Luis Díaz Viana: “En las autonomías, el ‘cuñadismo’ ha estado a la orden del día en la perversión de los sistemas de oposiciones”

Luis Díaz Viana. Fotografía: Juan A Berzal.

Resulta arriesgado resumir la labor del antropólogo Luis Díaz Viana en el momento que acaba de “colgar la toga” oficial porque este especialista en la investigación de la cultura popular y la literatura oral escarba sin horario en los asuntos que le interesan, que son muchos y muy dispares. Desde su Catálogo folklórico de la provincia de Valladolid, hasta hoy, se acumulan en su currículo más de setenta obras individuales o colectivas, la mayoría, relacionadas con cuestiones de la antropología.

Reúne, además, en su arca particular, tesoros como artículos, conferencias, exposiciones, novelas, canciones y cuentos populares, poemarios, premios y distinciones que nos conducen a su tarea como renovador científico de los estudios de folklore.

Experto del patrimonio cultural inmaterial, ha pasado por las universidades de Valladolid, Berkeley y Salamanca. Gran parte de su carrera la ha desarrollado en el CSIC donde fue el responsable del Departamento de Antropología de España y América. Ha recibido el premio de Humanidades y Ciencias Sociales de Castilla y León y es profesor de investigación “Ad Honorem” del CSIC así como miembro de honor del Instituto de Estudios Europeos de la UVA. Sus afilados análisis, silenciosos en muchos casos, abarcan la crítica a las realidades y contradicciones con las que convive el ser humano. En la conversación que viene a continuación, queda patente que Díaz Viana ejerce de ciudadano de Castilla y León, pero no siempre es políticamente correcto.

Por ISAAC MACHO

Empiezan a sucederse los homenajes, se juntan compañeros y escriben “Salvajes” de Acá y de Allá: memoria y relato de Nos-otros. Liber amicorum Luis Díaz Viana y repasan las hazañas de tu vida… ¿Te sientes mayor?

La verdad es que sí… y no. Soy consciente de haber vivido bastante, e incluso podría decirse que varias vidas en una, pero sigo con ganas de hacer todo aquello que aún no he hecho o echo de menos de lo que he venido haciendo habitualmente. Y estoy en esa senda. Disfruto cuidando mi jardín, ahora que al jubilarme me resulta más fácil ocuparme de él que antes. Estoy terminando un libro de poemas y empezando mi tercera novela que creo va a ser muy diferente de las anteriores. Por lo que, junto a algunos compromisos profesionales pendientes, ando metido en tantos proyectos y sintiéndome con tantas ilusiones o fuerzas como si fuera joven. Los homenajes me recuerdan el tiempo que ha pasado y esto sería lo positivo, que mis trabajos han sido útiles a investigadores de distintas edades, países y disciplinas.  Y el libro al que te refieres constituye un reflejo más que satisfactorio de eso.

Acto de presentación del libro homenaje a Luis Díaz Viana, con Dámaso Javier Vicente Blanco. Foto: Juan A. Berzal.

¿Cuál es el secreto para que un pintor, escaparatista, grabador, caricaturista, profesor, escritor y poeta llegue a ser antropólogo?

Supongo que haber sido todas esas cosas no resulta algo ajeno a terminar encontrando un hueco profesional idóneo en la antropología, sino justamente lo contrario puesto que ello, de hecho, lo propicia. La disciplina antropológica, tal y como yo la entiendo, es una disciplina de disciplinas, una suma de saberes diversos por lo que queda claro que me identifico más, aparte de haber sido en la que me he formado, con la tradición norteamericana de la misma (la llamada antropología cultural) que con la británica (o antropología social) y con un enfoque, como el de aquella, abiertamente integrador. Desde la lectura de algunos de sus autores fundacionales, pero también de otros recientes como Clifford Geertz, fui descubriendo que el interés por la creatividad artística o incluso la literatura no era entre ellos ninguna anomalía ya que proliferarían los antropólogos literatos.

En esa elección, ¿qué grado de culpa tuvo tu estancia en la Universidad norteamericana de Berkeley?

A Berkeley llegué con mis propios interrogantes y dudas que no eran otros aquellos que me habían surgido con mis trabajos dentro de la tradición filológica española de estudio de la cultura popular en Soria y Valladolid: la línea de Menéndez Pidal sobre el romancero oral, por ejemplo, tema en que se centró mi tesis doctoral. Y allí, en la universidad de California, cuando con una beca postdoctoral me incorporé al departamento de Antropología, seguí haciéndome preguntas acerca de las mismas problemáticas en torno a la oralidad literaria, la cultura y la creatividad humana. Y si no puede decirse que conseguí contestarme todo lo que me preocupaba, he de confesar que la estancia me proporcionó el conocimiento de caminos por los que avanzar en busca de una respuesta.

