Por CAMINO SAYAGO
El escritor y ex director del MUSAC Manuel Olveira presenta esta semana en Madrid “Muero todos los días 2020” (Libros de la Resistencia), su segundo libro en torno a un poemario que nació en León en 2013 y que ahora cierra con esta nueva entrega escrita durante un intervalo forzoso, el tiempo de la pandemia. Será este miércoles 6 de marzo a las 18:30 en la librería Enclave de libros y estará acompañado por Olvido García Valdés y Cristina Santamarina. Cuatro días después, el domingo 10 de marzo, la cita se repite en el “Speakers” Corner, a partir de las 12:30 horas dentro de la programación de actividades de ArtsLibris en ARCO. Nos lo cuenta en esta entrevista.
Primero fue Muero todos los días 2013-2021 (Eolas ediciones, 2021), que reunió cuatro libros publicados bianualmente hasta 2021 por Manual de Ultramarinos y con un mismo título. Y ahora, pronto verá la luz un nuevo eslabón de esta serie «Muero todos los días 2020” publicado por Libros de la Resistencia, que comenzó y finalizó en León, la ciudad que le acogió durante su desembarco en el MUSAC, a cuyo frente estuvo durante ocho años.
El relato en esta ocasión se suspende en una etapa incierta, la de la pandemia. Escrito entre los meses de marzo y junio de 2020, a modo de diario, cuenta la experiencia emocional del autor en ese periodo de confinamiento, muy circunvalado por la lectura. Y se divide en dos partes, que Manuel Olveira define como dos poemas largos. Los dos hablan de lo mismo -la casa -, y en medio de ambos incluye una fotografía de un ramo de saucos, recolectados en sus paseos por la orilla del Bernesga, las únicas incursiones al exterior que se podían hacer en aquel momento.
Si en el anterior libro el autor recorría diferentes tiempos, el de la memoria y la escritura, (relacionados con el origen, el deseo, el trabajo, el arte, el museo), “tiempos que se van y vuelven cíclicamente, que se superponen entre sí y a los que se superpone el propio tiempo de la escritura”- como el mismo explicaba-, en este segundo poemario el tiempo se mide desde el interior de la casa, donde transcurre una vida velada para los demás, solo acotada por los rayos del sol, y donde se prolonga su voz interior.
También se indaga en un habla, el poema como habla interior, un habla activa políticamente, como remarca Olvido García Valdés en el texto que se incluye en este nuevo volumen. Y así lo subraya el propio autor: “Creo que toda esa voluntad de hablar conecta con el habla interior y con un posicionamiento político, inherente a esa voz que necesita hablar”.
¿Cómo concibes este nuevo diario de tu estancia en León?
Muero todos los días 2020 (libros de la resistencia, 2024) es la última aportación literaria de las tres realizadas en mi estancia en León. Tras el ensayo Habla del cuerpo social. Pandemia y politización del espacio público (Brumaria, 2022) y el poemario Muero todos los días 2013-2021 (Eolas, 2021) sale este nuevo libro de poemas escrito en León durante el confinamiento y la desescalada, entre marzo y junio de 2020.
Los dos poemarios se titulan igual, Muero todos los días, y solo cambian los años, 2013-2021 el primero y 2020 el segundo. De hecho, los dos libros, además del título, comparten un punto de partida procedimental e incluso formal; pero el tamaño y el tono del segundo exigió independizarlo del primero.
Mientras que Muero todos los días 2013-2021 trata sobre mis ocho años de vida profesional y personal en León como director del MUSAC, por decirlo de una manera breve, Muero todos los días 2020 se centra en los meses del encierro pandémico y en la vivencia del mismo en un décimo piso de la calle Roa de la Vega, desde cuyas ventanas veía el cielo, la luz del sol que entraba en el apartamento e interactuaba con la pared o con los objetos domésticos; y también imaginaba el espacio público al que no podía ir (el río, el campo, el mar que me estaban vedados como al resto de la ciudadanía).
