
Llega estos días a las librerías el nº 12 de la colección ‘Libros a cuentagotas’: Jazz en León (Eolas Ediciones), un trabajo de investigación del saxofonista y músico Rubén Díaz Domínguez (León, 1989) sobre los orígenes, la evolución y la historia del jazz en la capital leonesa.
La colección ‘Libros… a cuentagotas’, auspiciada por la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de León, a través del programa de ocio alternativo es.pabila, está al cuidado de Eloísa Otero, con diseño exterior y portadas de la fotógrafa y diseñadora gráfica Rocío Cuevas y con publicación a cargo del sello leonés Eolas.
Próximamente saldrá de imprenta el último volumen de los cinco realizados en 2022: ‘Vacío’, de Diego Villoria Zapico.
Este pequeño ensayo de Rubén Díaz, que actualmente está terminando el grado superior de Jazz en el Conservatorio de A Coruña, empezó siendo un trabajo de clase sobre la historia del jazz en su ciudad natal, a partir de una entrevista a su profesor de saxofón, Ildefonso Rodríguez, como un homenaje. Pero Rubén continuó ahondando en el tema y su investigación pronto se convertirá en su Trabajo de Fin de Estudios (TFE).
En Jazz en León, además de indagar en los orígenes del jazz en esta ciudad, se intenta poner un orden cronológico a los primeros grupos y músicos especializados en este género que tuvo León en la segunda mitad del siglo XX. Se descubre también la evolución que esta música ha experimentado hasta nuestros días en el estrecho ámbito geográfico de una capital de provincia, así como su repercusión e influencia en las nuevas generaciones. El libro incluye un capítulo final con los principales grupos y figuras del jazz en activo, hoy en día, en la capital leonesa.
:: Sobre «Jazz en León», de Rubén Díaz

After all the investigation,
all of the technique doesn’t matter…
only if the feeling is right.
John Coltrane
«La primera orquesta de baile de la que se tiene noticia en León, tocando temas jazzísticos, es la Harlem Club, creada por Felicísimo Aller Soto ‘Simín’, uno de los músicos más completos y una leyenda de la música moderna leonesa. Dominaba varios instrumentos: clarinete, saxo, violín… y era un buen cantante, además de compositor de infinidad de canciones. En los años 50, Felicísimo Aller no solo vivía de su profesión y tocaba a diario con diferentes combos y agrupaciones, sino que era un ‘estudioso del jazz’ y ‘promovió la primera formación leonesa de ese género’.»
Con este punto de partida, indagando en los escasos estudios que hay sobre el tema, y a partir de entrevistas a músicos fundamentales de la ciudad de León, como el guitarrista Alfredo R. Vidal, el saxofonista y escritor Ildefonso Rodríguez o el hijo de ‘Simín’, el compositor y pianista Julio Aller Lorenzana, el joven saxofonista Rubén Díaz reconstruye la historia del jazz en esta capital a través de los músicos y los grupos que la han hecho posible, desde las primeras orquestas (Harlem Club, Orquesta Ayala, Orquesta River Club, Orquesta 5 Amigos, Yalex, La Continental…) hasta nuestros días.
«(…) El primer grupo que introduce temas de jazz moderno en su repertorio, mezclado con temas de la tradición, y que ofrece el primer concierto de jazz, es Colectivo 1, y lo hizo en la discoteca Mitos de León, en 1974, con temas como Take Five o Blue March. Además, Colectivo 1 realizó dos años antes, en 1972, la primera grabación de jazz en León. El segundo grupo con un repertorio dedicado enteramente al jazz moderno, con estándares y temas propios llevados al jazz, es Almacén de Caramelos, formado en 1978. El tercer grupo que se formó se llamó El Combo de Sara y, si nos fijamos en su recorrido, se puede afirmar que es el grupo de jazz más importante que ha salido de León, en cuanto a trayectoria, y que ha compartido escenario con músicos de alto nivel, algo que no puede decir ningún otro grupo del panorama jazzístico local. Este combo, además, empezó a investigar el free jazz y ya lo incorporaba en su repertorio entre 1982 y 1986. Poco después, tras la llegada a León del bajista inglés Tony Bowring, Alfredo Vidal, Toño Segura e Ildefonso Rodríguez forman con él Los Tachindas, un cuarteto polivalente cuyo repertorio constaba de temas propios con un desarrollo muy amplio en su mayoría, incluyendo también algunas piezas de Ornette Coleman.
