaban a escasos metros del coche que conducía y “ahora todo estaba lleno de piedras, de palos negros, de zonas donde no ya ves nada, desolación total… ¿Cómo era esto y cómo ha quedado? Es completamente increíble”, dice atribulada.

Noches en vela
En las inmediaciones de esta sierra, de resonancia salvaje, se construyeron los embalses de Cernadilla, Valparaíso y Nuestra Señora del Agavanzal. Por las aguas de sus numerosos ríos y presas conviven muchas familias de peces y anfibios. En la fauna, tampoco faltan reptiles o multitud de aves. Pero en esta insignia destacada de la geografía de Castilla y León las estrellas son el lobo, especialmente, y después, el ciervo. En menor medida, el corzo y los jabalíes. Sorprendidas por la pira incendiaria, estas especies fueron acorraladas y, seguro, en diferentes casos no pudieron esquivar las llamas que acabarían con sus vidas.
Para el biólogo, Javier Talegón, que trabaja en el entorno de Villardeciervos, “la afección del incendio sobre la biodiversidad de la sierra y zonas limítrofes ha sido, de acuerdo a las primeras valoraciones, muy grave”, responde.
Otro tanto sucede, en su opinión, con las consecuencias para la vida animal. “Han debido ser catastróficas tanto por el número de especies afectadas como por los ejemplares involucrados de cada grupo”. Gerente de Llobu, una empresa de turismo de conservación que pone en valor la importancia ecológica y cultural del lobo en la Sierra de la Culebra, este experto considera que “muchos animales -ciervos, corzos y jabalíes o las aves forestales-, han perdido mucha cobertura forestal utilizada como refugio y, consecuentemente, como lugar donde encontrar alimento, además de quedar sujetos a una mayor exposición a las molestias humanas”.
Y si la valoración del desastre ecológico se circunscribe a la población del legendario canis lupus signatus, “el primer incendio ha afectado, como mínimo, y de diferentes formas, a los territorios de seis grupos familiares y es muy probable, que se hayan perdido varias camadas”, afirma.
La incidencia devastadora de las llamas ha agravado más la situación de los animales “ya que los incendios se han desarrollado en plena época de cría para la mayor parte de los vertebrados: miles de pollos y centenares de cachorros se han podido ver afectados”. Según Talegón, “el impacto para los reptiles -culebras, víboras y lagartos- ha debido ser muy importante, al igual que para las abejas y otros polinizadores, cuya magnitud puede catalogarse de incalculable”.
Los hermanos Tomás e Isidoro Gago, de Cabañas de Aliste, heredaron de su padre el oficio de pastor y aunque habían conocido el asedio de otros fuegos, este ha superado a todo lo conocido. De las 360 ovejas que cuidan, murieron achicharradas un centenar a causa del humo, el fuego y las altas temperaturas, en un primer momento. Se libraron de la muerte segura aquellos animales del rebaño que se encontraban en la nave porque estaban criando a los corderos.
Pero luego el goteo de fallecimientos ha sido continuo. “Aunque las cures”, apunta Tomás, “la mayoría de ovejas enfermas lo primero que hacen es dejar de comer y al poco tiempo, acaban estirando la pata…” Para definir ese primer instante fatídico de la debacle ganadera, este alistano utiliza la expresión “increíble”. Un choque de emociones que le llevó a pasar varias noches en vela.
Por eso, cuando los miembros de la Guardia Civil llegaron a desalojar el pueblo, “yo me puse imposible” y al negarse reiteradamente a abandonar su ganado, que es lo mismo que decir su vida, los agentes de la autoridad le amenazaron con imponerle una multa de 600 euros. “Si se quema usted ¿para qué quiere las ovejas?”, le espetó un agente de la patrulla de orden público. Aquí podría aplicarse la expresión del pensador Blaise Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no entiende», aunque bien entendido que ni mando ni ovejero estaban para bajar a esos detalles.

En ese desamparo, al que el pastor está muy acostumbrado, enseguida surge el pensamiento que corre como una liebre en apuros. Recurre a las lecciones básicas que tan bien conoce: no se limpian los montes, cada vez hay menos gente, si no hubiera sido la presencia de los habitantes de algunos pueblos estos hubieran ardido como la yesca… Esa consistente y variada descripción la firmarían miles de los residentes en estos sitios de la Sierra de la Culebra y zonas limítrofes afectados por el cataclismo veraniego que vieron cómo se salvaron las casas gracias a la heroica decisión de quienes se “achicaron” ante el alboroto organizado de madrugada por la autoridad.