Luis Díaz Viana en su época de Berkeley.

Y ya metidos en harina, ¿qué crees que has aportado al campo antropológico?

Además de introducir tempranamente reflexiones sobre asuntos poco tratados aquí hasta entonces, como la escritura antropológica, creo que he sido también de los primeros en utilizar en español términos como folklorismo, fakelore o netlore. Hay que tener en cuenta que mi estancia en Berkeley coincide con la eclosión de lo que se denominaría antropología postmoderna y el interés de esa corriente por temáticas como la conexión entre etnografía y literatura o la reflexividad del antropólogo que formaban también parte de mi agenda particular de inquietudes. Además, al incorporarme al departamento de antropología, tuve la oportunidad de conocer o asistir a los seminarios de profesionales integrantes de tal tendencia como Paul Rabinow y mantener una continuada relación con antropólogos próximos o no ajenos a la misma, así como con quienes se convertirían en mis maestros directos: los profesores Alan Dundes y Stanley Brandes.

Respecto al campo de la Antropología de Castilla y León, ¿se encuentra organizada?, ¿hay profesionales tirando del carro?

Hay cada vez más profesionales que se dedican a la antropología trabajando en y sobre Castilla y León. Todavía puede decirse que nos hallamos en los albores institucionales de la disciplina. Lo que para mí constituye todo un orgullo, ya que tuve el honor de ser, con otros pocos colegas, fundador de la Asociación de Antropología de Castilla y León, y durante un montón de años su presidente, es que algunos de quienes aparecen ahora como profesores de esta materia en las universidades de la región me digan que la existencia de dicha Asociación y el haber sido acogidos en ella significó un lugar de encuentro y apoyo para sus carreras. En la actualidad, hay dos grados de antropología en Castilla y León: uno en la Universidad de Valladolid (Campus de Palencia) y otro en Salamanca. Creo que la continuidad durante más de 30 años de nuestra Asociación de Antropología no resulta cosa ajena a ello, ya que, para bastantes profesionales, ha sido verdaderamente un punto de anclaje importante.

¿Sentís el aliento de las instituciones y las universidades?

Como pionero, me he sentido, más de una vez, luchando casi en solitario por la implantación de mi disciplina. Y lo cierto es que políticamente ha sido más fácilmente asumido y apoyado un folklorismo superficial y nostálgico especializado en tipismos que la antropología como tal, puesto que en general ni se sabía, o sabe, demasiado bien en qué consiste, ni resulta cómoda ni tan manipulable para los poderes locales, provinciales y autonómicos.

Conferencia de Luis Díaz Viana en Rio de Janeiro (Brasil), en una jornada de Estudios Medievales.

Has dicho alguna vez que el libro/papel ha sido el vehículo fundamental de la transmisión del conocimiento. Pero, ¿piensas que tiene los días contados?

Creo que eso es una obviedad y lo que yo he defendido, en más de una ocasión, es el valor del libro como instrumento que fortalece y hace posible la cadena de transmisión de saberes. No el único, pero sí fundamental en la esfera de internacionalización académica. He reivindicado también su importancia en el futuro pues se viene diciendo desde hace mucho que va a ser sustituido por los textos electrónicos e incluso se ha dictaminado su desaparición. Ello no ha ocurrido aún ni está ocurriendo y espero que no ocurra nunca. Eso, en mi opinión, tampoco es incompatible con la potencialidad para globalizar el conocimiento que tienen las nuevas tecnologías. En ese sentido, todos los investigadores nos beneficiamos de que podamos disponer fácilmente de los trabajos de otros y otros de nuestras investigaciones alrededor del mundo, como nunca había sucedido hasta ahora.

¿Consideras que la apisonadora de las redes sociales podrá poner contra las cuerdas definitivamente a la impresión en un corto espacio de tiempo?

