
En un vistazo, yendo de paso, qué cosas se ven. Desde el autobús, una pintada: ES YA IRREMEDIABLE SER UN MENDIGO. Literal.
En el escaparate de una librería, la portada de un libro, su título: EL PLACER DE DEJAR DE FUMAR. Hay una foto coloreada de una mujer rubia y feliz, muy Reader´s Digest. Y a uno, exfumador para siempre pesaroso, se le ocurren un larga lista de libros con títulos como: EL PLACER DE PERDER A LOS AMIGOS, EL PLACER DE QUEDARSE SOLO, EL PLACER DE PEGARSE UN TIRO, etc, etc.
Me cruzo con una mujer irreal, tarasca viviente, morenaza, todo en pompa, 1,80, qué novia de Frankenstein, qué cuerpazo salido del bisturí y de los tratamientos hormonales. Trasgénero puro, el anuncio de un libro de Beatriz Preciado.
En la acera de enfrente una anciana avanza con su andador. Va vestida de verano, qué veraniega va, pintada como una muñeca, cejas perfiladas con el lápiz, sombras en los ojos que son ojeras mortales ya, que le dan una mirada de pavor ante lo que se avecina, va hecha un mascarón de escayola en su andador.
Qué dos figuras extremas en la misma calle, a la misma hora.
Un escaparate vacío, lleno de moscas muertas.
Hace muchos años, un día sí y otro no, se asaltaba una farmacia en la ciudad. Yonkis, conocidos, los de Corea, o los de Ordoño. La farmacia era deseable, había venenos muy activos. Ya lo vio Lorca en Nueva York; “Y la gente buscaba las farmacias donde el amargo trópico se fija”. Así de precisa es siempre la poesía: el fije, the fix; y amargo (hay que haberlo probado para saber que sabe y se siente amargo).
El orgulloso va en su soledad como si fuera el portero de un cine: su orgullo se ejerce en el poder de dejar pasar a casi todos.
Paso por el ojo del puente antiguo por donde antes pasaba el agua, el agua de los baños del verano, mortadela y chocolate del Economato en la merienda, humos fétidos de Abelló, risas, hierba y hollín… También pasaba el agua dura del invierno, en remolinos. La cuestión es más antigua: ¿Soy el mismo que pasó ayer?
Pregunta viciada, pero vuelve y da una imagen risible: yo soy, mientras me hago la pregunta, un Heráclito nacido en la calle que viene justo a la derecha, al pasar el puente, un Heráclito del barrio del Crucero.
En el puente de la estación me cruzo con dos jóvenes africanas, rotundas, reidoras, redondas como dos madres mamíferas. Y me llega un olor a vainilla, paladeable, mientras les oigo hablar alto en su lengua, cantarinas, dicen palabras que suenan pulidas como ídolos de ébano, quedan suspendidas en el aire y más olor a vainilla, flan, polen…
(Después de pasar los dos puentes, el viejo y el nuevo, al pensador se le vio abismado ante el escaparate de una juguetería: buscaba con afán un cochecito: el Renault cuatro cuatro de su niñez).
Apeadero de León: prados con sebes arcaicas, vacas indígenas… ¡Qué lugar de retiro!
“Dejo esbozado este paisaje mental. Cuyos límites me desalientan, a pesar de su asombrosa prolongación por el lado de …”
(André Breton, Nadja)
Se le vio parado en mitad de la aceras, escribiendo en una libretita. ¿Será un funcionario que toma nota de algo que los demás no vemos? ¿Estará poniendo una multa? ¿O será que es escritor?
certero escaneo urbano, como de costumbre
Me gustaMe gusta