José Antonio Morán, propietario de 400 colmenas repartidas en varios asentamientos de Boya, Cional y Villardeciervos, pasó horas de gran incertidumbre por la suerte que podrían correr sus enjambres.
Tras la primera noche de fuego, y antes de que amaneciese, cargó mochilas y garrafas y se dispuso a apagar las brasas de “algunas colmenas que estaban ardiendo”, no muchas. A otras, les dio unos golpes y se sorprendió gratamente de que la mayor parte del ganado estaba vivo… Al día siguiente volvió a hacer un trabajo de más precisión. Al abrir las colmenas, una a una, se dio cuenta de que en algunas se había fundido la cera, que otras tenían muertas las crías…pero quizás no fueran más de 20 “casas” de abejas las unidades quemadas.
Reconoce que la suerte estuvo de su lado en esta ocasión. Pero no deja de admitir que lleva tiempo “con la mosca detrás de la oreja” por la cantidad de maleza y el abandono secular en que se halla el monte: “eso es un polvorín”. La desorganización de los efectivos, carrocetas perdidas, helicópteros que empezaban a actuar a media mañana…: “es un polvorín…”, aunque nunca pensó que el fuego llegase a tener “una magnitud de estas dimensiones”.

“No pintamos ya nada”
Javier Talegón entiende que aunque la superficie forestal más afectada por el fuego estaba ocupada por pinares de repoblación -principalmente resinero y silvestre-, también se han visto dañados numerosos ecosistemas de enorme importancia para la biodiversidad local. Ahí, explica, “se han quemado castañares (con numerosos pies centenarios), robledales (algunos maduros y el resto en regeneración), madroñeras, bosques de ribera dominados por los alisos, bosquetes de álamos temblones, brezales y otros matorrales mixtos o turberas”.
Con ese negro paisaje desestabilizador para el viajero, Minerva Crespo Cabezas, representante de Turismo Rural tras los incendios en la zona, sostiene que “se nos ha quemado el principal reclamo turístico” de la Sierra de la Culebra: recolección de setas, la berrea, el avistamiento de lobos, la producción de castañas, el paisaje… y admite que la sobrevenida situación les ha dejado “un poco perdidos a los empresarios” del sector.
Irritada por la inacción de los responsables públicos de la Junta que no pusieron los medios para salvar este extraordinario entorno natural, Crespo Cabezas saca consecuencias de lo sucedido y se pregunta: “Si estos pueblos antes no les importábamos nada a nuestros dirigentes, después de lo vivido, ¿dónde estamos?” Y se responde: “A la izquierda de la izquierda del cero, así que no pintamos ya nada”.
La portavoz turística argumenta su tesis en la vieja reivindicación para que se valle la carretera N-631 al objeto de “protegernos de los animales salvajes”, una vieja petición ignorada por las administraciones durante décadas. “Ahora que hemos visto que les ha dado absolutamente igual que se quemara la Sierra de la Culebra, sí que podemos decir bien alto que sí, que estamos condenados al abandono total”. Eso, señala, pese a que “los zamoranos tenemos los mismos derechos que los ciudadanos de Valladolid o Madrid porque paganos nuestros impuestos igual que ellos. Ni amén, Jesús”…
Hundida, al menos temporalmente la actividad turística, el sector agrupado grita para que los futuros esfuerzos no se centren solo en la repoblación. “Sería ideal recuperar el bono turístico utilizado durante la pandemia, necesitamos un empuje para que se reactive la actividad en la zona, que se vuelvan a limpiar las rutas de senderismo, los espacios emblemáticos de cada pueblo afectado por los incendios, las fuentes, los corrales para traer, de nuevo, visitantes”, propone.
La alta virulencia de los dos fuegos en la Sierra de la Culebra y sus zonas de influencia afectó también al patrimonio etnográfico y arqueológico de estos espacios: corrales o pariciones, palomares, casetas de era, cigüeñales, molinos, lameiros, cortellos y pontones tradicionales, sin olvidar los yacimientos arqueológicos dispersos por la zona.