Quiero pensar que no. Y me encuentro convencido de ello. El libro codifica y “pone a salvo” conocimientos que sin la escritura sólo se mantendrían a través de la transmisión y tradición orales, un medio que igualmente siempre he reivindicado. Hace un momento me preguntabas por mis posibles aportaciones y, en relación con lo que acabo de decir, quiero añadir que, por lo que parece, entre ellas estarían algunas pautas de aproximación a la creatividad humana, especialmente la literaria, tanto en su vertiente oral como escrita. Y es que no he rehuido lo problemático de un campo como el de la oralidad al que se entendía como principal escenario de la denominada literatura popular. Y he deconstruido las falacias de la “cultura tradicional”, el invento de la tradición y su trasfondo reaccionario. También he revelado el paralelismo entre etnología y folklore, acuñando los términos, no exentos de ironía, de “salvajes de fuera y de dentro” como objetos de interés de la primera y el segundo que, en realidad, se habrían complementado en su cosificación y extrañamiento del “otro”. Pienso que el título del libro al que antes aludíamos era un guiño de los editores a esa “innovación” mía y a la colección de Fuentes Etnográficas que, junto a Susana Asensio, fundé en el CSIC con la denominación que, precisamente, contiene el mencionado título: de Acá y de Allá.

¿La globalización ha traído consigo la internacionalización de los saberes?

La globalidad, más que la globalización, para utilizar la distinción entre la una y la otra efectuada por Ulrich Beck, ha facilitado, sin duda, dicha internacionalización, pero esta ya existía, al menos en el ámbito académico, prácticamente desde que podemos hablar de disciplinas científicas o de sus precedentes y ya, a partir sobre todo del Renacimiento y los descubrimientos geográficos, la internacionalización del conocimiento funcionaría siglo tras siglo sin desfallecer. La globalización, en cuanto aplicación ideológicamente capitalista de la globalidad, quizá trivializa la información y el saber más que ayuda a desarrollarlo. Pero, repito, la globalidad y los nuevos recursos tecnológicos que esta pone al alcance de un número nada despreciable de ciudadanos deberían contribuir a una democratización y mayor difusión del conocimiento. Sin embargo, no siempre ni en todas partes o contextos, las cosas están siendo de esa manera y cada vez se habla más del aumento de ciertas desigualdades que la llamada “brecha digital” provoca.

Y la Universidad ¿qué labor juega en este cambio de tendencia?

Debe jugar el papel que siempre ha venido teniendo o, al menos, debería tener y que su etimología de universitas, de aspiración de pensar o conocer universalmente desde y sobre lo humano, ya determina: no conformarse con ejecutar o implementar tendencias, sino reflexionar acerca de esas corrientes que tan a menudo nos arrastran a rumbos de incertidumbre. Antes hablábamos de mis estancias en la universidad de Berkeley y de la forma en que contribuyeron a formular mejor mis propias preguntas y a trazar las líneas de mi trayectoria profesional. Aquellas becas, como la que yo tuve, eran una excelente oportunidad que, sin embargo, eran motejadas, dentro del argot de quienes las disfrutábamos, como “becas de las bases” por su apenas disimulada orientación “pro-americanista” ya que formaban parte del acuerdo no inocente entre España y USA para el mantenimiento de aquellas. Supongo que, en el fondo, había una cierta intención por el lado de los gobiernos norteamericanos para favorecer la configuración de una élite intelectual americanizada. En todo caso, lo que favorecían era una apertura al mundo y el contacto con colegas de diversos países.

‘Cancionero popular de la guerra civil española’, de Luis Díaz Viana.

Para un universitario convencido, ¿qué cuerpo se le queda cuando oye o lee que alguien se jacta de haber abandonado sus estudios superiores?

Me produce una mezcla de estupefacción y de indignación. Esa jactancia ha sido muy frecuente entre las élites de “intelectuales y artistas” de nuestra nación. Y me parece un signo de atraso y de ignorancia que tal actitud continúe tan vigente. Más sorpresa causa que quienes provienen de ese mismo ámbito y han desempeñado cargos de responsabilidad en universidades e instituciones dedicadas a la investigación abominen de su pertinencia y clamen sobre su supuesta irrelevancia. No puedo estar en mayor desacuerdo. Creo que esa es una postura de gran provincianismo que ignora el hecho de que la Universidad es una institución universal, mejor o peor, pero indispensable para el progreso del conocimiento, incluso en España. Vivir en otros lugares y conocer otras universidades abre los ojos sobre lo propio, que es precisamente lo opuesto a lo que pensaron algunos al entrar en un debate estéril surgido a partir de un escrito mío, elaborado y publicado en un medio de aquí mientras me encontraba en California.

Has escrito que tu vida ha recomenzado varias veces. ¿Tan mal te ha ido?