En los años 90, el jazz en León toma un camino más libre, con grupos como Cova Villegas Quinteto, Dadajazz o Sin Red, que exploran el free jazz o la improvisación libre y que siguen activos hasta nuestros días, reconocidos nacional e internacionalmente. La creación de un Aula-Taller de Improvisación Libre por parte de Ildefonso Rodríguez, dentro de la Escuela Municipal de Música, ha dotado a la ciudad de un nuevo espacio donde músicos de diferentes estilos se juntan para explorar el jazz modal, la improvisación libre y disfrutar del placer de tocar juntos.
Hace 40 años, además, Alfredo Vidal e Ildefonso decidieron reunir el jazz con la poesía, acompañando a poetas con su música mientras recitaban, y recitando ellos mismos también. Su repercusión y calado en músicos y poetas leoneses de distintas generaciones es evidente. Se puede comprobar claramente a través del Aula-Taller de Improvisación, donde Rodríguez sigue reuniendo y dirigiendo a músicos de distintos géneros y estilos desde hace ya más de tres lustros, sumándose a veces distintos poetas a las sesiones. En especial habría que nombrar al poeta Víctor M. Díez, miembro del cuarteto Sin Red. También a Jorge Pascual, entre los poetas improvisadores. (…)»
El libro dedica un capítulo a algunas de las damas del jazz que ha dado esta capital (Cova Villegas, Beatriz Larom, Rosario Granell, María Quiroga, Ana de Andrés…) y otro a algunos músicos imprescindibles en este campo (el saxofonista Antonio Segura aka Eknorfu Palig, el compositor y pianista Julio Aller Lorenzana, el contrabajista Javier Baillo o el bajista Juanjo Alonso).
La parte final del libro se centra en los grupos leoneses de jazz, o vinculados al jazz, en activo actualmente, que no son pocos:
3 Gatos Swing, Swing Combo, Tri-Full-Jazz, Beatriz Larom Quinteto, Doctor Bogarde, Jazz in Time, New Orleans Jazz Band, Jazzmín, Game, John Bramley Trío, Cova Villegas Cuarteto, Prieto Picado, Four Notes, Duna Quartet, Blue Trane, Yanicet Lobaina Quartet, María Quiroga Quintet, Delta Galgos, Eleven Quartet, Dadajazz, Formaciones Elásticas, Sin Red, Free Frogs y Jaula 13.

NOTAS SOBRE EL SAXOFONISTA LEONÉS RUBÉN DÍAZ
[Nota de la editora]
Por ELOÍSA OTERO
Su abuela Leonor le recuerda, cuando apenas tenía dos añitos, zampurreando ritmos en el tambor con su tío Ezequiel por el pasillo de la casa. Rubén Díaz (León, 1989) empezó después a tocar la flauta en el colegio. «Se me daban bien las melodías, me gustaba soplar. Pero el ‘culpable’ de que eligiera el saxo fue mi padre, Urbano, que los sábados me despertaba prontito, sobre las nueve de la mañana, con todo tipo de música sonando en el tocadiscos, y cuando ponía a Maceo Parker, saxofonista de funky y jazz… ¡Me encantaba despertar con el groove ese!». Otro músico que le animaba a levantarse de la cama era el trombonista Fred Wesley. «De hecho yo iba para trombonista, pero con once años, cuando fui a la Escuela Municipal de Música a matricularme, no había trombón, así que escogí el saxo, a lo Maceo Parker».
