
El quinto número de la colección de libros ‘A cuentagotas’ ya llegó a las librerías. En ‘Diario para perder el tiempo’ (Eolas Ediciones), el músico leonés Luis Martínez Campo ha compuesto un libro de «partituras de lugares» en el que se relata lo que ocurre a tiempo real mientras se escucha de manera activa la vida alrededor, mientras se escribe…
En la estela estética, poética y experimental de caminantes solitarios como Robert Walser, Francesco Careri, Werner Herzog o Hamish Fulton, pero también de músicos como John Cage o de pintores como Friedrich, entre otros, Luis Martínez Campo defiende que, en un mundo donde todo está delimitado, «pasear en silencio es un acto revolucionario». Y su primer libro supone precisamente eso: una defensa de ese «perder el tiempo» casi como una postura política, en el sentido de que «perder el tiempo, caminar, escribir… es algo a reivindicar».
La colección ‘A cuentagotas’ está auspiciada por la Concejalía de Juventud, a través del programa de ocio alternativo es.pabila, y nace con criterios de calidad y vocación de continuidad, al cuidado de Eloísa Otero, con diseño exterior y portadas de Rocío Álvarez Cuevas.
Reproducimos, bajo estas líneas, la «Introducción» del autor y la ‘Nota de la editora’ que figura al final del volumen, y anunciamos que también se encuentra ya en las librerías el sexto título de la colección, ‘Pan de mar’, de Sara Abad Reguera, mientras que el séptimo, ‘Carbón. Negro’, de Álvaro Caboalles está a punto de entrar en imprenta.
:: «Introducción para los que deciden perder el tiempo», por Luis Martínez Campo

«Lo que vais a leer a continuación es un diario escrito, principalmente, durante el último año. No tiene principio ni fin, ya que no recordamos el pasado de manera lineal. Durante el año anterior a la redacción del diario, recuerdo mi vida como una sucesión de acontecimientos con un orden lógico. Un año después, algunos recuerdos de aquel año perfectamente ordenado eran más vívidos que los de hacía una semana. Dejó de tener importancia el año en el que estaba y a importar tan solo el momento del año, que se relacionaba con experiencias del año anterior. El diario entremezcla el tiempo de esos dos años y el de otros que aparecieron durante la escritura. Por ello creo que es más veraz presentar las fechas sin año. Porque perdí el tiempo.
Después de la primavera de 2020 sentí una necesidad imperiosa de caminar. Como un flâneur, me lancé a la deriva por la ciudad. Y cuando se pudo salir de la ciudad, deambulé por otros lugares. En esos meses, Eloísa Otero me propuso escribir un libro. Recuperé algunas entradas de un antiguo diario de viajes y decidí hacer un diario de viajes caminados por la ciudad. Un cuaderno de escucha de lugares públicos. Una pérdida de tiempo.
Caminar puede ser una pérdida de tiempo. Escribir también. Todas las entradas de este diario han sido escritas en diferentes espacios públicos exteriores: parques, plazas, calles, caminos, montes. Lugares donde es fácil perder el tiempo. Algunos son singulares y otros irrelevantes, pero todos se convierten en emblemáticos después de referenciar una entrada en un diario. O varias. Todas ellas podrían empezar con la palabra «sentado», ya que todas han sido escritas después de una caminata. Las ha habido de quince minutos y las ha habido de seis horas. Todas empiezan con escritura automática que toma el pulso del caminar y después derivan de maneras inesperadas a otros momentos. Pasados y futuros. Todas prestan especial atención a lo que ocurre alrededor y a lo que se puede escuchar. En algunas, las palabras se hibridan con notaciones gráficas de sonidos. Este diario funciona como un libro de partituras de lugares: lo que se relata estaba ocurriendo a tiempo real mientras era escrito.
Cuando caminas y escribes pierdes el tiempo de muchas maneras. Pierdes la noción del tiempo y el tiempo en sí mismo. Empiezas aquí y ahora y acabas aquí pero no ahora.
Es paradójico haber escrito un libro queriendo perder el tiempo.»

CAMINAR, ESCUCHAR…
Y ESCRIBIR EN UNA LIBRETA BLANCA
[Nota de la editora]
Solo quien deambula sin destino puede atender
a cuanto le salga por el camino.