Me ha ido mal y bien, como a casi todo el mundo. No he tenido “padrinos” ni he querido tener esos apoyos de grupos de influencia, sean los que sean, que te hacen avanzar con aparente rapidez, pero luego te exigen ciertas fidelidades y sumisiones inconfesables. Soy por naturaleza “indómito”, como bien me definía mi madre, y antisectario, ya se trate de sectas religiosas, ideológicas o económicas. Me gusta ser libre para elegir. Por ello no me importa que alcanzar cierta posición, estabilidad y reconocimiento me haya costado tanto. Y digo que no me ha importado hacer cinco oposiciones y ganarlas para preservar mi liberalidad e independencia, haciendo y dedicándome a lo que me gusta, lo cual me parece algo fundamental en la vida. Efectivamente, he recomenzado o “reseteado” varias veces mi profesión y existencia porque buscaba y sigo buscando sentirme cómodo con lo que hago, dónde o desde qué situación lo hago, y con quién o quiénes.

Escena del espectáculo «Los últimos paganos», versión teatral de la novela homónima de Luis Díaz Viana, interpretada por Teatro Guirigai. Fotografía: Félix Méndez.

Desde joven, tuviste vocación por ser una especie de hombre del Renacimiento al que le interesaban muchos campos del saber: el arte, la literatura, las humanidades… ¿Cómo desarrollaste ese proceso polímata que pasó incluso por no perderte la bohemia?

He recuperado ese término de “polímata” para definir y resumir el interés múltiple de algunos de nosotros hacia vocaciones o disciplinas distintas en que terminan por entremezclarse las actividades estéticas y académicas ya que, al fin y al cabo, creo que la creación artística y la investigación científica no están reñidas, pues participan de una similar necesidad de creatividad. No me perdí la bohemia tampoco pues mientras estuvo cerrada la Universidad en Valladolid viví, a principios de los 70, en Madrid la pugna esperanzada por salir del franquismo. Y, en los ochenta, por ejemplo, viajé muy a menudo a, y a temporadas, viví en los Estados Unidos de América, pero ya había estado en USA a mediados de los 70 en un viaje que me hizo recorrer más de la mitad del país en aquellos míticos autobuses Greyhound, todo un recorrido iniciático al más puro estilo beat: On the road. Ahora pienso que, más que recomenzar, he seguido en mi trayectoria círculos y destinos recurrentes: entre Europa y América, lo hispánico y lo anglosajón, la literatura y las ciencias sociales, la antropología y la folklorística. En ese aspecto, confieso que uno de mis anhelos pendientes, pequeña frustración incluida, ha sido la de que no pude, ni he podido todavía, impartir mis clases en la cátedra de folklore que lleva el nombre de Alan Dundes en la universidad de Berkeley, a pesar de haberme invitado en numerosas ocasiones.

Ahora que el gobierno trata de reconducir a la fijeza a miles y miles de interinos en el país, ¿cómo valoras el sistema de las oposiciones?

He proclamado en más de una ocasión, y me mantengo en esa idea, que en España el concurso de oposiciones libres es el sistema menos malo de meritocracia, mientras no cambien otras cosas. Pero lo que ha pasado es que ese sistema ha ido siendo cada vez menos “libre”, más restringido o condicionado por méritos precedentes que, a veces, tienen que ver con contrataciones “a dedo” bastante cuestionables. Eso no quita para que quienes han adquirido unos derechos de continuidad, desempeñando durante años competentemente su trabajo, tengan la posibilidad de hallar una estabilidad laboral en él.

¿Qué ha fallado para llegar a esta situación laboral, tan extraña y prolongada?

El problema es que se ha abusado de la interinidad y no se ha dotado de plazas fijas a sectores que, en verdad, necesitaban, en una cantidad suficiente, puestos de ese estatus administrativo para un buen funcionamiento de todo el sistema.

¿Por qué crees que son tan habituales los escándalos de denuncias de corrupción en los sistemas de acceso a una plaza pública?

Porque, entre otras razones, ha sobrado el clientelismo partidista y ha faltado rigor y ecuanimidad en la selección. Quizá esto haya sucedido menos en la administración general del Estado y más en las autonomías, donde el “cuñadismo” ha estado a la orden del día en la manipulación y perversión de los sistemas de oposiciones. La prioridad era que fieles y familiares llegaran a tener un puesto para toda la vida.

¿Este país tiene arreglo?

