La quinta crónica del TESLA, Festival de experimentación sonora en tres jornadas y un epílogo lleva la firma del poeta y músico Ildefonso Rodríguez, y se la hemos pedido expresamente desde TAM TAM PRESS —¿quién mejor para iluminar el concierto de Chefa Alonso y Cova Villegas?— después de asistir a una sesión emocionante, en la tercera jornada del festival (21 de febrero ’16) en el MUSAC (León).
Por ILDEFONSO RODRÍGUEZ
Una de las pérdidas del hombre moderno, nos dice Elías Canetti, es su capacidad para la metamorfosis. Por la metamorfosis nos abrimos al exterior, al mundo, la naturaleza, entramos en la fluidez de los cambios. Ese era el mayor poder de los antiguos, hacerse animal, hacerse cosa, caña de bambú. Y es un poder práctico, nos transforma, nos impulsa hacia lo que no somos y podríamos ser. Lo guardado, el secreto, el código, la máscara, el silencio mismo, nos rigidizan ,“actúan contra la metamorfosis”.
La música que pudimos escuchar el domingo en el Musac, dentro del Festival Tesla, es una de las más fluidas y metamórficas que puedan existir. Dos improvisadoras. Chefa Alonso se transformaba en cada uno de sus instrumentos: kechapi indonesio, kalimba africana, tambor tanque, tubos del viento sonoro, bosquecillo de percusiones, un saxo soprano como aquel de Sidney Bechet, transmigraba de uno a otro. La voz de Cova Villegas era muchas voces, convocaba mundos alejados, reunía cosas y seres. Era música, claro está, melodías, impulsos, timbres, ritmos; y era algo más: expansión de un espacio sonoro y gestual. Un modo de comunicar de una eficacia poco común, porque manejaba aquello que parece ser constitutivo del arte y tantas veces se olvida: la imaginación, el encuentro con lo inesperado, el conjuro para atraer lo que no está ahí mismo y acabará (o no) por llegar, el borrado continuo de los límites. Es decir, la magia. Lo que siempre pedimos y a lo que esperamos asistir los que formamos el público, los que escuchamos y miramos y cerramos los ojos y vemos lo que no habíamos visto. Lo que vimos todos, todos, me atrevería a decir, los que estuvimos allí (niños, había niñas y niños embelesados, respondiendo a los sonidos, metidos en sus juegos como si nada, sin coacción, como la misma música que sonaba).
Era música improvisada y libre de formas, ciclos, armonías o compases preestablecidos. Dan ganas de decir que ésa es más propicia para alcanzar el estado de magia. Yo sí lo diría, y es un juicio subjetivo. Pero no olvidemos que a ese estado aspira cualquiera que se ponga ahí para contar, representar, tocar algo. Yo sé que a mí la improvisación me beneficia, para mí es lo natural y es alivio. Natural y benéfico parecía ser también para Cova Villegas y para Chefa Alonso entrar en la corriente de sus metamorfosis. Habían conseguido que, en palabras de la pianista Marilyn Lerner, las soñadoras se hicieran con el control.
En la sala de al lado habíamos visto las piezas de la artista de Pamen Pereira. Allí las cosas y las representaciones de los seres y las cosas tienden a levitar, pierden peso, siguen un curso que las arrebata por los aires (un escritorio con sus libros, plumas, globo terráqueo, alzado por una bandada de golondrinas). Lo abierto, lo visto en sueños, lo que trasmite poder aunque no sepamos cuál sea y para qué nos sirva. Su exposición se titula La mujer de piedra se levanta y baila. Lo que hicieron a dúo Chefa y Cova (y nosotros con ellas y gracias a ellas).
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