«Nadie duerme». Xina Vega

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La portada.

Nadie duerme
XINA VEGA
Ed. Pepitas de calabaza, 2017

Por ILDEFONSO RODRÍGUEZ

Las dos novelas anteriores de la escritora gallega Xina Vega exploraban territorios muy distintos, alejados pero complementarios. Cardumen es una crónica de sentimientos y memoria familiares. Dark butterfly, con la apariencia de un informe casi clínico, indaga en la destrucción progresiva de una mente, en la locura y el suicidio.

Ahora la plasticidad de su escritura y de su imaginación, un imaginario poblado, una imaginación que sabe dar el salto y nos sorprende, le ha permitido alzar un pequeño mundo que, en apariencia, vuelve a alejarse de las obras ya hechas, es decir, no permitirse la repetición o el acomodo a lo ya sabido. Como si se dijera cada vez: escribir es salir en busca de lo nuevo, un gozo y un combate con la escritura misma que, en definitiva, es no sólo la herramienta, sino la razón misma del cuento que se va narrando. Un pequeño mundo (es una novela breve, 87 páginas) pero que es un enclave, un punto demarcado bajo las constelaciones.

Nadie duerme sucede en un nowhere land, “fuera de sagrado”, pero lo conocemos bien, es un motel en el cruce de carreteras y caminos de Benavente, lugar de paso, gasolinera, camioneros, viajantes, mujeres en su viaje personal, una pareja, una chica perdida. Lugar tan reconocible y, sin embargo, extrañado desde el inicio mismo del relato, paisaje lunar, asiento de un relato poético (no hay que alarmarse, hay que perder el miedo a la poesía, que puede ser y deber ser la precisión misma, por ejemplo: “Las criaturas de la luna huelen y rondan las cabañas”) que trama, con técnicas narrativas muy diversas, las historias de unos personajes en la noche, la crudeza de unos hechos. Como si asistiéramos a una obra de teatro que se despliega ante el lector en un escenario que a veces parece una maqueta y otras se dilata hasta ser cósmico (la noche, las constelaciones ahí arriba). O un guión cinematográfico que hace progresar el relato con cantidades variables en sus actos y entreactos, estampas, desarrollos de la acción. De fondo, siempre la escritura, otra vez hay que decirlo, el arrebato de una escritura que tiene a Lorca, a Valle-Inclán (un dramatis personae como éste: “La mujer cansada, el galán frustrado, el africano clandestino procuran entablillar las alas tronzadas de este pájaro joven que golpea contra el cristal y que no sabe todavía defenderse del frío”), a Cunqueiro en la punta de la lengua: un lujo verbal ajustado a su propósito, exacto siempre.

Traducida la novela por la autora desde su gallego original, en ambas lenguas sabe ejercer un poderío, no es sólo dominio, es eso, arrebato y sabiduría, cultura literaria, una lectora (y una excelente traductora, como se lee en su biografía), con el vicio de la Literatura, esa adicción que nos da el calor y la medida de ciertas escrituras con independencia del territorio en que se ejerzan y descubran.

Un hallazgo es ese no land a la vista de todos, el lugar de paso donde se tejen las conexiones entre unos personajes que son cáscaras, aunque dolorosas, de acontecimientos. Conexiones muy precisas: “Desde la aldea mozambiqueña, porosos ladrillos de adobe y reseca tierra roja, desde la villa de O Carballiño, moho en las casas y fango verde en los caminos, dos seres convergen esta noche, se encajan uno en el otro como muñecas rusas”. Seres que parecerían los hombres huecos de Eliot, máscaras vacías, representaciones de lo que son o parecen ser, actúan para nosotros esa noche en la tierra, en un motel de Benavente, o para un ojo también insomne que sobrevolase el lugar, el enclave, con una cámara aérea.

Pero son capaces de aparearse, de hacer el simulacro y hasta el logro final del amor. Encajan en actos crudos, en la casete suena la salsa catre, pero la cutrez es trascendida, está ahí y es otra cosa así nombrada, es parte de la vida. No hay corrección política (las elipsis son estilo, montaje), no hay eufemismos para dar nombre a lo que sucede, a las cosas: el lujo verbal se renueva en los vulgarismos, coloquialismos, metáforas que deforman los órganos sexuales; o se los llama como siempre se los ha llamado, aunque tengan infinidad de nombres, raja, polla. La crudeza verbal, que es simplemente la vena expresionista del lenguaje, con múltiples alianzas (los claroscuros de Valle, los del realismo más extremado) alza un fresco con grumos y escorreduras de sexo, el territorio queda marcado con orines, así hacen las bestias y también los humanos. Hay hibridismo y mecánica sexual, vagina dentata, metamorfosis. Pero no es realismo sucio, todo parece aspirar a ser símbolo, ¿de qué?, de lo que ahí, bajo la noche, les esta sucediendo a esas muñecas rusas, esos simulacros de nosotros mismos, yo, tú, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano.

Los personajes, que representan tipos o caracteres, tienen cara, actúan con impulsos que rebasan el estereotipo. Sucede lo que sucede y que este lector no tendría que desvelar, no ser un spoiler, no expoliar el relato. Pero tengo el vicio y el gozo que me va dando la autora; por ejemplo, un lorquismo que ya parecía perdido (Lorca es muy grande, no habría que olvidarlo) y no quiere ser irónico frente a la sordidez, está en el mismo plano verbal: también lo sórdido y lo cutre se transfiguran por el poder verbal de la narradora, ya está dicho. Los versos de Lorca son una Santa Compaña a lo largo de la novela.

O esa trama de referencias (otra vez vicio y gozo) que no son culturalismos, son pasos para seguir adelante hasta dar con otro nudo más: los ya nombrados y Canetti, Kafka, el Dante de la Vita Nuova, los cuentos infantiles (Hansel y Gretel, la cerillera), Mary Poppins, los Beatles, All you need is love, La noche del cazador, son apoyaturas, nudos en la red vibrante, son citas encriptadas.

Con todo ello se construye esta novela poderosa que drena y tira del lector (así de embalada ha sido mi lectura). Sin perder ni un solo momento el paladeo de las palabras, adentrándose en conductos corporales y en la noche cibernética de un cuento cruel y piadoso a la vez (“Pero ese fantasma difuminado, ese personaje secundario dibujado en las noches cibernéticas alumbra lo suficiente para que en el escenario de la habitación destellen las copas falsas, el veneno…”). Una fábula de insomnes que desde el principio (y ya no adelanto más) anuncia sin disimulos su trama: aquí va a tratarse, a fondo, sobre la vida y la muerte.

Sobre la autora:

Entrevista con la autora, por Cazarabet:

La autora gallega Xina Vega.

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