Ni más ni menos que otros muchos. No comparto el pesimismo patriotero de algunos. Ese del que ciertos y pretendidos intelectuales alardean, blandiendo las glorias de la España imperial, con una mano, y sacando a pasear el espantajo de una picaresca española supuestamente sempiterna, con la otra. Como si eso de los caracteres nacionales no fuera la superchería pseudo-antropológica que mi también maestro, Caro Baroja, mostró ya que era y estuviéramos condenados, en cuanto españoles, a vagar sin remedio dando cabezadas en nuestro particular laberinto nacional. Mira cómo están, por la mala cabeza de algunos líderes y la aquiescencia borreguil de muchos ciudadanos, naciones como Gran Bretaña, en su Brexit; Alemania, “perdiendo gas”, en sentido figurado y literal o USA, con un semigolpe de estado en el mismísimo Capitolio y la amenaza de la vuelta de Trump en la sombra.

¿Temes que las humanidades se vayan quedando como “marías” en los actuales programas de enseñanza?

La “rentabilidad” se ha convertido en el criterio fundamental y casi único del panorama actual. La fama y el dinero en los únicos parámetros válidos de éxito. Hoy, en muchas ocasiones dentro de los propios círculos educativos, se mira con extrañeza que alguien con capacidades para prosperar renuncie a las Matemáticas y opte por las Humanidades. Como si, al margen de las mal llamadas “ciencias duras”, no existiera “salvación posible” ni el más remoto camino de triunfo. Sin embargo, nunca ha hecho más falta reflexionar, desde una perspectiva humanística, sobre el peligroso rumbo que está tomando el mundo y proponer otras sendas alternativas.

¿Cómo explicas que ahora se hable reiteradamente sobre despoblación cuando desde hace 60-70 años los responsables públicos han estado cruzados de brazos?

Sí, parece que ese problema, uno de los grandes que tienen varios países de Europa y no sólo España, surgiera ahora y hasta se hubiera puesto tristemente de moda. Una de las razones para ello es la concentración de servicios, economía y nudos de las redes de transporte, así como las sedes donde se toman las principales decisiones políticas en una serie de ciudades, quedando amplios territorios al margen de esas dinámicas. Pero en España, ya que la problemática es europea y mundial también, el resultado indeseado de esta España “vaciada”, prefiero ese término a “vacía”, o que se vacía responde a motivos que no son sólo económicos o políticos. Las élites de este país vienen ignorando y abandonando el campo desde hace siglos. Hay, pues, causas de carácter cultural en que el medio rural sea irremisiblemente identificado con el atraso y con un modelo de sociedades que hay que dejar atrás. Para mí, una nación en verdadero progreso sería aquella donde se puede vivir igual de bien en la metrópolis que en sus parajes más remotos.

¿Qué ves tú para quedarte en Castilla y León cuando la tendencia de muchas personas de esta tierra es irse fuera sacudiendo el polvo de sus zapatillas?

Como hemos venido hablando, no me cuento entre quienes solo aspiran a quedarse en un sitio, desempeñar un mismo trabajo y permanecer de por vida en la misma casa o barrio. Creo que un cierto sentido de pertenencia o anclaje a un lugar o la identificación con una cultura no es algo que sobra, sino que se hace cada vez más necesario en un mundo, como el actual, lleno de miedos e incertidumbres. Yo he regresado a la Universidad y al sitio en que inicié mi vida y mi trayectoria porque, en un determinado momento, me resultó preciso hacerlo para reconocerme y sentirme bien. Y es que una cosa que aprendí muy de niño, cuando me escapaba de la finca de mis padres sin que nadie de mi entorno familiar cayera en ello y llegaba hasta el río junto al cual ahora se encuentra mi casa,  es que, en la vida, tan importante como saber a dónde se quiere ir es saber volver. Estoy, por tanto, justamente donde quiero estar, haciendo lo que quiero hacer.

¿De quién es la responsabilidad de esta falta de identidad comunitaria, de esta ausencia de compromiso, de los gobernantes o de los ciudadanos?

Un poco de ambas partes. Se ha ignorado de manera sistemática lo que antropológicamente sabemos de la identidad en Castilla. Por ejemplo, que la identidad provincialista es casi la única que suelen ver y reconocer los políticos, aparte de decimonónica y, por ello, reciente en términos históricos, tiene arraigo en las capitales de provincia, pero no en el medio rural ya que en este han sido el pueblo, y más allá la comarca, los niveles hacia los que la gente ha mirado usualmente y se ha reconocido. Tampoco se puede negar un sentido de identidad entre castellanos y/o leoneses cuando los estudios realizados en las últimas décadas sobre inmigrantes en comunidades autónomas como Cataluña vienen a demostrar la resistencia tanto lingüística como cultural de aquellos.