El título es el mismo que el anterior, hace referencia a la primera epístola a los Corintios.
El título es una cita adaptada de Corintios y hace referencia a lo que ocurre cada día (creo que lo cuento todo de esos ocho años, desde mi vida personal o emocional hasta la profesional, aunque ciertamente no explico nada) o lo que hacemos diariamente (en mi caso escribir a modo de diario) y, a la vez, a las pequeñas muertes cotidianas, que también pueden ser resurrecciones. El título habla de la intensidad con la que uno es atravesado por la vida y, a la vez, habla de la importancia de la cultura en general y de las referencias literarias en particular. Mucho de lo que escribo proviene de lo que oigo o leo y utilizar una cita en el propio título es una manera de explicitar la procedencia de lo que escribo y mi deuda con lo que leo en los libros o con lo que escucho en la calle, en el cine o en el tren.
En relación con esta explicación del origen del título, están las fotografías incluidas en los dos poemarios: son humildes arreglos florales que siempre ponía en la mesa (donde compartían espacio con los objetos de uso diario como libros, documentos, gorros, guantes o dinero) y que recogía de la orilla del Bernesga o del Torío o de lo que los jardineros tiraban tras las podas. Recoger esas ramas fue una actividad paralela a la recogida de palabras leídas o escuchadas.
¿Es un poema extenso? o ¿Son dos poemas largos con una imagen?
Es un único libro que tiene 2 partes, la 1 y la 3, como se explicita en la primera página. Entre ellas, una foto de ramas de saúco que denomino “encarnadura”.
Ese juego con el número de partes del libro proviene de un libro de Valcárcel Medina, 3 ó 4 conferencias, publicado por la ULE en 2002. El libro tiene dos partes que se pueden identificar genéricamente con la percepción diaria de la última luz del día incidiendo en la pared y en las cosas de la casa, la primera, y la segunda, con la misma percepción una vez se ha ido la luz natural y encendemos una lámpara que incide en la misma pared y las mismas cosas todos los días monótonamente.
Las dos partes son como un río continuo, una línea que se desplaza, en tercetos, siempre igual por las páginas del libro; pero cada una presenta una serie de secciones o unidades, en la primera parte identificadas por un verso en versalita y en la segunda por tercetos en cursiva. Estos últimos son citas, más o menos modificadas, de diversos autores que leía en esos meses y que constituyen parte de la memoria emocional de ese momento. Entre esas citas aparece la frase Rezan los artistas, que fue una obra que Carlos de la Varga pintó (¿de forma premonitoria?) en la fachada del MUSAC antes de la pandemia y que se quedó allí durante meses como expresión ambigua e incidental de la desesperanza y el dolor de los tiempos que a todos nos tocó vivir con más o menos desenlaces luctuosos.
La foto que se introduce entre esas dos partes, la 1 y la 3, sería en todo caso la parte número 2, una parte del libro no textual. Esa imagen es lo único del exterior que entra en el libro que, por otra parte, habla casi en su totalidad de un interior doméstico. De hecho, si en el libro se habla de un río o de un mar, en realidad es lo que se imagina desde la casa. Esas ramas de saúco las recogí de la orilla del Bernesga un día que desobedecí la “orden” de ir directo a casa tras el trabajo y me acerqué, puede que ilegalmente, al río para constatar que río y la vida seguían fluyendo. Es una imagen exterior y salvífica en medio de esos meses de paredes y puertas cerradas.
El tema del tiempo sigue siendo fundamental. En el anterior libro recorrías el tiempo de la memoria y el de la escritura. ¿Cómo transcurre en este nuevo libro?
