Prosapiens (33)

ideias

Nueva entrega del poeta, ensayista y crítico literario uruguayo afincado en México, y que forma parte de un libro en curso –”un libro que escribo cuando me entra una especie de velocidad de ira”–, titulado ‘Prosapiens’.

Por EDUARDO MILÁN

Remanso: un poema existe. Remanso: un tatú. Yo no me acercaría tanto. En dos niveles, un ladeado hacia la izquierda, un ladeado a la derecha, lo que se dice un tumbao, bajan por la avenida principal. Yo no me acercaría demasiado. Qué prepara la vida que se vive sino una vida latente, siempre entrañable mientras no aparece. El recién nacido no coincide con su espera. Mientras no se pueda predecir, en el sentido de dirigir la aparición –ese director que ensaya como castigando parece más un hitlercito de poca monta, un rajadito de a pie: no me parece nada pintor, nada poeta frustrado– todo va viento en popa. Cuando se quiere intervenir para evitar torceduras posteriores, atrocidades posibles, enfermedades, cáncer, asaltos. Había un imbécil de 21 años que se sentía feliz porque le tocaba un mundo post´-humano. “Mirá, me meten un chip en el brazo y ya está. Feliz”. Yo tenía 60 años –hace unos días– y lo miraba con ojos sesenteros. Lo miraba casi con desprecio, es decir, con piedad, eso que se siente hacia alguien que no sabe qué perdió. Sesentero: así se llama el pasaje entre sinuoso y sereno de poeta medio entendido a retirado rockero. O pregúntenle a Ildefonso, poeta y sax, que tiene la misma edad. Yo me imagino a mi Von Kleist particular –Paco Espínola hablaba de su vaso particular– bajando por un acantilado siempre abismando allá, horizonte violeta en la frente, nube grisnaranja amenazante. Tormenta. Hay tormenta cerca. Yo me imagino un 68 en marcha contra los colmillos del trabajo de planta, las plantas asalariadas del sudor diario que cumplían en Europa algunos sudacas cuando un Cóndor operado los corrió del Sur. Cóndor de los Andes operado de su libertad de altura. Yo me imagino a mi cóndor de los aires, cóndor andino con su vista de dragón y su fuego que no se muestra, mi cóndor con minúscula sin charreteras, plumas de aire frío, nadie lo quiere mucho. Tampoco a la libertad la quieren mucho. En Uruguay, pese a todo y a Mujica, todavía no lavan la palabra Libertad, nombre de un paraje con una gran cárcel adentro y, adentro, con unos miles de presos políticos. Síntesis del embutido: la libertad presa política. No es un venado, no es un alce, no es un jabalí. ¿Sabrán cuál es su presa? ¿A qué le tiran los políticos jactados de su democracia disfuncional? Claro que sí. Esperan fuera del monte a que salga al claro. Democracia no hay. Remanso: un poema existe. No como forma de consuelo. No hay peor poema que el poema-consuelo, poema para aterrados: poemamá, poemantra nueva era om-om –y no ñam-ñam que se come la comunicación– todo poemudo de presente callado esperando futuro a la sombra: poemas del regazo, de las ramas, de las mamadoras de mañana maniatadas en el palo de hoy. Mirá esas sirenas, loco. –Mirá no, loco. Escuchá esas sirenas bajando de la noche por el invisible nosotros.

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