Migue Ángel Martín Carbajo, presidente de la Plataforma en Defensa de la Arquitectura Tradicional de Aliste, no quiere ser alarmista hasta no conocer con exactitud la dimensión final de los daños, aunque entiende que es amplia a nada que “echemos un vistazo al Inventario Arqueológico de Castilla y León de los municipios perjudicados”.
En estos pueblos pueden encontrarse, según Martín Carbajo, “importantes enclaves calcolíticos de la Edad del Bronce, así como asentamientos castreños de la Edad del Hierro y romanos, a los que hay que sumar otros vestigios de las épocas Medieval, Moderna y Contemporánea”.
El responsable de la plataforma alistana solicita a la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Junta la realización del correspondiente “inventario y balance de los bienes patrimoniales con el fin de evaluar los daños sufridos en esta materia como ha sucedido en otras partes del país, tras fuegos de similares características”. Este balance facilitaría, propone, la reparación de las construcciones de las pariciones caídas, un ejemplo de vida pastoril irrepetible que debería ser declarado Bien de Interés Cultural.
Hombres y mujeres que viven al sol y a la sombra de la Sierra de la Culebra han sentido, una vez más, cómo la savia de la desolación y el abandono han recorrido sus venas. Pero ya no quieren practicar la resignación, de nuevo, algo a lo que están familiarizados. Los dos incendios y sus dramáticas consecuencias les han dejado una mella profunda.
Nunca como ahora los pobladores de estas tierras han utilizado las redes sociales para canalizar sus protestas; nunca como ahora demandan responsabilidades a los cargos públicos que con tanta indolencia han gestionado los bienes de interés general. Sin embargo, como tantas veces, han vuelto a sentir de cerca la colaboración solidaria de vecinos y vecinas entre sí y entre pueblos, e inusitada ha sido también la rebelión de tantos ciudadanos anónimos que saltaron como resortes ante tal despropósito medioambiental.

Un apocalipsis se había interpuesto en sus vidas y, por una vez y sin que sirviera de precedente, estaba a punto de iniciarse una cruzada, sin militares de por medio sino civiles pertechados con todos sus derechos, aunque no se supiera su alcance. Ana Ferreras y Lucas Ferrero Casado, dos faros en medio del mar embravecido, levantaron enseguida la voz para crear una asociación con el fin de luchar contra los posibles desmanes que se podían venir encima.
“Enseguida nos dimos cuenta de que nuestras peticiones ante las administraciones públicas caerían en saco roto si no éramos capaces de unirnos de forma organizada como sociedad civil, a través de una entidad jurídica”, recuerda cariacontecido Lucas Ferrero, vecino de Villanueva de Valrojo y presidente de la nueva organización sin ánimo de lucro.
Tan es así, que la prueba de fuego, nunca mejor dicho, la tuvieron Ana y Lucas cuando en un primer momento solicitaron una reunión con responsables de la Junta y nadie se dignó responderles. Ese paso sí se dio, ipso facto, tras la celebración de un encuentro en la Subdelegación del Gobierno de Zamora, curiosamente, perteneciente al partido de otro signo político. ¿Hasta cuándo tendrán que aguantar los electores a algunos responsables públicos que retuercen una y otra vez la ética política hasta límites insospechados?
La nueva criatura fue bautizada como “La Culebra no se calla”. Contundente. Una asociación formada por 42 pueblos que, entre sus fines, se preparaba para denunciar aquellas medidas que fueran contra la integridad y promoción de la Sierra de la Culebra así como la gestión de las reclamaciones de los daños y perjuicios a los habitantes de los pueblos dañados por los incendios. La nueva entidad buscaba mejorar la vida, discreta, de todos los seres vivos de La Culebra y alrededores.
“La Culebra no se calla” publicó un manifiesto urgente, sin grietas, una belleza de síntesis narrativa: “La incapacidad de la administración autonómica para prever, en plena ola de calor, el peor incendio de la historia de Zamora y de Castilla y León y la falta (¿inicial?) de medios humanos y materiales, ha obligado a vecinos, trabajadores de la Junta, bomberos, cuerpos y fuerzas de seguridad, y a otros colectivos de profesionales (no se puede dejar de reconocer el trabajo de los medios de extinción que han participado) a enfrentarse a un fuego de dimensiones desconocidas y a correr un peligro que nunca debería haber existido”.
