
Por CAMINO SAYAGO
Manual de Ultramarinos, la editorial de los traperos del tiempo, que imprime sus libros sobre la pulpa de papel de obras del pasado, presenta este sábado 30 de noviembre ‘Muero todos los días 2017-2018’, la tercera entrega de la serie poética que Manuel Olveira ha compuesto como único autor de la colección Rue des Solitaires. Y como ya es costumbre en sus editores, han fijado la cita medio en secreto, a las 12:30 horas, en la terraza del último piso del nº 48 de la calle Álvarez López Núñez.
En esta tercera parte de la serie ‘Muero todos los días’, publicada en la colección ‘Rue des Solitaires’, coordinada por el trapero Larsen, Manuel Olveira prosigue con sus escrituras poéticas en torno a lo cotidiano, la misma temática que ha envuelto a los anteriores libritos de esta colección en la que ha volcado pedacitos de su existencia desde su llegada a León en 2015 para asumir la dirección del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León MUSAC. Y como en las demás entregas, este ‘Muero todos los días’ abarca un periodo concreto, dos años, en esta ocasión el 2017 y el 2018. También la fórmula es similar; funciona como una especie de registro de lo cotidiano, un diario en el que se intercalan diferentes tiempos: el tiempo del origen, de la memoria, del deseo, del trabajo o del ámbito profesional que se superponen al propio tiempo de la escritura. Según reconoce su autor, es el más logrado a nivel formal.
– ‘Muero todos los días 2017-2018’ vuelve a registrar un tiempo concreto. ¿Cómo ha sido este periodo desde un punto de vista emocional y cómo ha afectado a tu escritura?
– Desde que estoy en León cada dos años saco un librito con Manual de Ultramarinos, una “sociedad secreta de traperos del tiempo”, en el que el tiempo es un tema central. Es la tercera entrega de una serie que comenzó en 2013-2014 y que, si el tiempo lo permite, acabará en 2019-2020. Todos los libros llevan el mismo título, Muero todos los días, seguido de las cifras de los dos años de escritura del libro. Los temas siempre son los mismos: un registro experiencial y emocional de las luces y las sombras (más de las sombras) de un tiempo (el trabajo de mi presente), de un estado de ánimo (el malestar de nuestros días), de una edad (la madurez y el preludio de la vejez), de una impresión que poco a poco se convierte certeza (la derrota individual y colectiva), de una condición (la subalternidad de clase y género) y de un empoderamiento (la capacidad de enarbolar y elaborar el fracaso). Ser capaz de hacer algo con todo ello creo que es un ejercicio compensatorio en el que vuelco dosis de verdad, libertad y oscuridad que en otros ámbitos de mi vida no me puedo permitir.
– Rescato una frase tuya que hace referencia a tu decisión de escribir. Decías que la ciudad no te influyó en la forma de escribir, pero sí en la decisión de hacerlo. Con este nuevo libro imagino que esta fase está superada y una vez reconocido el entorno cotidiano toca explorar, y esto tiene que ver con la libertad de la escritura…
– Creo que León no me dio la decisión de escribir sino la de hacer público parte de lo que escribo. Escribir es libertad, pero también es un trabajo regido por criterios, quizás oscuros, es verdad, pero criterios al fin y al cabo. Siempre he llevado un cuaderno conmigo a modo de diario en el que escribo de todo, desde asuntos prácticos, citas, sueños, etc. Desde hace seis años selecciono fragmentos de esa escritura y procuro darles forma. Escribo con libertad y sin planes, al menos no conscientes; pero luego viene el trabajo de dar forma y eso sí que se rige por criterios. Generalmente dejo las escrituras en el mismo orden cronológico, pero las pulo hasta conseguir que entre todas ellas se cuente algo. Obviamente no es una narración, pero el tono, las imágenes, los recursos… la forma o lenguaje en definitiva, es lo que cuenta (en el doble sentido de lo que importa y lo que transmite). Creo que este libro está más conseguido a nivel formal.
– En el primer libro se intuía la pérdida y en el segundo la superación. En este tercero tu voz personal se mezcla con los ecos de otras y existe como una especie de reconocimiento de lo cotidiano, de la vida. ¿Ya no hay sorpresas?… ‘Hay muerte/ donde hubo muerte/siempre habrá muerte’.
