Cómo hemos cambiado

«Estamos dando por cancelada la pandemia. Hasta tal punto nos hemos acostumbrado que hay quien ve venir otra en una viruela de mono con un centenar de afectados, cuando al principio de la pasada llamábamos griposos a unos cientos de miles…»

Por LUIS GRAU LOBO

Luis Grau Lobo.

Resulta que sí, que al final hemos cambiado ¿cómo no? La pandemia nos ha transformado, sutil y quién sabe si definitivamente. ¿Mejores? No exageremos.

A poco que uno sondee, parecemos más tiquismiquis, menos comprensivos, más severos. Creemos que la afrenta está a la vuelta de la esquina y lo que en su momento se llamó «policía de balcón» ha despertado al censor que llevamos dentro para enjuiciar todo y a todos. Hacer de inquisidor da gustito y llevar razón, que siempre triunfa en la pasarela personal, ha convertido el cuñadismo en una práctica de autoridad durante la pandemia. Opine usted; si se atreve.

Tenemos más miedo. Amedrentados por la muerte y la enfermedad que pasaron rozando a tantos llevándose a muchos, nos amilanan síntomas y circunstancias que antes ignorábamos con bendita frivolidad. La acritud también nos ha hecho más neurasténicos. Y con más mala leche. Pretendemos recuperar a marchas forzadas un tiempo evaporado en el sofá o la terraza y ejercer un sacrosanto derecho a refunfuñar por tal o cual chirrido de un mecanismo que nunca estuvo engrasado pero que, en aquellos duermevelas, imaginamos puesto a punto a nuestro regreso.

No hemos aprendido nada. Las inversiones en sanidad no solo han seguido decreciendo, sino que se ha echado a la calle a los médicos contratados, las listas de espera se alargan, la atención primaria mengua o no se suplen las jubilaciones. Estamos peor preparados para otro caso similar y, por si fuera poco, el negocio de la salud de todos sacó tajada entonces, lo hace y lo hará. Las enésimas demostraciones de nuestra estupidez y descreimiento son demoscópicas.

Comprobamos a nuestro alrededor que todo el mundo ha marchitado a gran velocidad. No nosotros, que nos vemos al espejo cada día en casa, pero sí los que ocultaban una parte de su rostro (que, como saben los superhéroes, es ocultarlo todo) y al descubrirlo revelan en él todo ese tiempo de un solo mazazo. Se muestran más arrugas y una especie de rictus inédito proveniente de una falta de expresividad facial que no hemos necesitado y quizás descuidamos. Nos tocamos menos, nos abrazamos con recelo, apenas se dan besos y las muecas son más rígidas, poco ejercitadas. Somos menos confiados y afables, más reticentes a ese contacto humano que está costando reconstruir.

Hemos perdido noción del paso del tiempo y estos meses (quién sabe cuántos) han volado sin que sepamos concretar en cuál de ellos pasó tal o cual cosa, si es que pasó algo aparte de lo que todos hemos vivido de igual manera.

Estamos dando por cancelada la pandemia. Hasta tal punto nos hemos acostumbrado que hay quien ve venir otra en una viruela de mono con un centenar de afectados, cuando al principio de la pasada llamábamos griposos a unos cientos de miles. Más cascarrabias, miedosos, tercos, ofuscados, deslucidos, inseguros, suspicaces…

— O sea, más viejos.

— Dos años y pico más o menos.

(Publicado en La Nueva Crónica de León el 12 de junio de 2022)

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