Y proseguía: “Mientras multitud de familias sufrían la angustia y la incertidumbre de un desalojo, cuando éramos conscientes de que la tragedia para flora y fauna se padecerá durante años, nuestros representantes políticos prefirieron cruzarse de brazos y jugar una estrategia política pensando más en unas elecciones que en la seguridad de la ciudadanía”. Sin comentarios.
La primera acción que llevó a cabo “La Culebra no se calla” fue la convocatoria de una manifestación en Zamora a la que siguieron movilizaciones en Villardeciervos, Ferreras, Tábara y otras localidades perjudicadas. En todas ellas, miles de personas abrazadas en un solo grito, clamaron contra la manera de enfrentarse a ese incendio rebautizado como de 6ª generación –luego vendría otro para más inri- que también se le fue de las manos a los responsables públicos. Pidieron recursos contra la devastación del fuego, activación del operativo durante todo el año, rápidos planes de recuperación y se oyó un grito unánime de los congregados: “más bomberos, menos consejeros”.

“A los que nunca se les quema nada”
José Manuel Soto, responsable de Medio Ambiente de Coag-Zamora, una de las voces más beligerantes a la hora de exigir responsabilidades a la Junta por la nefasta gestión de los incendios, recurre a la palabra “impotencia” para explicar cómo vivieron las personas de la zona aquella sobrevenida situación.
“Cuando ves que el fuego avanza y avanza, que los medios no existen, que se queman las naves, los ganados, los castaños, que el fuego se lleva las setas, que se ponen a desalojar los pueblos de la manera que lo hicieron, cuando ves que las llamas llegan a las casas pues entra el nerviosismo, el cabreo, la desesperación, el caos… piensas: ¿ahora qué hacemos?”, se cuestiona con incredulidad.
Era la pregunta de las preguntas. La tan traída y llevada resignación de los pueblos zamoranos de estas zonas aledañas a la Sierra, saltó por los aires. “En un territorio donde la gente aguanta carros y carretas desde hace mucho tiempo, el desamparo y desafectación de los paisanos ante quienes detentan el poder -a los que nunca se les quema nada-, pues entran en una situación de hartazgo ya que lo han vivido en otras ocasiones.
En los 90 se quemó Cabañas, Ferreras de Arriba, Villardeciervos y un poco después un incendio entró de Portugal por Riomanzanas…, pero ¿qué pasó? Pues, nada”, responde Soto, desalentado. “Los que estaban siguieron, se plantaron pinos, árboles, el monte creció y ahora la historia todo indica que se va a repetir”. Y, mientras, continúa el sindicalista, “los pueblos van para abajo y cada vez se reduce más el padrón”.
Este responsable agrario entiende que es obligado exigir responsabilidades a la Junta, especialmente, al director general de Patrimonio Natural, José Ángel Arranz. “Tiene una larga relación, negativa, con la Sierra de la Culebra porque en los años de la crisis nos metió un tijeretazo a los espacios naturales y a las ayudas. Esta mala gestión es todavía consecuencia de aquellas medidas, estamos sufriendo aquella decisión y ahora vemos que nos hemos quedado sin el dinero, sin monte y sin nada”. ¿Cuál es la reflexión que deberíamos hacer?, se interroga con la respuesta ya preparada: “Pongámonos las pilas, aprendamos la lección para que mañana no vuelva a pasar”, apunta.

Dos monstruos
Los devastadores incendios de este año en la Sierra de la Culebra eran un suceso anunciado. El naturalista José Félix Pérez y la asociación para la Defensa del Paisaje El Cigüeñal habían advertido por escrito, en numerosas ocasiones, a la Diputación y a la Junta del abandono en que se encontraban las labores de prevención en aspectos como la limpieza, el desbroce y el mantenimiento en los bosques de la comarca alistana.
“Nos produce mucha rabia, mucha indignación, mucha impotencia porque las causas de los fuegos fueron naturales, no provocados, y ya lo veníamos demandando con antelación: la prevención no era ni mucho menos la necesaria y la falta de operarios era evidente. Dicho por los propios profesionales, estaban en cuadro”. Es el testimonio de José Félix Pérez, pero podían firmarlo todos cuantos están en contacto con la naturaleza en las inmediaciones de La Culebra.