Alguna vez has pedido que cuidemos los signos de identidad de Castilla y León porque esa vigilancia no es una piel sino un vestido. ¿Qué hay detrás de este mensaje poético?

Es más que una metáfora. No nacemos con una identidad. No está pegada a nosotros como una “piel”, pero como señaló Cernuda ya que hablamos de poesía, “estamos condenados a repetir lo que digan las sombras inclinadas sobre nuestra cuna”. Actualmente, lo más corriente, según apuntaba Zygmunt Baumann, es construirse una especie de “identidad de bricolage”, a partir de las culturas o lenguas de los lugares en que hemos podido vivir, pero eso no impide que exista una que nos haya podido influir especialmente en nuestra manera de concebir el mundo. Y sí, es la identidad más un “vestido” o “traje” con que decidimos ir vestidos y/o presentarnos ante los demás. Y, la identidad no ha de ser contemplada sólo en sus dimensiones problemáticas o conflictivas, sino como un proyecto de región o nación en que reconocerse, como un planteamiento de colectividad positivo, cara al futuro. Pues es mejor saber quién se es o se quiere ser que no saberlo. Hasta los estereotipos identitarios, manejados hábilmente, terminan resultando decisivos, ya que “venden” productos, como de hecho ocurre con el “glamour francés” o la “eficacia germánica”.

¿Cuáles son las banderas por las que tú luchas en la tierra que naciste?

Por una bandera de proyecto común desde el que conocerse y reconocerse. Ya está bien de encerrarse y reiterar estereotipos como el de “santos y cantos”, la religiosidad y los monumentos. O limitarse a un tipo de paisaje y de supuesto carácter castellano relacionado con él, cuando la nuestra es una Comunidad Autónoma con múltiples lenguas, paisajes y tradiciones culturales, no la Castilla monolítica como matriz de la nación española que pretenden algunos. Hay que reinventarse desde lo bueno para llegar a lo mejor.

Te has declarado pro-europeo de los pies a la cabeza, pero con autocrítica. Hazla.

Sí, porque creo que Europa, y no la UE en su versión político-económica más reciente, constituye una aspiración y un proyecto de humanidad, no tanto un territorio. Además de ser la heredera cultural del legado humanístico de la Antigüedad Grecolatina, puede decirse que se ha reconstruido, en buena medida, sobre el sustrato común de la vieja romanidad. Y vaya por delante, para evitar equívocos, que no voy a poner en duda la necesidad de apoyar a Ucrania ante su invasión por Putin. Ni el hecho de que Europa deba asumir los costos de la misma. Ello está, para mí, fuera de toda discusión. Pero cuando se habla de los problemas que vendrán y vemos cómo los políticos se preparan para irnos dando, a cuentagotas, malas noticias, debemos preguntarnos también en qué pensaban algunos líderes de la UE para llegar a la situación en que nos encontramos. Porque es absurdo que el modelo de progreso europeo estuviera basado en microchips y demás elementos tecnológicos producidos por China o en el gas ruso. ¿Cómo esperar que tus posibles enemigos vayan a seguir indefinidamente proporcionándote la luz, los aparatos tecnológicos como pantallas y equipos de sonido, pinchos y bebidas de tu fiesta sin plantearse dejarte a oscuras, sin alimentos o tecnología hasta que puedan adueñarse de todo el chiringuito?

Y en el ámbito de la cultura, ¿hacia dónde consideras que tendrían que caminar las nuevas ideas del viejo y democrático continente?

Hacia una “antropologización” progresiva de la idea de cultura que demasiado a menudo ha sido, y sigue siendo, en Europa sólo identificada con la Gran Cultura y, por esto, entendida desde una perspectiva en exceso elitista y etnocéntrica. Algo se ha ido avanzando en este sentido, por ejemplo, en la misma conceptualización de la idea de Patrimonio Cultural Inmaterial, pero aún falta mucho camino por recorrer.

Luis Díaz Viana recibe el premio Agapito Marazuela (2006).

¿Cómo has llevado dedicarte a trabajar por la cultura popular en una región que, en ocasiones, reniega de ella?

