Amigas imaginarias, dientes perdidos, nombres propios, colchones sucios

El escritor leonés afincado en Japón Ignacio Abad conversa con las escritoras Marta Jiménez Serrano y Rosario Villajos, que este viernes 12 de noviembre, a las 19:30 horas, se entrevistarán mutuamente en la Fundación Sierra Pambley (León), dentro de las actividades del club de Lectura de es.pabila, es.pabilaylee.

Por NACHO ABAD

La ficción es un modo de representar la realidad que se ve dignificado cuando asumimos que los hechos, por sí mismos, carecen de sentido y que si queremos satisfacer la pulsión de comprenderlos, debemos interpretarlos, despojarlos del azar que los mueve y encajarlos en el engranaje de la lógica. Visto así, cualquier relato que nos parezca comprensible lo es porque se ha alejado de la realidad para acercarse a la razón. Podría deducirse de esto que todo es ficción, que todo lo escrito resulta de una traición a los hechos, por muy fiel y honesto que uno trate de ser con lo sucedido. Sin embargo, significa todo lo contrario: todo es verdad. Emulando a Baudrillard, diríamos que la ficción es una categoría superior de verdad, una verdad más verdadera que la verdad porque no necesita la coartada de los hechos para ser cierta. Dicho de otro modo, uno descubre más de sí mismo y de su propia vida en las páginas de Dostoievski que leyendo los diarios que escribimos en la adolescencia, aunque nunca haya vivido en Rusia, ni padecido la pobreza ni asesinado a una vieja usurera.

En ese sentido, dos libros de ficción tan distintos como La muela (Aristas Martínez, 2021) y Los nombres propios (Sexto Piso, 2021) ofrecen un testimonio más fiable que el de cualquier hemeroteca para explicar qué ha sucedido en España en los últimos años: esto es, para explicarnos a nosotros mismos. Se trata de dos narraciones que nos acercan a una sola verdad, el retrato espiritual de una generación que ahora toma los mandos de su propia vida para comprobar que no queda combustible en el tanque del avión. El primer título resulta del viaje de su protagonista al extremo más oscuro del mundo precario, la falta de esperanza y de visión de futuro. El segundo es una crónica luminosa que parte de la niñez y avanza, en compañía de la amiga imaginaria de una niña, hacia la vida adulta. Cuando los comparamos, tenemos la impresión de que uno representa el negativo del otro: Los nombres propios hace inventario de la suma de yos que conforman la personalidad, mientras que La muela es una claudicación, una renuncia a la identidad representada en el deterioro del propio cuerpo, en los dientes que se pudren dejando rota la sonrisa. A la vez, podrían leerse como un solo relato: el que firma Marta Jiménez Serrano termina donde comienza el de Rosario Villajos, y aunque sus protagonistas son muy distintas, uno sospecha que comparten suerte, miedos y pasiones.

Las dos autoras charlarán y se entrevistarán mutuamente este viernes, día 12 de noviembre, a las 19:30 horas en la Fundación Sierra Pambley. La editora Lía Peinador conducirá el acto.

Lo que sigue a continuación es el resultado de una charla que hemos mantenido con las autoras.

—¿Del cómic y la poesía a la narrativa? 

Rosario: Cuando probé a realizar un cómic vivía en Londres, tenía un trabajo más sencillo y menos cosas que hacer en mi tiempo libre, así que lo empleaba en dibujar. Ahora vivo en Madrid y viajo a Córdoba a menudo, tengo un trabajo que me exige más, una pareja, dos gatas y planes los fines de semana. Se puede escribir casi en cualquier sitio, pero dibujar requiere materiales, un espacio, más dedicación y paciencia.

Marta: Lo cierto es que yo no empecé después de escribir poesía, ya que aunque la noticia del poemario salió antes, había trabajado en ambos libros simultáneamente. Para mí son dos disciplinas que se retroalimentan. Me han dicho que hay humor en mis poemas y lirismo en mi novela, y creo que es cierto.

—He leído que justo cuando acabaste la novela comenzaste a escribir un poema.

Marta: Sí, así es, y hay que decir que era (es) un poema malísimo. Simplemente arrastraba la inercia de la escritura. Es como echar a correr, es más fácil ir bajando el ritmo que parar bruscamente. De todas formas, también paso largos periodos sin escribir, creo que el barbecho es muy importante y creativo también.

—Poesía y humor. 

Rosario: A veces se necesita perspectiva para poder encontrar una grieta. Tampoco creo que te puedas reír de todo lo que ocurre en esta vida. El humor que a mí me gusta procede de la empatía, de una situación que puede pasarnos a más de una en un momento dado. Es verdad que uso la tragedia de telón de fondo pero no es la tragedia en sí lo que hace gracia, sino la situación en la que se produce de la tragedia. Te pongo el ejemplo más bestia que se me ocurre. Sé que lo leí en un cómic de Peter Bagge, pero no recuerdo en cuál ni si era exactamente así: una mujer está conversando con su nuera y le confiesa que ella una vez abortó antes de tener a su hijo, el ahora novio de la joven. Esta replica: oh, yo he abortado unas quince veces. Y, al ver la cara de horror de su suegra, la muchacha añade: tranquila, no todos eran de tu hijo.

—«El pasado es impredecible», dice un personaje de Fargo.

Marta: Sí, sin duda. Al final, una descubre lo que está escribiendo cuando lo escribe, así creo que en todo proceso de escritura hay sorpresas. Y en todo proceso de introspección, si se hace con compromiso, también.