E. A. R.
Por ELOÍSA OTERO
No sé por qué se me ocurrió que Luis Martínez Campo escribía. Apenas le conocía cuando le propuse meterse en esta aventura, pero no se extrañó en absoluto. Yo sabía que él había acompañado al poeta Jorge Pascual en sus paseos por la naturaleza mientras este último componía su poemario El viento ya está escrito (Ed. Menguantes, 2018), un proyecto vinculado a la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC) en el que Luis se ocupó de grabar los paisajes sonoros ligados al libro de Jorge. También había leído algún texto relacionado con otro proyecto enlazado a Cerezales (y cofinanciado por la Fundación Daniel & Nina Carasso) más que interesante, Los sonidos de la escuela rural. De la escucha activa a la creación colectiva, en el que Luis estuvo volcado de lleno, como músico y pedagogo, a través de una estancia de tres cursos lectivos (2017-2020) en el CRA Ribera del Porma, si bien la última fase no se pudo llevar a cabo por la pandemia de covid-19. El objetivo de este último proyecto, en colaboración con la pianista y compositora Hara Alonso y con Juventudes Musicales de León (bajo la dirección de Juan Luis García), era el de estimular el aprendizaje y la experimentación sonora y musical en los niños y niñas (con edades entre los 6 y los 12 años) de las escuelas de Santa Olaja de la Ribera, Santibáñez del Porma, Vegas del Condado y Villaturiel, poniendo énfasis en los procesos de creación colectiva y relacionándolos con el paisaje sonoro, la oralidad y la grabación sonora a partir de tres preguntas guía: «¿Cómo sonamos nosotros? ¿Cómo suena nuestro entorno? ¿Cómo suena el mundo?». Y todo ello en colaboración con los maestros y maestras del CRA y con las familias de los alumnos y alumnas. Una maravilla.
En la página de FCAYC se puede buscar más información y en el canal de Vimeo titulado Los sonidos de la escuela rural hay una serie de vídeos sobre este proyecto que merece la pena ver —en especial los documentales que resumen los cursos 2017-2018 y 2018-2019—, para descubrir las magníficas posibilidades inexploradas de la educación sonora y musical en un contexto propicio. Porque en este proyecto los alumnos aprenden sobre todo a «escuchar», a descubrir el entorno a través de la escucha (¿cómo suena un paisaje?), pero también a hacer un registro y grabar esos sonidos. Y lo hacen partiendo de una escucha sin presiones, a base de dar largos paseos con un cuaderno en la mano para dibujar el paisaje sonoro. Aprenden también a experimentar con el cuerpo y con la voz, a desarrollar la oralidad, a contar las cosas con sonidos, a componer mapas sonoros del territorio que habitan, o partituras a partir de cuentos (¿cómo suena un cuento?), para poder luego interpretar esas partituras. Poco a poco se van introduciendo, además, en la escucha de distintos instrumentos tocados en directo… hasta que llega el momento de jugar a hacer una orquesta que suene de verdad. Y todo ello sin conocimientos previos de lenguaje musical. El resultado, como se puede ver en los vídeos de fin de curso, donde los alumnos tocan distintas piezas con la Orquesta Juventudes Musicales, es entrañable y fascinante.

Luis Martínez Campo, en la actualidad, es responsable del área de sonido y escucha en la Fundación Cerezales. Se nota que disfruta con su faceta de pedagogo, y como músico afirma que prefiere «escuchar a tocar». También es compositor, actor, productor, artista experimental y creador multidisciplinar, facetas que se combinan entre sí en un proceso de indagación continua.
Recuerda que de pequeño le gustaba cantar y así fue como entró a formar parte del coro del colegio. A los once años ya tocaba la gaita, aunque a los doce la cambió por la percusión, que es lo que pudo empezar a estudiar en el Conservatorio, sin opción a poder escoger otro instrumento.
Se diplomó en Magisterio en León, en la especialidad de Educación Musical, y más tarde se licenció en Historia y Ciencias de la Música en Salamanca. En esa ciudad empezó a tocar la viola de gamba en el Conservatorio, mientras terminaba sus estudios de percusión; también entró en contacto con el teatro a través de Electra Teatro, una asociación universitaria. Y allí cursó dos másteres, uno en investigación de música hispana (su trabajo, con el que obtuvo un Premio Extraordinario de Fin de Máster, versó sobre La jácara en el siglo XVII. Literatura y música entre las fuentes escritas y la tradición oral), y otro en profesorado de ESO y Bachillerato (con un trabajo de Fin de Máster sobre La improvisación musical: actividad creativa y proceso de comunicación colectiva).
Coincidiendo con la finalización de sus estudios de licenciatura, empezó a producir, realizar y colaborar en distintos proyectos artísticos y educativos, abordando lo sonoro desde una visión expandida, transdisciplinar, en la que para él cobran especial importancia los procesos creativos colaborativos.