El paso del tiempo y la memoria, por frágil y hasta incómoda que sea, son cuestiones que atraviesan la escritura. Se puede ver tanto en mi novela Todo el tiempo del mundo como en los dos poemarios de Muero todos los días, en los que a modo de diario la escritura da cuenta de las fragilidades y derrotas de todos los días. En esos tres libros el tiempo vivido, el recordado y el escrito se entrelazan, se compinchan y se complican mutuamente. En definitiva, a través de la escritura la vida tiene otra vida.
La luz del sol y las ramas recogidas en el río vertebran el relato de lo cotidiano, de lo que acontece en el refugio del hogar. (“En la pared asoma el reflejo temporal de este diario”), (“se pone encima un espectro aquí en el arreglo floral”).
Lo que todos y todas teníamos, con suerte, era una casa, una intimidad que cada uno vivió como pudo o supo, con dolor o con placer. Y en esa intimidad, la mayoría de nosotros realizó una y otra vez tareas y rutinas diarias. En mi caso, siempre leía por la tarde tumbado en la cama, miraba la luz del sol (esa luz de León, siempre especialmente intensa, y más cuando vives en un piso alto con ventanas abiertas al este y el oeste) incidiendo en la pared, en el rincón y en las cosas de casa, y la veía irse. Luego, esperaba a que la oscuridad me impidiese leer y entonces encendía otra luz, la de una lámpara, que incidía sobre los mismos lugares y cosas. Cada día la misma luz y las mismas cosas y los mismos aplausos y, sin embargo, cada día diferentes. Casi me resulta sorprendente que algo tan mínimo y tan repetido diera para un libro tan largo.
La soledad y el temor experimentado durante la pandemia están presentes en todo el poemario. (“Todos estábamos muertos o en casa aquellos días”).
Hay un libro de Olvido García Valdés que se titula Y todos estábamos vivos. No sé si me influyó. En todo caso, es muy obvio que todos estábamos, con suerte, en casa (que para algunos era como una muerte, por la inactividad) y otros por desgracia estaban muertos. Incluso aunque en nuestras casas o en las de nuestras familias y amigas nadie muriese, todos sabíamos que en España las muertes diarias llegaban a los ochocientos y en el mundo a miles. La enfermedad y la muerte estaban fuera, acechando, y llegaba a nuestras casas cada día con las noticias. Para algunos, la muerte fue una dolorosísima realidad, en muchos casos extremada por el abandono, como ocurrió en las residencias de muchos lugares, especialmente en la Comunidad de Madrid, donde muchas personas murieron sin atención en la más espantosa soledad. Vivimos con dolor compartido la tragedia de la muerte y la tragedia del dolor tremendo de no haber acompañado a nuestros seres queridos en su muerte.
¿Escribir alivió el aislamiento? (“Aún así se atreve la voz porfiada insiste en salir). ¿Y la lectura?
Escribir es una forma de acompañar la vida y de dar cuenta de ella. Es en sí misma una forma de vida, un tanto secreta y rara. Durante el confinamiento muchas personas tuvimos tiempo para leer y escribir. Creo poder decir que el encierro y el aislamiento fueron llevaderos en parte por el acceso a libros, películas y recursos digitales que muchos museos y bibliotecas se esforzaron por poner en manos de la ciudadanía. Creo también que se demostró en esos tremendos momentos que, una vez solucionado lo básico de la vida como era el techo y la comida (algo que no todos tenían ni tienen, no debemos olvidarlo), la calidad de vida dependía de la cultura porque es el arte, la literatura, el cine, etcétera lo que hace la vida más rica.