Por un lado, queda patente esta apreciación y, por otro, que a la vista de cómo actúan los responsables, el futuro es poco halagüeño. “Creo que si no hay una demanda constante tanto de los trabajadores forestales como de los colectivos organizados y de la población, en general, las administraciones nunca van a poner más medios ni a hacer las cosas diferentes porque la Junta y la Diputación son dos monstruos contra los que no puedes hacer prácticamente nada porque son insensibles a este tipo de problemática”, afirma el citado conservacionista.
Es cierto, no obstante, que tras las mencionadas propuestas de El Cigüeñal a Junta y Diputación para la organización de cuadrillas de desbroce para los pueblos en temporada de verano, finalmente, pusieron en marcha un servicio de limpieza “muy básico”, en los alrededores de algunos pueblos.
La demanda, sin embargo, iba más allá. Se solicitaba la creación de un cuerpo especial de desbroce y mantenimiento del paisaje para la comarca de Aliste. Dicha exigencia no se pedía por capricho sino por “el alto grado de abandono de las prácticas agrícolas y por la sangría poblacional que ha padecido esta zona en las últimas décadas ha dado lugar a que el territorio, tal y como lo conocemos -con sus valores humanos, culturales y medioambientales-, vea peligrar su futuro”, recogía uno de los escritos.
Otros aspectos que los demandantes denunciaban eran, además, la extensa vegetación arbustiva que cada día colonizaba más el terreno. Una circunstancia que condicionaba severamente tanto social como medioambientalmente los recursos y que elevaba el riesgo de incendios en la zona poniendo en peligro a poblaciones, viviendas y explotaciones.
En ese gran saco del riesgo que se avecinaba, según los planteamientos de El Cigüeñal, estaba el patrimonio natural y cultural de los pueblos de la comarca: “en una situación alarmante”. Ahí podía hablarse, naturalmente, de los boques, pero también de los bienes etnográficos como puentes, molinos, fuentes, cercas de piedra…, que ya no son utilizados y “que sucumben ante el avance espontáneo del matorral”.
De forma resumida podríamos atender a la propuesta del profesor Fernando Molinero, de la Universidad de Valladolid, quien sugería propuestas consensuadas con otros autores y con una visión de futuro poco explotadas hasta ahora en esta vasta Comunidad: “Si queremos mantener y defender los paisajes agrarios debemos negociarlos, consensuarlos y potenciarlos mediante los contratos para el mantenimiento del paisaje. (…) La sociedad urbana actual debe “contratar” a jardineros de la naturaleza, a gente que mantenga el bosque limpio, los caminos y pistas abiertas, los cortafuegos funcionales, las sernas cultivadas para que actúen de freno de los incendios en los bosques”. Si la Junta tuviese ojeadores del interés general, en estas reflexiones tendría, seguro, materia para rato.

Dimitir, un verbo sin conjugación
Entre las exigencias de los indignados, tras los dos gigantescos incendios de La Culebra, se encontraban dimisiones, tres especialmente: la primera y más reclamada la del consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio, Juan Carlos Suárez-Quiñones; la del presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, y tampoco faltó la del director general de Patrimonio Natural y Política Forestal, José Ángel Arranz Sanz.
Con el paso del tiempo, pronto se vio que en las escuelas de esta extensa región o bien no enseñan a conjugar el verbo dimitir o la didáctica no es la apropiada. O la ética política anda suelta y errante como oveja desorientada. Estos políticos de la Junta no asumen ninguna responsabilidad, pese a la tragedia vivida y sus graves errores. ¿Y si el término fuera incompetencia pura y dura?
Las críticas vienen cargadas de argumentos desde muy diferentes ámbitos: desde los habitantes de los pueblos afectados, desde los sindicatos, Greenpeace, los bomberos que llegaron para auxiliar a las patrullas locales en las tareas de extinción, los propios bomberos forestales, y, por supuesto, desde los partidos políticos que no sean los dos que conforman el actual gobierno regional.