Rosario: Escribiendo este libro descubrí que algunos de mis recuerdos eran mentira: estaban basados en algo que no entendí. En mi infancia me falló mucho la comunicación, tenía miedo de preguntar por cosas que ahora me parecen primordiales. O tal vez pregunté pero nadie contestó.

Marta: En mi caso, una sorpresa fue la soledad. La protagonista de mi libro es una niña querida, tiene una buena familia, amigos, novios, etc. Y, sin embargo, se siente muy sola. No era tan evidente verlo y fue algo que descubrí en el proceso de escritura.

—Los nombres propios comienza con una niña asomándose a un trampolín; La muela, con la protagonista ante la visión de un colchón que tiene una mancha sospechosa con la forma de Europa. 

Marta: Sabía que esa piscina estaría como punto central del espacio de la novela, y enseguida me di cuenta de que simbolizaba muchas cosas: el líquido amniótico, tirarse a la piscina como asumir un riesgo, que la abuela enseñe a nadar a la nieta… Además, me funcionaba estéticamente. Mi primera escena es casi un plano cenital cinematográfico. Me funcionó tan bien que la novela termina en el mismo punto en que empieza.

Rosario: Empecé a bosquejar La muela mientras estaba con la promo de Ramona, y ni siquiera empezaba así, comenzaba con la descripción de un indigente que la protagonista veía en la calle que en la tercera o cuarta versión desapareció. Creo que el comienzo de la novela se me ocurrió en la última, la séptima. Hice muchas versiones porque la tercera persona por sí sola no me convencía, por eso metí otro narrador en cursiva. Y quise empezarla así porque me pareció muy visual. Si fuera una película querría que comenzase así. De todas formas, el libro está lleno de símbolos de ese estilo: La mancha del colchón, el calendario, la muela, su hueco…

—Y el cine. 

Rosario: Creo que el cine no es el séptimo arte sino la suma de todos ellos y siempre lo tengo muy presente aunque luego no escriba con idea de que se pueda llevar al cine.

Marta: Me encanta el cine y sin duda me influye a la hora de escribir, pero no tenía una película concreta en mente cuando escribí Los nombres propios. Me encantó Verano de 1993, y creo que Carla Simón, Pilar Palomero o Clara Roquet son ejemplos claros de que esos temas que están ahora encontrado su espacio en la literatura también lo están encontrando en el cine.

Rosario: Aparte de lo que me gusta, quería vengarme de las comedias románticas que más odio tipo Bridget Jones, o Amelie que me violentaron por dentro desde su estreno, porque una muchacha alcohólica no sale tan fácilmente de ese agujero ni una cuyos padres la han privado de abrazos toda su infancia se convierte en esa chica tímida con un corte de pelo espectacular sino, en el mejor de los casos, en una persona depresiva, llena de basura y rencor en la cabeza.

—Y la nostalgia.  

Marta: Creo que cada generación tiene sus cartas y las juega como puede. Nuestros abuelos crecieron en la posguerra y nuestros padres en el nacionalcatolicismo. Hay muchos problemas que solucionar ahora y que, efectivamente, no obviamos en nuestros libros, pero no sé si la comparación generacional es la solución al problema.

Rosario: Me aterra pensar qué habría sido de mí si yo hubiera sido adulta en la época de mis padres o mis abuelos en España. Primero, como mujer, lo mismo no habría ido a la escuela más de tres años, como ocurría en multitud de familias y si, hubiera sido una afortunada, quizás habría conseguido un trabajo de secretaria en el que los jefes me pellizcarían el culo y yo no haría nada a fin de no perder ese trabajo. Muchos de mis amigos no se habrían atrevido a salir del armario, seguramente yo tampoco, y la asignatura de religión habría seguido siendo obligatoria. Habríamos tenido filosofía, pero no nos habrían dejado usarla para pensar. El SIDA seguiría siendo concebido como un estigma social en vez de una enfermedad. La gente seguiría llamando subnormales a seres humanos como tú y como yo. Los niños con Asperger no recibirían la ayuda que merecen y habrían seguido a la deriva, sin posibilidad alguna de ser felices. Cuántos niños ha expulsado el sistema que podrían habernos dicho las cosas tan claras como Greta Thunberg. Si el presente a algunos jóvenes les parece duro (comparado con algo que no han vivido) se debe a que tienen referentes privilegiados. A esos les recomiendo que lean a Azcona, por ejemplo, si quieren saber cómo era la España de antes.

Marta: En mi novela hay una evocación del pasado, pero el acercamiento a los recuerdos tiene más que ver con la psicología (qué me ha ocurrido en el pasado que explique por qué soy así ahora) que con la pena por lo que ya fue. Por otro lado, es cierto que en mi novela se retrata una infancia feliz en el mundo rural, pero va asociada a una pregunta ineludible: infancia feliz, ¿a costa de quién? (ahí están la madre y la abuela sacrificando su vida profesional, poniendo lavadoras, llevando todo el peso de lo emocional, etc.)

Rosario: Creo que la nostalgia es una enfermedad y quien la adolece se priva de todo lo bueno que tiene hoy delante.

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1 Comment

  1. Interesante charla con estas jóvenes autoras…. Conozco las producciones de una de ellas y me parecen fascinantes y un tanto sorprendentes (omito decir a cuál de las dos me refiero para que no me regañe, ya que es un pelín rebelde y contestataria); a la otra no tengo el gusto de conocer su obra pero, por lo que dice, estoy seguro de que también me gustaría (creo)

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