Un texto a propósito de la representación de ‘El régimen del pienso’, de la compañía La Zaranda, en el Auditorio de León, el jueves 18 de abril de 2013.
Por VÍCTOR M. DÍEZ
Queda en la ciudad, mientras los cómicos viajan a Bilbao en su carromato, ese saludo final en personaje de la Zaranda, que no concede pero nos concierne a todos. Los doctores-actores agitan la mano del muertecito en un adiós lacónico. Muchos espectadores aplaudían, también, como si alguien les moviera las manos desde la butaca de atrás de su intimidad. No suele saludar la Zaranda al terminar el espectáculo ¿Qué final? Parece otra forma de señalar la continuidad de vida y teatro que ellos arrastran, nunca mejor dicho, en estos tiempos de penuria. (¡Qué antigüedad!, se oye cada tanto en la obra. El teatro)
La superposición de planos dramatúrgicos se mueve a la velocidad del trilero, a pesar de la aparente lentitud vital, siempre rítmica de la escena. La primera capa, la epidermis del texto invita a la metáfora hombre-cerdo, mundo-pocilga que va quedando como una música de fondo ante la complejidad asombrosa del siguiente plano (¡Oh qué prodigio!) del actor interpretando a un ser humano deshumanizado. El actor kafkiano convirtiéndose en cucaracha por la mera magia de ocupar un cuerpo vacío: pantalón, camisa, zapatos, gabardina y corbata.
Pienso, luego existo; decía el burro de aquél chiste cartesiano deconstruído. El hombre archivado, que sigue respirando por su cuenta aunque le desenchufen lo de comer y lo de respirar. Así nosotros, con una patada en el culo nos pagan. Es la vida una comedia y los funcionarios de la vida nos prometen escribir una gran epopeya con nuestra historia si les prometemos no molestar. El régimen se deshace de los restos, el que ya no produce no pida pienso.
Pensar. El tejemaneje, el vaivén, el ulular, el hormigueo escénico tan característicos de estos demiurgos que llevan traen, murmuran, reburdian, repìten, llevan, traen y apilan, colocan… Como construyendo la vida-interpretación, en un tricotar de palabras, acciones y objetos: dice la cosa por sí misma a quien preste oídos. Horas después, por la noche-noche, me encontré a un técnico del teatro. “Yo lo que sé es que la Zaranda siempre cuelga cosas del techo”. No está mal visto, jefe. La vida colgando ante nuestras narices.
Encuentro feliz, diríamos que dicen los que saben de la cosa, con los corderos. Curiosa simbiosis, vasos comunicantes de dos de las compañías más interesantes del panorama.
Con cuatro chismes significantes: archivo, estantería, flexo y palabras láser. Coreografía espiritual, bajo la música mesiánica (Rorate, caeli, desuper…)** que promete salvación después de la destrucción de todo.
Semprún era lo que les faltaba a los vinagrentos de Jerez. Ese actor personaje al que puedes zarandear y no caerá ni una moneda redonda, quizás una fotografía de su prima la fresca. Toda la vida ensayando para ser así. Parece un personaje recogido en auto-stop. Tu ponte ahí y di esto. Mejor no digas nada y quítate la ropa. ¿Me va a dar calambre? Tome aire, expúlselo, respire normalmente. “Conmigo hacen experimentos” me había dicho un día de sus otros médicos.
Se nos abren las carnes, de ver a estos nómadas geniales, pasando fatigas. Todo está muerto mientras sobrevive. Como decía José Luis Sampedro, cuando le preguntaban cómo estaba a los noventaytantos. “Pues ya ve, tan jodidamente”. Ese vitalismo moribundo nos conmueve. Gracias, genios del alma. Os necesitamos.
**(Rorate, caeli, desuper, et nubes pluant iustitiam; aperiatur terra et germinet salvationem; et iutitia oriatur simul. Destilad, cielos, como rocío de lo alto, derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación.)
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- La epidemia porcina de La Zaranda señala a la actual situación laboral, en TAM TAM PRESS.
- «Disfrutar zarandeándome», un artículo de Javier Semprún en TAM TAM PRESS.
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