¿Quién da más? No es extraño que, a la vista de esta manera de actuar por parte de los responsables de la Junta, haya voces como la del escritor Ignacio Sanz –autor, junto a Miguel Manzano y Avelino Hernández de Crónicas del poniente castellano– que clamen contra la incuria hacia la comarca alistana.
“Como tantas otras comarcas de la España menguante, Aliste es una tierra hermosa abrasada a fuego lento, una tierra ultrajada por olvidos seculares. De cuando en cuando, además, Aliste arde como ha ocurrido este verano en dos ocasiones arrasando paisajes, faunas y personas. Pero el fuego que le viene devorando se remonta unas cuantas décadas atrás. Se trata de un fuego que ha ido expulsando poco a poco a la gente, un fuego que empuja a salir por falta de oportunidades, es decir, por falta de inversiones, de infraestructuras, un fuego que tiene que ver con abandonos sempiternos”, escribe.
Sanz Martín cierra su argumentario en estos términos: “El alistano es manso y resignado. El alistano es un soñador que resiste pese a todo. Como dijo Claudio Rodríguez: estamos en derrota, nunca en doma. Es decir, que no tira la toalla y sigue soñando con una tierra que no le expulse, una tierra que haga frente a las embestidas de las emigraciones masivas”.

Epílogo provisional
En este rompecabezas en el que los habitantes de la Sierra de la Culebra, bomberos, forestales, sindicatos, ong’s, partidos, alcaldes, cuerpos militares y observadores imparciales han clamado contra la desgraciada gestión de los fuegos por parte de la Junta, no estaría de más detenerse a madurar algunas consideraciones. ¿Qué responsabilidad tienen las administraciones en la desaparición de la cultura de la cooperación contra el fuego, -colaborativa a pies juntillas por las mujeres y los hombres de la zona, décadas atrás-, para que aquel socorro hoy esté hecho trizas?
¿Por qué los vecinos de los pueblos no participan más activamente en la defensa del monte? ¿Acaso los lugareños no vamos en el mismo barco que los dirigentes públicos cuando se trata de evitar los negativos impactos ecológicos de los incendios, la destrucción de la biodiversidad y el aumento de la desertificación?
La asociación “La Culebra no se calla”, con la vista puesta en impedir nuevos desastres, planteó al presidente de la Diputación fijar puntos de encuentro en los pueblos para formar a los vecinos en planes de evacuación ante situaciones de emergencia. También propuso a la institución provincial que cada localidad disponga de 5-6 equipos batefuegos y mochilas como herramientas sencillas, pero eficaces, para responder ágilmente en los primeros instantes de un desastre de este tipo.
¿Cómo es posible que los ayuntamientos, sobre todo, los situados a las faldas de la Sierra de la Culebra no dispongan de planes concretos de evacuación, conocidos por todos los vecinos, ante la amenaza cierta de las llamas? ¿En qué piensan los alcaldes y sus corporaciones, la Diputación y la Junta para proteger a sus conciudadanos?
Los dos dramáticos incendios ocurridos ese pasado verano en La Culebra segaron cuatro vidas humanas, calcinaron miles y miles de hectáreas y provocaron masivas evacuaciones en decenas de pueblos. Aquellas llamas, a lomos de vientos huracanados y tormentas secas, trajeron la ruina medioambiental a la zona y han puesto de manifiesto una descomunal descoordinación de la cúpula de la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio.
Pocas veces, los habitantes de estos pueblos se enfrentaron a las autoridades con hechos y palabras –de trazo grueso en algunos casos-, hartos de la desidia con que han sido tratados históricamente.
Buena parte de la superficie de la Sierra de la Culebra sufrió quemaduras de tercer grado en la piel, en la sangre, las manos, los pies y los genitales. Afectan a capas profundas de su dermis y de su materia orgánica. Este pulmón de la provincia de Zamora dejará de captar CO2 de la atmósfera y no lo convertirá en oxígeno, que nos permita respirar, durante mucho tiempo.
Pocas veces, estos pobladores zamoranos han seguido con tanta ansiedad las redes sociales o han llamado insistentemente a sus familiares para autoengañarse y pensar que no, que el monte que les vio nacer no se había calcinado.
Desgraciadamente, no era cierto. La Sierra se había chiscado, “y todavía queda mucho por quemar…”, advierten algunos particulares entre socarrones y desconfiados. ¿Será el último suicidio colectivo?