Recuerda que de pequeño empezó tocando en la banda de la cofradía Dulce Nombre de Jesús Nazareno. «Primero con el tambor, luego estuve una temporada tocando la corneta, y más tarde el clarinete… pero lo dejé. Ya había empezado en la Escuela de Música con el saxo, y además jugaba a balonmano, así que no tenía tiempo para ensayar».
En la Escuela de Música le asignaron a Ildefonso Rodríguez como profesor. «Fue lo mejor que me pudo pasar porque, si no es por él, hubiera dejado el saxo. Yo era un poco vago, pero creo que se me daba bien, y a él le gustaba mucho que nos juntáramos con otros músicos para hacer combos. Allí fue donde toqué mi primer blues, y empecé a tocar melodías y a juntarme con gente mayor que tocaba bien y yo era el niño…».
En esa época volvieron a llamarle para tocar el clarinete en la banda de la cofradía Dulce Nombre, y estuvo un año. «Pero me gustaba el saxo, y entonces fue cuando mis padres me regalaron por Reyes mi primer saxofón. Lo primero que toqué con él fue la escala de Re Blues».
Su profesor, Ildefonso Rodríguez, acababa de montar el Aula Taller de Improvisación en la Escuela de Música, pero Rubén no tenía tiempo para ir demasiado a menudo, porque su vida se iba complicando. «Estando en la banda de la cofradía, me surgió empezar a tocar pachanga con la Orquesta Caribeños, que luego se llamó Banarama. Yo tenía 15 años, y mi padre me tenía que firmar un permiso para ir a trabajar. Es todo un mundo ese, el de las orquestas…», suspira Rubén.
Así que a los 17 años se apuntó a un módulo de Electricidad (grado medio) y más tarde a otro de Mantenimiento de Instalaciones Térmicas y de Fluidos (grado superior). Y, tras acabar los módulos, empezó a trabajar en distintas cosas… «Pero el saxo siempre estaba ahí, aunque yo no tuviera mucho tiempo para la música».
Recuerda que de vez en cuando iba por el Aula-Taller, y siempre se juntaban un montón de gente a tocar. «Estudiar y trabajar no me molaba, lo que más me gustaba era la música, empecé a pensar en montar un grupete… Pero al final entré en el mundo de las charangas durante los meses de verano, empezó a llamarme gente para tocar…».
Una de las orquestas que le llamó fue la Malibú Show, de Benavente, con la que permaneció siete años, y que a día de hoy todavía le debe bastante dinero. «La vida de la orquesta también es dura, había que ir a ensayar a Benavente, perdí mi relación con amigos del pueblo, conocí a otra gente… Pero trabajar en verano me daba pasta y me gustaba». En esa orquesta conoció a Pepín Juidia, de Astorga, y montaron, junto con María Quiroga, Resaca, su propia charanga. También con María Quiroga formaría poco después un grupo de jazz. Y con Nicolás Llagaria, guitarrista francés afincado en León, montó el dúo Blue Trane, con estándares de jazz y de todo un poco, para animar fiestas.
«Nico y yo tocábamos mogollón, hasta dos o tres veces cada fin de semana, sobre todo en el Harvard (lo que era el Big John), en el café Lisboa, en el bar Ferecor… y ahí seguimos, porque nunca hemos dejado ese dúo». Guillermo Alonso, Segis (Sergio García), Mario Morla… llegaron a su vida también en esos años de primera juventud. «Quedábamos para ensayar, y fuimos montando cosillas, como el grupo de jazz Eleven Quartet. Guardo muy buenos recuerdos, pero yo entonces no sabía jazz. Yo sabía tocar, me dabas una escala y me ponía con ella. Pero nadie me había enseñado acordes, ni armonía…», reconoce.