La escucha, la creación sonora con la voz, el cuerpo y objetos, así como la improvisación libre multidisciplinar y las grafías no convencionales del sonido, son elementos clave en su trabajo. Luis Martínez Campo, además, considera los procesos educativos y de investigación como producción artística. Ha sido profesor de percusión en la Escuela de Música de San Andrés del Rabanedo y ha tocado en orquestas sinfónicas, pero también en grupos de punk-rock. Ha impartido talleres para adultos sobre paisajes sonoros, escucha profunda, técnicas básicas de grabación, voz y palabra… pero también de creación escénica y espacio sonoro. Ha realizado proyectos con DA2, Universidad de Salamanca, Menhir, Asociación UAW/MF, Teatro el Mayal, Acéfalo Narciso Teatro y Juventudes Musicales de León.
En 2018 fue director artístico de un montaje colectivo sobre la memoria histórica, inspirado en testimonios de la Asociación Pozo Grajero de León, que se estrenó en Salamanca junto a un grupo de actrices del Laboratorio de Teatro Político, con el título Al invierno no se lo come el lobo; una idea que surgió en un taller de trabajo sobre la memoria histórica, de manera improvisada, y que luego se llevó al papel. Como director artístico destaca su trabajo en las obras Terror y Miseria (Electra Teatro, 2017) y Jácara del Mellado. Versión de oficina (Electra Teatro, 2016).
Como director musical/músico ha producido y/o participado en montajes como El bazar de los diez mil millones (espectáculo de improvisación multidisciplinar, con Acéfalo Narciso Teatro, León, 2018), Viaje al Parnaso, el talent show (La Farsa Barro-k, Madrid, 2016), The judge of the divorces & others (Spanish eatre Company, Londres, 2016), Entremeses famosos del falso y rancio saber (Electra Teatro, Salamanca, 2015) o Love is in the death (Electra Teatro, Salamanca, 2015).
Ha intervenido en creaciones colectivas como La primavera robada (2021)—fraguada durante la primavera del largo confinamiento por la covid-19 de 2020— y, antes, en Equinoccio. La piel contra el alambre (2018). También en la obra Cuatro esquinitas (estrenada en el Festival Urogallo 2020).
Actualmente forma parte del colectivo 9V —junto a la actriz y también educadora Andrea Soto Vargues—, concebido como un proyecto escénico desde el que desarrollar nuevas propuestas colectivas, y al que se ha podido ver en acción en León durante el último Festival TESLA (Obertura con 120 caballos, 2019), por ejemplo, o en el Festival VECINDARIO (con CÍCLICA, 2021).
Pero volvamos al principio, cuando comentaba que Luis no se extrañó de que yo le propusiera preparar un libro para esta colección, que yo imaginé de alguna manera experimental, como así ha sido. Me contó que él tenía ya algún diario de viajes. «Cuando estuve en Berlín, por ejemplo, salía a caminar, a hacer derivas, y luego escribía (la escucha y la deriva son conceptos complementarios). También tengo libretas de algunos viajes que hice solo… porque cuando vas solo tienes tiempo para escribir».
Después del primer confinamiento, en cuanto se pudo salir a la calle, recuerda que sintió una necesidad imperiosa de ir a caminar durante horas y horas hasta perder la noción del tiempo, en un «a ver qué pasa», «qué ocurre aquí», es decir, desde una posición de descubrimiento, como un juego. «En un momento en que no hay expectativas, como ha sucedido con la pandemia, la única actitud posible es la expectación», reflexiona.
Empezó así a escribir en una libreta blanca forrada de plástico transparente, su «cuaderno de escucha», que poco a poco fue tomando la forma de un libro de partituras de lugares en el que se relata lo que está ocurriendo mientras se escucha de manera activa la vida alrededor, mientras se escribe… Y este es el resultado.
«Caminar puede ser una pérdida de tiempo. Escribir también», anota en la Introducción de este diario, donde él mismo ilustra a la perfección lo que ha querido hacer en este libro. Pero «perder el tiempo» también es ganarlo en la conquista de otras cosas. «A lo que he llegado es a que ese escuchar hacia afuera es también escuchar hacia dentro».
«Perder el tiempo» en un lugar, además, te puede llevar a otro momento, a otro espacio… «Hay momentos en que este ejercicio ha sido sanador, me ha ayudado a sobrellevar las circunstancias, a aprender a convivir con cierto dolor que yo tenía, a tener una actitud de contemplación, en la que una calle se convierte en un pequeño universo donde hay cosas que cobran un sentido, que no es sino el que tú le das…»; «escuchar el silencio te lleva a ser más consciente de dónde te puedes posicionar tú (en lo político, en lo social, en lo artístico…)», leo en las notas que fui tomando mientras hablábamos.

