Operación visera (una odisea moderna) 6 / La ira de Polifemo

Por LUIS GRAU LOBO

Luis Grau Lobo.

Descosía Aurora, la de lindas trenzas, el bruñido día quinceno, cuando hacia el horizonte opuesto se advirtió gran fulgor y sintió gran tufo a chamusquina conducido por dañoso viento hasta las mismas narices.

—¿Y ahora qué pasa? Ni un día tranquilo, oye, la paz del campo y blablablá.

—Salgo a la calle a ver…

—¡Ni de broma! Que te das el piro otra vez. Ya voy yo.

Las calles, ocupadas por la enojosa y vil humareda, eran vacías de gentes. Se encamina ella, la mujer, hacia el ‘ágora omphalinesca’, plazoleta de craqueladas aceras y vacantes alcorques, de donde llega un rumor que prospera a la par de sus pasos. Allí escucha estas palabras, oh, Musa, más o menos transcritas:

—La culpa es de «los cíclopes soberbios y sin ley, quienes, confiados en los dioses inmortales, no plantan árboles, ni labran los campos, sino que todo les nace sin semilla y sin arada —trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos— y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus».

—La culpa es de los lobos, por no dejarlos cazar. Ahora bien, ya te digo yo que a este paso acaban todos churruscados.

—Ni lobos ni paisanos ni nada. Un poco más de lumbre y nos vamos todos al infierno. O nos volvemos ovejas y a pastar en el secarral.

—Igual te crees tú que libramos por volvernos ovejas…

Se forma un grupo y otro y otro y se adentran pertrechados en la caverna de humo y llamas donde se cobija el atroz gigante que devora hombres y bestias. Y el día completo, hasta la puesta del sol, estuvieron combatiéndolo, alimentándose de brevísimos bocadillos y bebiendo escasísima agua; tal era la mezquindad de quienes en la distancia adquirían la facha de dioses hostiles.

Algunos preguntaron a esos lotófagos, comedores del loto que vacía las mentes de los hombres y les hace olvidar hogar y razones, cuál era la razón de ese castigo hacia ellos, que en nada creían haberles ofendido, antes al contrario, los reverenciaban votándoles cada cuatro años. Culparon a otros, como suelen, los lotófagos.

Al fin Poli, diminutivo de Policarpo, no se piense mal, el vecino tuerto, se acoda en el poyete a la vera del vehículo de bomberos e interpela a su vecino, también octogenario y algo teniente, con ánimo de resumir y sentenciar.

—Dizque la culpa es del ecologismo extremo.

—¿Y eso en qué negociado manda? ¿Qué cosa es?

—Pues el calor, la sequía, los montes sucios y la falta de efectivos. Un extremo tremendo para lo que es la ecología.

—¿Efectivos, dices?

—Gente para apagar los fuegos.

—Aquí gente no hay.

—No, leñe, bomberos.

—Bomberos tampoco. Ni ecologistas. Ni extremos. Aquí solo hay calor, sequía y montes sucios. Pero sigues sin declararme responsable.

—Nadie, hombre, nadie, nadie se hace responsable ¿no te das cuenta? Llámalo Nadie.

(Publicado en La Nueva Crónica de León el 7 de agosto de 2022)

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