– Es verdad que en el primero la pérdida estaba muy presente, pero en todos la idea de derrota también lo está, lo que pasa es que es una derrota con la que se consigue hacer algo, elaborar algo… quizás eso es lo que tú denominas superación. De todas formas, sí hay sorpresas porque en los tres libros aparece una especie de perplejidad ante pequeñas cosas cotidianas, lo que se ve desde la ventana, un viaje en tren, un atardecer o una flor que se dobla. Respecto al yo, cada vez tengo más claro que somos una suma o pugna de otros yoes heredados, compartidos o convividos que nos atraviesan y constituyen. Somos una construcción delicada de materiales de otros. Todo lo que escribo, siempre, es del “tamaño de lo que veo” y viene de lo que oigo. Hay imágenes y palabras que me apelan y me conciernen. Me constituye más el afuera que el adentro.

– Lo que no veo escribo/ lo que callo escribo/ lo que olvido escribo…y se escribe de oído/ siguiendo en silencio/ al lápiz sobre las hojas”. ¿Qué ha pesado más en este libro, lo que no ves, lo que callas y olvidas o lo que nace en el momento?
– Aunque suene redundante, puedo contar lo que puedo contar. En toda escritura hay algo que no se sabe y nace precisamente de esa oscuridad. Decía Castillejo casi al final de su vida que le había llevado veinte años descubrir lo que había en su The Book of i’s de 1967 y que tenía una vaga idea de lo que había en su libro TLALAATALA de 2001. Escribo con la verdad, la libertad y la oscuridad que no me puedo permitir en otros ámbitos de mi vida. Quiero que siga siendo así.
– Sueles escribir en diferentes libretas lo que sucede y con formato de poema. Y luego, al cabo de un tiempo, lo reúnes para crear algo más extenso. Como bien dices, ‘La escritura no se queda en la experiencia de la escritura’. ¿Cómo ha sido en esta ocasión?
– Dar forma es como el trabajo con las plantas: cuidar, seleccionar, podar… la poda y la selección son fundamentales para un huerto, un jardín o un libro. Mucho de lo que escribo viene de lo que leo o de lo que oigo, viene de lo que se dirige a mí y me interpela (de hecho, el propio título viene de la primera carta a los Corintios y en esta entrevista podrás reconocer frases de Castillejo, Pessoa-Caeiro o de Virginia Wolf). Para Muero todos los días escojo algunos materiales y los convierto en escritura. Eso es lo que hice también en la novela ‘Todo el tiempo del mundo’ (2014) que es una enorme construcción de citas e imágenes, más o menos reconocibles, que dan forma al mundo o al que yo considero el mío.
-Tu forma de escribir no se ajusta a ninguna etiqueta. No es poesía, pero lo parece. ¿Te gusta situarte en ese limbo?
– No es que me guste, es que lo necesito. Como te decía, es un territorio de libertad en el que construyo un espacio propio. Insisto: propio y no deudor de los porteros del arte. De hecho, recuerdo ahora que para acabar mi novela (entre otras razones) me fui a Berlín dos años. O sea, a un lugar donde era un extranjero y donde nadie esperaba nada de mí. Esa condición marginal, amateur o outsider es una condición (en el doble sentido de requisito y de estado).
Por ello, en general, los géneros, las categorías, el estilo o la profesión no me interesan, aunque reconozco que este libro entra en la categoría de la poesía lírica. Antes decidí escribir sin decir que lo hacía y sin publicar. Ahora decido deliberadamente quedarme al margen. Ambas decisiones me permiten evitar las expectativas propias y ajenas. Eso no quiere decir que no me sienta enormemente agradecido por poder publicar y porque haya dos lectores que se sientan concernidos e interpelados.
– ¿Esta nueva entrega cerrará una trilogía?
– Si el tiempo lo permite serán cuatro libros que se corresponderán con ocho años. Como ves, es un proyecto que se corresponde con un ciclo. Puede que luego haga algo con todo ello. Pero eso será ya otra historia.
:: Fragmento de ‘Muero todos los días 2017-2018’, de Manuel Olveira:
Lastrado por la sombra
mientras me hundo
soy feliz
Voy en tren somnoliento
a lo lejos el paisaje
las montañas y los pueblos
borrosos y entrevistos en la niebla
y de repente aparece un pino
más cercano y preciso
Luego más pinos
y una tierra oscura
y muchos cielos multiplicados
Sé que tengo
contado el tiempo
para hacerme noche
Los pocos árboles verticales
intentan sostener los cielos muchos
que se vienen abajo
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