En la estela estética, poética y experimental de otros caminantes solitarios como Robert Walser (El paseo), Francesco Careri (Walkscapes: El andar como práctica estética), Werner Herzog (Del caminar sobre hielo) o Hamish Fulton (para el que «su obra consiste en caminar, algo que lleva hasta sus últimas consecuencias…», y para quien «caminar», a su vez, es un modo de conversación interior); pero también de músicos pioneros e interdisciplinares como John Cage (4’33’’), o de pintores como Friedrich, entre otros, Luis Martínez Campo sostiene que, en un mundo donde todo está delimitado, «pasear en silencio es un acto revolucionario». «A veces en las ciudades hay tanta luz que no parece que es de noche», comenta, como de pasada. Y este libro, en definitiva, es una defensa de ese «perder el tiempo» casi como una postura política, en el sentido de que «perder el tiempo, caminar, escribir… es algo a reivindicar».
Después de conocerle un poquito más, y de tener en mis manos esa libreta blanca en la que fue anotando sus escuchas… Luis me parece ahora un ser como de otro mundo (como casi todos los músicos), con otro tempo, otros pájaros en la cabeza y, desde luego, con otras alas… Así que, desde aquí, les invito a leer, escuchar y «perder el tiempo» con este pequeño libro en el que se esconden muchas más cosas de lo que parece.
:: Sobre Luis Martínez Campo
Luis Martínez Campo (León, 1990) empezó a cantar a los ocho años y a los once ya tocaba un instrumento musical. Ha formado parte de agrupaciones de estilos diversos, realizando su primera grabación a los dieciocho años. Un día se subió a un escenario para hacer la música en una obra de teatro y desde entonces no ha parado de hacer una cosa o la otra. Ha producido, dirigido o colaborado en más de veinte creaciones. Le gusta improvisar sin saber cuándo empezar y caminar sin saber donde acabar. También actúa y dibuja de vez en cuando.
Diario para perder el tiempo es el primer libro que publica, aunque no es el primer diario que escribe.
:: Sobre la colección ‘A cuentagotas’

‘Libros… a cuentagotas’ es una iniciativa del programa de ocio alternativo es.pabila (Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de León) para dar visibilidad al trabajo literario realizado por jóvenes autores y autoras menores de 35 años y vinculados a León. «Más allá del empeño entusiasta que han puesto en ella cuantos participan en su gestación, esta colección espera servir de acicate y estímulo, pero también de conocimiento del medio a quienes empiezan a dar sus primeros pasos como escritores y escritoras».
La colección, al cuidado de la escritora y periodista Eloísa Otero, está abierta a todo tipo de géneros literarios: ensayo, poesía, narrativa, teatro y escritura experimental, entre otros, y nace con criterios de calidad y vocación de continuidad en el tiempo.
La imagen exterior de los libros ‘A cuentagotas’ es obra de la fotógrafa y diseñadora gráfica Rocío Álvarez Cuevas, que fue seleccionada a través de una convocatoria dirigida a jóvenes ilustradores para realizar las portadas. La selección de la editorial encargada de publicar los libros se realizó a través de un concurso administrativo adjudicado a la Librería Universitaria de León – Eolas Ediciones.
“Más allá del producto final (un pequeño libro), lo que nos importa en este proyecto es que los jóvenes autores puedan conocer de primera mano el proceso de elaboración de un libro, desde que se escribe hasta que se publica, y que tomen contacto con el funcionamiento del mundo editorial”, apunta Eloísa Otero, editora y coordinadora de ‘Libros a cuentagotas’. Tanto ella como la diseñadora de las preciosas cubiertas de los libros, Rocío Álvarez Cuevas, al igual que los editores de Eolas, Héctor Escobar y Raúl Sánchez —que son los que al final envían el libro a imprenta y lo publican en su sello—, tienen claro que lo que ponen en este empeño, además de su profesionalidad, es tiempo, cercanía, paciencia, mimo, cariño y buen hacer, acompañando a los jóvenes autores en su aventura de publicar un libro, probablemente su ópera prima, y también a la hora de presentarlo al público.
Los libros de la Colección
- ‘La poesía leonesa y la Colección Adonáis. Una historia revisada’ (Ensayo), de Sergio Fernández Martínez.
- ‘Continente’ (Poesía), de Silvia Abad Montoliú
- ‘El velamen del desvelo’ (Metapoesía), de Mareva Mayo
- ‘La diáspora de las aves’ (Poesía) de Marina Gay Ylla
- ‘Diario para perder el tiempo’ (Escritura experimental), de Luis Martínez Campo
- ‘Pan de mar’ (Poesía), de Sara Abad Reguera
- En preparación: ‘Carbón. Negro.’ (Escritura performativa), de Álvaro Caboalles
Se pueden adquirir online en:

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