
Por CLAUDIO HOCHMAN
Acabo de terminar de leer Lo pasado pensado, un maravilloso libro del historiador Felipe Pigna. Relata, a partir de pequeños reportajes, la historia argentina entre los años 1955 y 1983. Es un texto movilizador, profundo y contundente donde los protagonistas reales de la historia, de los más variados colores políticos, dejan testimonio de sus pensamientos y vivencias.
Uno de los textos que más me emocionó fue el de Joan Manuel Serrat que, entre otras cosas, dice: “Hay que contarle sobre esos días terribles a los muchachos, porque los pueblos que pierden su memoria pierden la llave de la historia.”
Me llamó también la atención un comentario del dramaturgo Roberto Cossa. Él explica por qué pudo funcionar durante la dictadura el ciclo Teatro Abierto donde se estrenaban obras que podían ser censuradas. Dice, entre otras razones, que en el teatro de «arte», cuando uno habla de éxito masivo, habla de unos diez mil o a veces veinte mil espectadores que ya tienen posiciones tomadas, de manera que no son espectadores ingenuos, como los de la televisión, por ejemplo. Quiere decir, de alguna manera, que el teatro no era peligroso.
Esto me hizo pensar en aquella frase de Brecht que decía que él no era tan tonto como para pensar que porque hacía un teatro político, la gente saldría del teatro, agarraría una ametralladora y haría la revolución. Por más intencionalidad que tengamos no sabemos qué le queda a cada uno de los espectadores. Pero estoy seguro que algo les queda.
Algo queda impregnado en algunas de las posibles memorias: una imagen, una palabra, un color, un pensamiento, una sensación… Hace poco pasé por un librería y vi un libro de Tennesse Williams. Instintivamente lo agarré y sin dudarlo lo compré. No había leído nada de él desde que tenía quince años, cuando al mando de Miguel Guerberoff, en un pequeño club judío-progresista de Buenos Aires, hicimos el Zoo de Cristal.
La memoria funcionó como detector: si el nombre del autor no hubiera estado en mi disco rígido, tal vez hubiera pasado por alto el libro. Este año voy a trabajar con mis alumnos sus obras. Me acuerdo pocas cosas de aquel montaje, pero con poco esfuerzo me vienen los textos del personaje que yo hacía… A pesar de ser efímero, algo siempre queda impregnado. Por eso creo en el teatro como un juego de memorias.
Dentro de poco estrenaré en Lisboa una obra de Bernardo Santareno. Se llama Portugués, escritor, 45 años de edad. Santareno hace una especie de despedida, harto como está de la censura, cansado de la falta de libertad en que se vivía durante la larga dictadura de Salazar. Un personaje, su alter ego, anuncia que será su última obra. Por suerte no lo fue y, además, fue el primer texto portugués que se estrenó después de la Revolución de los Claveles en 1974.
Algunos me preguntan cómo puedo trabajar un texto de una época que no viví, que no sentí en la piel, pero para mí es relativamente fácil hacer memoria y dejarme llevar por las sensaciones que lamentablemente conocí durante la dictadura argentina. Un ejercicio de memoria para que quede memoria. Para que los muchachos de hoy en día sepan qué pasó hace no mucho tiempo. Para que, como dijo Serrat, no pierdan la llave de la historia.
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*Claudio Hochman es director, dramaturgo y docente.
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