Con paciencia y escepticismo. Paciencia porque hay que tenerla en un espacio donde se la relega habitualmente por parte de élites políticas e intelectuales. Escepticismo en cuanto que vengo repitiendo las mismas cosas sobre la cultura popular, la cultura tradicional o el folklorismo, desde hace años, y mi sensación es que nunca lo repito lo bastante. La tarea, desmontando clichés e ideas preconcebidas, constituye un continuo volver a empezar. En realidad, me interesa el estudio de la cultura popular de Castilla y León, habiendo dedicado a ello varios libros o trabajos, en la medida que me parece el método más directo para conocer sus cultura, conocernos a nosotros mismos y colocarnos, así, en la situación que anteriormente reclamaba para que quienes tengan que hacerlo puedan, más fácilmente, construir y desarrollar un proyecto consistente de esta Comunidad Autónoma. Mi aproximación a la cultura popular es, ni más ni menos, la de vérnoslas con la concepción antropológica de cultura. Sin embargo, aquí se ha identificado a la cultura popular con la cultura tradicional y a esta con un folklorismo liviano o de bajo relieve, no tan lejano de los Coros y Danzas del régimen franquista.

En esa dirección, a veces, los ciudadanos entendemos que la cultura tradicional está relacionada con las gentes de los pueblos. ¿Qué hay de verdad y mentira en esta afirmación?

Es un error. La tradición funciona tanto en las culturas urbanas como rurales, tanto dentro de los círculos cultos de creación cono en ámbitos populares, se encuentren estos ubicados en el medio rural o no.  La idea de tradición apunta a una concepción conservadora, si no retrógrada, de pueblo: de un pueblo rural, visto como exótico por lo atrasado que, sin embargo constituiría un eje inamovible de identidad, una suerte de receptáculo de las esencias de la nación.

¿Hay que separar folklore y cultura tradicional?

Hay que separar el folklore o la folklorística, como posible rama de la antropología, del folklorismo, que es una afición y reivindicación nostálgicas por las tradiciones del pasado e incluso su manipulación o uso comercial como “marca”. Para mí, la folklorística, término que acostumbran a usar los antropólogos y folkloristas norteamericanos para referirse a los estudios de folklore, atañe a los códigos estéticos o gramáticas creativas que actúan dentro de las culturas: de todas las culturas. Por eso he escrito que el folklore es central, actual y universal.

¿Quiénes son los guardianes de la tradición?

Quienes se erigen en los defensores, intermediarios y, a la postre, “autoridades” para discernir qué es tradicional y qué no: por lo tanto, los que deciden qué debe ser valorado, guardado en museos y “salvado” del olvido. He escrito varios artículos y un libro (Los guardianes de la tradición) reeditado hace un par de años, sobre esto, actualizándolo, pues me pareció que era oportuno alertar sobre la deriva reaccionaria y ultranacionalista que, con frecuencia, adquiere el apelar a la tradición por encima del intento de entendimiento de la cultura o culturas.

¿Para qué sirve escribir, ponerle una mirada antropológica a los hechos de la vida?

Precisamente para esto que acabo de decir: para intentar comprender lo que pasa a cada momento en el mundo actual. Cosa, por otro lado, que ya señaló Franz Boas, uno de los fundadores de la antropología norteamericana como el propósito principal y verdadero del antropólogo en la contemporaneidad.

¿Qué te ha enseñado el CSIC en tantos años de trabajo?

Que, a pesar de lo que muchos colegas y profesores de diversas disciplinas a veces opinan, un país avanzado necesita una institución dedicada expresamente a la investigación. Si no existiera el CSIC, habría que inventarlo. Su situación en los rankings internacionales está muy por delante de los puestos que alcanzan las más prestigiosas universidades españoles, pero no sé por qué de esto casi nunca se habla. Yo dejé la Universidad de Salamanca para incorporarme al CSIC cuando ya tenía en ella mi plaza de titular, porque quería dedicarme cada vez más a la investigación y a la escritura de manera exclusiva, con un plan a largo plazo. Y no me equivoqué.

¿El futuro de este organismo está garantizado?

Debería estarlo, pero hoy en día no está garantizado casi nada. Se trata de una institución que cabe remontar a la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de principios del siglo pasado, que sobrevivió al franquismo, que lo “purgó” pero reconvirtió en Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que tiene, por todo ello, una larga, aunque azarosa vida. A pesar de estas dificultades, siempre estará llena de avatares y faltarán recursos para su mejor funcionamiento, yo confío en que se mantenga en pie y en desarrollo por el propio bien y futuro del país.

En los últimos años, estamos acostumbrados a que los investigadores salgan con frecuencia en los medios de comunicación dejando patentes las vergüenzas de su paupérrimo estado y reivindicando más atención. ¿Somos un país pobre o un estado al que le importan un bledo los científicos?