Hasta que, con 27 años, tomó la decisión de estudiar el grado superior de Jazz en el Conservatorio de A Coruña. «Antes había ido allí con María Quiroga (trompeta), para ver qué se necesitaba para matricularse. Me entusiasmó la idea de poder estudiar allí sin haber pasado antes por el Conservatorio». María Quiroga logró entrar. Pero Rubén perdió un año mientras arreglaba los papeles. «Tuve que hacer un examen de madurez, porque no tengo título de bachiller; y aunque sí tenía el grado superior de FP, con el que podía haberme matriculado en la Universidad, resulta que no me valía para eso». Al año siguiente, Guillermo Alonso (batería), que estaba en las mismas, y él consiguieron lo necesario para poder optar a la prueba de admisión, y la aprobaron. «Había nivel, y todos los aspirantes tenían estudios de Conservatorio, que era algo que daba puntos. Así que en las ponderaciones quedé el último. Había tres plazas y éramos cuatro. A Guillermo le pasó lo mismo en su especialidad, pero a él le llamaron pronto, porque alguien renunció a la plaza. Yo no tuve esa suerte, y perdí otro año. Seguí tocando por ahí, pero no avanzaba, no había nadie que me guiara en el tema armónico, me costaba salir de mi zona de confort…».
«Tenía mucha necesidad de aprender, de saber lo que estaba tocando… Así que al año siguiente volví a presentarme a la prueba; me la preparé muy bien, mejor que la vez anterior, en sus tres partes… Y aprobé con buena nota, pero volví a quedar el último en las ponderaciones… y no quedaba plaza». De pronto, sin embargo, todo cambió. «Me llamó Roberto Somoza, profesor del Conservatorio de A Coruña, diciéndome que iba a pedir una plaza para mí… Algo vería en mí, y crearon la plaza; me matriculé y entré, así, sin saber lo que era nada».
Recuerda que el primer año salía sudando de las clases de saxo. «Te daban una caña… Pero me lo curré, y conseguí aprobar todas las asignaturas». Sin embargo, cuando estaba en el segundo curso… «llegó la pandemia de covid-19 y nos fastidió los planes a todos. Se suspendieron las clases, se paró todo. No tenía ingresos de ningún tipo. Esos dos años los pasé mal, se me acabaron los ahorros, nadie se acordaba de mí para tocar… Así que aproveché para estudiar».
La carrera son cuatro años, y Rubén muchas veces pensó que aquello no era para él, que nunca podría terminarla. Claro que con mucho esfuerzo y muchas horas de ensayo, y el apoyo de su familia, amigos y pareja, ha logrado ir sacándola. «Nunca había estudiado a fondo algo, me costaba encontrar la rutina del estudio. Entré sin saber nada, pero había tocado mucho por ahí, y eso me ha venido bien». Ahora mismo, solo le faltan dos asignaturas para obtener el título, Composición y Saxo. Para la primera, ha de componer/escribir una obra para Big Band, que es en lo que está volcado actualmente. Una vez aprobadas ambas asignaturas, tendrá que presentar el TFE (del que este pequeño ensayo sobre Jazz en León viene a ser un avance), que consiste en exponer un trabajo teórico y realizar un concierto en directo en el Conservatorio de A Coruña, abierto a todos los públicos.
Se puede afirmar por tanto que, a sus 33 años, el saxofonista Rubén Díaz ha desarrollado una brillante carrera en muy diversos campos musicales, y que tiene un gran futuro por delante.

Versatilidad, estilo y… mucho swing
Sobre sus preferencias musicales, a la hora de escuchar, afirma que le gustan sobre todo los clásicos: Miles Davis, John Coltrane, Sonny Rollins, Thelonious Monk, Charles Mingus, pero también la música de Van Morrison, Candy Dulfer, Maceo Parker… «Me gusta la música bien hecha en general, no tiene que ser solo jazz», precisa Rubén.