En mi caso, y creo que en el de muchas personas, hubo, además, una necesidad de hablar y comunicar. Sobre eso reflexiono en mi ensayo Habla del cuerpo social en el que identifico como un “habla” la pulsión gráfica, los carteles y panfletos que aparecían en puertas, ventanas y otros lugares del espacio público realizados anónimamente por muchas personas (por eso lo califico como habla del cuerpo social). En ese ensayo relaciono la pandemia del covid-19 con la del sida a principios de los años 80 del siglo pasado. Una de las frases lanzadas por los activistas de ACT UP, y que luego fue muy repetida, decía Silence=Death, el silencio es igual a muerte. Pienso que de forma inconsciente, muchas personas entendimos que, rodeados por la enfermedad y la muerte, era importante hablar. Cada una lo hizo a su manera: unos escribimos en cuadernos (que a menudo han acabado siendo libros, como Muero todos los días 2020) y otras personas escribieron frases esperanzadoras o críticas en puertas y ventanas (que también han acabado en compilaciones como el Archivo covid-19 del MUSAC, entre otros, o en libros como el ya mencionado Habla del cuerpo social).
«Ramas de saúco. Encarnadura». Notas de lectura sobre «Muero todos los días 2020» de Olvido García Valdés
«Un poema extenso, modulado en dos partes, que remite a un interior –son los primeros meses de confinamiento y desescalada, durante la pandemia–, que remite a una casa. ¿Qué es una casa?, ¿qué acogimiento, calidez, soledad, aislamiento produce?
El tiempo del poema es a la vez continuo y discontinuo, y cuenta con la reiteración; es continuo en la vida, puro transcurso, y discontinuo para la escritura; cada día, contemplar ese transcurso, dar cuenta de él: la fijeza de la hora, la del atardecer y caída de la luz en el interior de una casa, sobre una pared –«he escrito lo mismo todos los días»–. El transcurrir es de la luz que da forma y sustancia a los objetos; cotidianeidad de las cosas y la mirada, repetición de los gestos, siempre lo mismo y nunca igual. […]
En Muero todos los días 2020, se indaga también en un habla, el poema como habla interior, no menos activa políticamente en nuestro modo de inscribirnos y reconocernos en el mundo. ¿Qué es un habla interior? Es la que acude sin buscar escucha (la posterior publicación o no de un texto es indiferente). Un habla interior murmura y se para, repite, es discontinua, se entrelaza con la respiración; raramente es de la alegría, su ánimo va hacia dentro, reducido y suelto, ensimismado, acunado entre las cejas.
El habla interior es política porque nada debe, los discursos no la rozan, como el niño embebido dibujando con un palito en la arena. Cuando parece que todo miente, el habla interior modula las palabras, sus silencios; es un espacio –como el de la calle– de expresión necesaria y libre. Pensar, ser melancólico, abstraído, observar, cavilar, renunciar momentáneamente a estar con los otros es resistir, crear un espacio de calma, de escucha, antes de salir a la vida.
:: Sobre Manuel Olveira
Manuel Olveira (Porto do Son, 1964) es licenciado en Historia del Arte (USC, 1987) y Bellas Artes (UB, 1994). Fue director del Centro de Producción y Residencias Artísticas Hangar (Barcelona, 2001-2005), del Centro Galego de Arte Contemporánea, CGAC (Santiago de Compostela, 2005-2009), del Ágora, Centro Cultural para el progreso social (A Coruña, 2010-2011) y del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, MUSAC (2013-2021). Además de textos sobre arte y artistas tales como Julia Montilla (CGAC, 2007), Francesc Ruiz (CGAC, 2007), Babi Badalov (Nocapaper, 2017), Luis Camnitzer (MUSAC, 2019), Wolf Vostell (Puente editores, 2019) o Hessie (Nocapaper, 2020), ha publicado el proyecto editorial Complot (Ayuntamiento de Terrassa y Hangar, 2004), los libros de entrevistas que llevan por título Entre-vista (CGAC, 2008), Conferencia performativa (This Side Up, 2014) y Cómo vivir con la memoria (Puente editores, 2018) y, en colaboración con José Iges, El giro notacional (CENDEAC, 2019). Brumaria editó en 2022 su ensayo Habla del cuerpo social. En el campo de la literatura ha publicado la novela Todo el tiempo del mundo (Libros de Rocamadour, 2014) y el poemario Muero todos los días 2013-2021 (Eolas ediciones, 2021).