Un poco de todo. El CSIC es una institución que aguanta en no mal lugar la comparación con instituciones semejantes de Europa y del mundo, pero la situación de muchos investigadores contratados es precaria y el presupuesto que se dedica a investigación insuficiente. Seremos, sí, un “pobre país” más que un “país pobre” si no comprendemos que, para progresar, hoy, la investigación en todos los campos resulta indispensable.

Luis Díaz Viana, en una Lectura de Poemas en El Cafetín El Largo Adiós (Valladolid).

¿A Castilla y León en qué división la situarías en este terreno?

En la división de las regiones que se encuentran en una situación “manifiestamente mejorable”, pero no tan mal como a veces se supone, sobre todo si comparamos el estado de la investigación aquí con otros parámetros como los de la economía o la industria. No siendo, porque no lo somos, una Comunidad Autónoma rica ni próspera, puede decirse que contamos con una situación de la investigación o la educación bastante presentables. Lo malo es que “exportamos” investigadores, del mismo modo que educadores, al resto de la nación y a otros países. Y que, generalmente, no vuelven. Hay que tener muy claro que quieres volver para decidirte a hacerlo y, luego, contar con que la suerte o el destino te acompañen. Desde mi punto de vista, no se ha valorado demasiado, además, una característica de las gentes de nuestro medio rural que los partidos de corte progresista habrían de considerar: la reputación de los estudios, de educarse, de que sus hijos e hijas llegaran a ser, como se solía decir, “personas de carrera”. Un campesinado así no debe ser visto como “reaccionario” y, no obstante, ese es el prejuicio que, desde posiciones de izquierda, a menudo se ha venido teniendo sobre él.

Llevas una buena etapa de tu vida dedicado al estudio del Patrimonio Cultural Inmaterial. ¿Es una moda o qué papel crees que juegan la antropología y la educación en ese ámbito?

Puede ser una moda para algunos. O, lo que es peor, un término más de los muchos que, referidos vagamente a la idea de cultura popular, han ido desgastándose a lo largo del pasado siglo: folklore, cultura tradicional, patrimonio etnográfico, etc. Lo importante es que las iniciativas institucionales y legislativas en torno a tal concepto han ido aproximándose y ajustándose cada vez más a una idea antropológica de cultura. Por lo cual, y aunque en el campo del Patrimonio Cultural Inmaterial confluyen varias disciplinas, la antropología debería ejercer en su implementación y traslación al plano informativo o pedagógico un papel medular e incuestionable.

Y, ¿qué aportan la antropología y la etnografía a la sociedad del siglo XXI?

Para mí la antropología es la última o más reciente de las filosofías. La que, a partir del conocimiento de otras culturas, nos enseña los valores y deficiencias de la nuestra. Y es o debe ser, también y siempre en mi opinión, un “proyecto humanizador” o, al menos, humanístico que nos ayude a conocer y discernir lo que, dentro de esa “conquista humana” que constituye la cultura, habría de preservarse y ser desarrollado en el futuro.

¿A qué vas a dedicar tu tiempo y tu mente a partir de ahora?

A cuidar mi jardín, en primer lugar. Ya sé que esto puede sonar a “pose volteriana”, pero es con la actividad que más disfruto ahora mismo. Tengo la suerte de vivir junto a un río, el Cega, y resulta apasionante compartir con él una de sus orillas y pugnar por conseguir entre los dos el mejor paisaje en cada estación del año. Aunque, en ocasiones, amenace con que su caudal suba hasta mis vallas o porches e inundarlos. Corro ese riesgo. Y, de otro lado, me enfrento, como dije al comienzo de la conversación, a la escritura de una tercera novela, lo que constituye mi gran desafío (la primera, Los últimos paganos, ganó el premio Ciudad de Salamanca, y la segunda, Todas nuestras Víctimas, fue finalista del premio de la crítica de Castilla y León y de “El Azorín”). Me he puesto el listón alto y quiero echar el resto en ella. Busco también una edición adecuada pues combinaría ilustraciones propias con los textos de un libro de poemas, que ya doy casi por terminado, y que, seguramente, se titule El vuelo de las garzas. Con esas obras plásticas quizá me lance a hacer una exposición.

Imágenes de la exposición «Paganos» de Luis Díaz Viana en la Fundación Montes (2016). Fotografías: Juan A. Berzal.

1 Comment

  1. Un «elemento» que supo y sabe vivir del régimen político de la comunidad que sufrimos y que tan bien le dio de vivir. Oírle hablar de región cuando el propio estatuto habla de dos regiones da idea de su talante.

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