Su primer profesor, Ildefonso Rodríguez, le define como «un joven músico y saxofonista con un estilo muy personal, basado en un sonido profundo y cálido, una flexibilidad de fraseo aliada con una gran imaginación a la hora de improvisar, y un ritmo que le permite moverse con facilidad en los distintos estilos que practica. Como intérprete de melodías su soltura y gracia son manifiestas».
Las formaciones que Rubén Díaz mantiene activas o por las que ha pasado son muy diversas, lo que sin duda es una prueba de su gran versatilidad. Desde los 15 años ha formado parte de bandas, charangas y orquestas de baile, en las que asentó una excelente labor de conjunto. Desde hace varios lustros está integrado en Jaula 13, conjunto orquestal surgido del Aula Taller y dedicado a la improvisación y el jazz libre, con el que ha ofrecido numerosos conciertos, además de tocar todos los primeros jueves del mes en el pub Ret Marut (y, antes, en la cafetería del Hotel Quindós). Ha actuado en solitario con fondos grabados (Fiestas Seagrams y eventos semejantes), ha hecho dúo con el saxofonista Ildefonso Rodríguez y con el guitarrista Nicolás Llagaria (Blue Trane) dedicado a temas estándares de jazz; además, toca en trío con el saxofonista Rodríguez y con el guitarrista Gonzalo Ordás.
En el campo del jazz, Rubén Díaz forma parte del cuarteto Eleven Quartet —«nos hemos tomado un tiempo de respiro con este grupo, pero volveremos con más energía que nunca», advierte—, del quinteto Jazz Mountain Experience y de María Quiroga Quintet. Con el sexteto Delta Galgos toca blues, y con el grupo La Jari explora el reggae y el ska. También es miembro de la banda leonesa de funky Goodman Collective.
Además, ha trabajado en piezas de teatro con la actriz y directora argentina afincada en León Renée Jaitt, tocando su música en directo. Y ha participado en la musicalización de películas antiguas con el grupo de jazz Eleven Quartet en el Museo de la Siderurgia y Minería de Castilla y León, en Sabero. Por no hablar de que también formó parte del grupo del cantante pop leonés Álex Cooper, con el que viajó por todo el país durante dos años (2018 y 2019), hasta el último concierto que ofrecieron antes de disolverse. «Con Cooper me lo pasé pipa, fue una época buenísima, había muy buen rollo con toda la banda. Me iba con ellos de gira los fines de semana, dimos conciertos por media España, pero los lunes me volvía a Coruña, a seguir con la carrera durante la semana».
Rubén, en estos momentos, también da clases particulares de saxo y clarinete en la Escuela de Música de Villaquilambre, y sustituye puntualmente a distintos músicos en algunas bandas. Él cuenta que, después de la pandemia, a los músicos les ha costado muchísimo recuperarse. «El verano pasado volví a estar en una orquesta, por el dinero, pero no compensa, son demasiadas horas fuera de casa», comenta. Ahora está con La Jari a tope, un proyecto que le enamora. «Pero nos falta alguien que tire un poco, un manager».
Todo lo reseñado puede dar una idea de las razones por las que Rubén Díaz se ha convertido en un músico reclamado y querido en campos muy distintos.
Jazz en León, el pequeño ensayo que se puede leer en este libro, empezó siendo un trabajo de clase sobre la historia del jazz en su ciudad natal, a partir de una entrevista a su profesor de saxo, Ildefonso Rodríguez, como un homenaje. Pero ha seguido ahondando en el tema y su investigación pronto se convertirá en su Trabajo de Fin de Estudios (TFE). «Ildefonso ha sido mi maestro, gracias a él me he convertido en músico y saxofonista, pero todos los alumnos que han pasado por el Aula Taller de Improvisación me han enseñado a soltarme. He aprendido a tocar compartiendo, tocando con gente, dejando que me enseñaran. En A Coruña, mi profe de saxo, Roberto Somoza, ha apostado por mí. Yo no tenía ni idea, y en estos años he aprendido un montón, he conseguido enfocarme en lo de estudiar, que es aprender y mejorar. Ildefonso, y mucha más gente, me decían siempre: Ten cuidado, no pierdas lo tuyo. Y en eso estoy. Porque lo de tener swing no se estudia, se tiene o no se tiene…».
¿Qué hará Rubén Díaz cuando termine la carrera? Entre otras cosas, seguir tocando. Él ya tiene un sueño, pero quizá no sea este el lugar ni el momento para contarlo… Así que dejémoslo aquí, deseando simplemente, y de todo corazón, que sus aspiraciones se cumplan.
:: Sobre la colección ‘A cuentagotas’

‘Libros… a cuentagotas’ es una iniciativa del programa de ocio alternativo es.pabila (Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de León) para dar visibilidad al trabajo literario realizado por jóvenes autores y autoras menores de 35 años y vinculados a León. «Más allá del empeño entusiasta que han puesto en ella cuantos participan en su gestación, esta colección espera servir de acicate y estímulo, pero también de conocimiento del medio a quienes empiezan a dar sus primeros pasos como escritores y escritoras».
La colección, al cuidado de la escritora y periodista Eloísa Otero, está abierta a todo tipo de géneros literarios: ensayo, poesía, narrativa, teatro y escritura experimental, entre otros, y nace con criterios de calidad y vocación de continuidad en el tiempo.
La imagen exterior de los libros ‘A cuentagotas’ es obra de la fotógrafa y diseñadora gráfica Rocío Cuevas, que fue seleccionada a través de una convocatoria dirigida a jóvenes ilustradores para realizar las portadas. La selección de la editorial encargada de publicar los libros se realizó a través de un concurso administrativo adjudicado a la Librería Universitaria de León – Eolas Ediciones.
“Más allá del producto final (un pequeño libro), lo que nos importa en este proyecto es que los jóvenes autores puedan conocer de primera mano el proceso de elaboración de un libro, desde que se escribe hasta que se publica, y que tomen contacto con el funcionamiento del mundo editorial”, apunta Eloísa Otero, editora y coordinadora de ‘Libros a cuentagotas’. Tanto ella como la diseñadora de las preciosas cubiertas de los libros, Rocío Cuevas, al igual que los editores de Eolas, Héctor Escobar y Raúl Sánchez —que son los que al final envían el libro a imprenta y lo publican en su sello, encargándose además de su distribución y venta—, tienen claro que lo que ponen en este empeño, además de su profesionalidad, es tiempo, cercanía, paciencia, mimo, cariño y buen hacer, acompañando a los jóvenes autores en su aventura de publicar un libro, probablemente su ópera prima, y también a la hora de presentarlo al público.
Los libros de la Colección:
- ‘La poesía leonesa y la Colección Adonáis. Una historia revisada’ (Ensayo), de Sergio Fernández Martínez.
- ‘Continente’ (Poesía), de Silvia Abad Montoliú
- ‘El velamen del desvelo’ (Metapoesía), de Mareva Mayo
- ‘La diáspora de las aves’ (Poesía) de Marina Gay Ylla
- ‘Diario para perder el tiempo’ (Escritura experimental), de Luis Martínez Campo
- ‘Pan de mar’ (Poesía), de Sara Abad Reguera
- ‘Carbón. Negro.’ (Escritura performativa), de Álvaro Caboalles
- ‘Todas las aves fénix’ (Poesía), de Álvaro Delgado Ordás
- ‘Carne y Barro’ (Escritura experimental), de Pilar Cañas Martínez
- ‘El eucalipto en llamas’ (Poesía), de Mariana Mancebo Añez
- ‘Calendario celta’ (Trabajo de investigación), de Beatriz Larepa
- ‘Jazz en León’ (Ensayo), de Rubén Díaz Domínguez [En preparación]
- ‘Cuentos ecofunkies’ (Narrativa), de Hara Alonso
- ‘Vacío’ (Miscelánea), de Diego Villoria Zapico [En preparación]
Se pueden adquirir online en:
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